Partiendo de algo tan incuestionable como que el cristianismo es, ante todo, “encarnación” que convierte no solo lo humano, sino también lo creado, en cuerpo invadido o asumido por la divinidad, a uno le tienta la pregunta o la curiosidad de saber, mirando al mundo en que vivimos, hasta dónde llega o qué profundidad alcanza esa encarnación. Es como si uno quisiera saber en qué terreno pisa o por dónde se mueve al utilizar la palabra “cristiano”. Se trata de una preocupación parecida a la inquietud que pueda sentir cualquier entidad, sea económica, política o social, tanto a la hora de la valorar la oportunidad como el alcance de su propio cometido, sea el de ganar dinero, de salir victorioso en unas elecciones o de concitar suficiente apoyo ciudadano para conseguir un determinado objetivo cultural o folclórico.

Un mero acercamiento a la pregunta planteada sobre el cristianismo nos lleva a indagar qué contiene realmente su mochila de haberes y cuántos son los que la llevan a la espalda en su viaje de la vida. En cuanto a lo primero, en este blog, auspiciado por el deseo o la urgencia de hacer una lectura audaz del cristianismo que sea válida para los hombres de nuestro tiempo, venimos haciendo u ofreciendo desde su origen una serie de reflexiones que unas veces ponen en solfa creencias y prácticas religiosas y otras tratan de desbrozar nuevos caminos. Son ya muchísimas las cosas que a ese respecto hemos ido soltando aquí y allá, aunque de forma inconexa y deslavazada, al ritmo que nos marca la actualidad.

En cuanto a lo segundo, a quiénes llevan realmente esa mochila a la espalda, si la vaciamos de lo inútil para dejar en ella solo lo esencial, la respuesta abarca no solo todo el género humano, sino también todo lo creado, pues no se puede entender de ningún modo que haya desconexión entre las obras de creación y redención de Dios, obras, por así decirlo, de salida y de retorno de la creación al Creador. En Jesús, Dios mismo se “encarna” en un cuerpo que es síntesis de todo lo creado para asumir su creación entera. Por ello, deberíamos confesar que el cristianismo se sintetiza en confesar que Jesús es el redentor no solo de todos los hombres sino de todo lo creado y que la salvación obrada por él no consiste en una transacción comercial de sangre por pecado, sino en el hecho de que en él Dios nos ama y nos convierte en sus hijos, de que todos somos hermanos que habitan en un mismo hogar. En otras palabras, lo que nos hace cristianos no es profesar una serie de verdades ininteligibles ni practicar una serie de ritos extraños, tenga la importancia que todo ello tenga, sino el hecho de ser criaturas que están siempre y en toda circunstancia en las manos de Dios. La única certificación válida de la condición de tales es el amor que viene de Dios y que, tras implantarse en nuestros corazones, retorna a él.

Esta larga perorata viene a cuento de que hoy se celebra el “día mundial de la estadística”, un día que la ONU promovió en el año 2010 para que se celebrara cada cinco años. La de hoy es, por tanto, la tercera celebración oficial, si bien hay muchos lugares en los que se hace cada año debido a su enorme importancia. De hecho, la estadística está en la base de una gran parte de las cosas que hacemos o dejamos de hacer a lo largo de nuestra vida: “las estadísticas nos permiten reunir y clasificar información de aquellos hechos constantes o con características comunes necesarios para llegar a conclusiones y tomar decisiones. Es decir, a través de datos numéricos podemos observar aquellas situaciones que nos afectan o que benefician a la comunidad, al país o al mundo: población, vivienda, salud, educación, vías de comunicación” y también, como hemos visto, creencias. De hecho, los católicos no dejamos de echar mano de ellas para saber cuántos somos en comparación con otros creyentes y, de forma particular, cuántos “practicantes” hay, entendiendo por tales a quienes participan en la celebración de algunos ritos cristianos, como por ejemplo la misa dominical. Dada la evidencia que hemos apuntado, el lema de este año (“datos mejores, vidas mejores”) debería inyectar por sí solo una gran dosis de optimismo y alegría en las venas de todos los cristianos al saber que absolutamente todos los seres humanos somos hermanos, aunque muchas veces nos peleemos entre nosotros.

Tras haber llegado a tan gozosa conclusión, la mañana nos pide que prestemos atención a nuestro cuerpo y, más en concreto, a dos de los males que lo aquejan, uno muy frecuente y otro raro. El primero, el frecuente, es la osteoporosis, pues desde 1996 hoy se celebra su día mundial.La osteoporosis es una enfermedad ósea que reduce la calidad y densidad de los huesos, enfermedad que padecen por lo general uno de cada cinco hombres y una de cada tres mujeres mayores de cincuenta años. El segundo, el raro, es la mastocitosis, de la que también hoy se celebra su día internacional. La mastocitosis es una enfermedad rara debida al aumento de los mastocitos en distintas partes del cuerpo, muy difícil de diagnosticar como tal por la complejidad de los síntomas que puede producir, como inflamaciones, aparición de componentes alérgicos, alteraciones en el sistema inmune, dolores óseos, pruritos y náuseas. Se trata de una enfermedad que causa mucha incomodidad en el paciente y que muchas veces lo incapacita para el trabajo.

Tras la mirada a las profundidades del cuerpo que acabamos de hacer, la mañana nos invita ahora a mirar a ese cielo nuestro, tan estrellado de aviones que lo cruzan para llevarnos raudos de un lugar a otro del mundo en muy poco tiempo, por muy lejos que esté. Lo digo porque también hoy se celebra el “día internacional del controlador aéreo”, esa profesión en cuyas manos está la aviación tanto a la hora de moverse los aviones por las pistas de los aeropuertos, de aterrizar y despegar, como a la de surcar los cielos. Los controladores aéreos son como los ángeles de la aviación, hombres en cuyas manos ponemos nuestras vidas cuando subimos a un avión.

Como remate de faena o postre, mirando hacia atrás, la mañana nos invita a la esperanza, pues, en un día como hoy, y tras muchos años de insensatos asesinatos que aplanaban los ánimos, tanto el IRA como la ETA anunciaron que dejaban de matar y su disolución. El primero lo hizo en el año 2002 y la segunda, en el 2011. Para consolidar el gozo que tales atisbos de cordura producen faltan todavía dos cosas: que todos los implicados despejen por completo sus mentes de las locuras que alimentaron sus siniestros propósitos y que su ejemplo cunda en cuantas partes del mundo sigue habiendo individuos descerebrados y organizaciones serviles que, paradójicamente, siguen convirtiendo el matar en razón de vivir.

Este desayuno, iniciado con el gozoso convencimiento de que todos los seres humanos somos hermanos y de que ninguno de nosotros dejará de beneficiarse, pensemos como pensemos y obremos como obremos, de la obra salvadora de Jesús, nos invita a elevar a los cielos nuestro maltrecho cuerpo para animarlo con la esperanza de que un día todos los hombres no solo podamos vivir en paz, sino también afanados íntegramente en mejorar la calidad de nuestra vida. En la Tierra conviven el cielo y el infierno, el cielo solo como preámbulo y el infierno como definitivo. De nosotros depende que, mientras vivimos, el cielo “confine” el infierno con mejor resultado que lo hacemos con nosotros mismos para negarle pábulo al coronavirus que hoy tanto nos atormenta.

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