Desayuna conmigo (viernes, 23.10.20) El despeñadero de la sexualidad humana

“Ad maiorem Dei gloriam”

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Celebremos esta mañana que el papa Francisco haya tenido el coraje de amparar con su autoridad dos claras evidencias, valga la redundancia: que los homosexuales son hijos de Dios, cuando algunos católicos parecían negárselo al considerarlos o unos apestados por perversión moral o unos enfermos por desarreglos físicos o mentales, y que, por tanto, tienen derecho a que su vida social inmediata, la de formar familia, tenga reconocimiento y garantía legal. Imagino que, lamentablemente, no serán pocos los que le echen los perros por ello o, al menos, se queden con las ganas de hacerlo afirmando tajantes que el papa se ha pasado varios pueblos. Y, sin embargo, en consonancia con su empeño de ver a Dios merodeando entre los pucheros, es decir, de acercar la religión al creyente, el papa Francisco no ha hecho más que señalar un camino que ya otros muchos han hollado e incluso trillado.

Libros cristianos sobre sexualidad por Reyna Orozco Meraz

En este blog, por ejemplo, desde sus mismos inicios hace ya unos dos años y medio, hemos abordado más de una vez el tema de la sexualidad humana en general y el de la homosexualidad en particular, denunciando el gran déficit de discernimiento que la institución eclesial y la teología moral católica tienen con relación a la sexualidad misma y a todas sus manifestaciones. Lo digo porque ambas han estado confinadas, la homosexualidad en los infiernos y la heterosexualidad en alcobas abiertas siempre a la procreación. Y, sin embargo, es obvio que ambas son obra de una naturaleza que, a su vez, es pura gracia de Dios, es decir, que es Dios mismo quien nos ha querido “sexuados” y es la naturaleza la que, con sus disfunciones, a veces ha engendrado hombres en cuerpo de mujer y viceversa.

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También es obvio que la sexualidad tiene una función mucho más amplia que la de hacer posible la procreación, como demuestra el hecho, de tan fácil constatación, como que la mujer es fértil solo unos años de su vida, mientras que su sexualidad dura de la cuna a la sepultura. De ahí que los seres humanos tengamos que vivir la sexualidad a lo largo de toda nuestra vida por ser componente esencial de nuestro ser y como el precioso don divino es, ejercitándola como es debido conforme a reglas de comportamiento ético o sublimándola conforme a muy elevadas normas de comportamiento religioso. Nunca en este blog se ha dicho algo, y por insensatez se tendría si se hiciera en el futuro, contra el “consagrado” que decide vivir célibe para entregarse con toda su “fuerza” y su haber a una obra de completa entrega a los demás, sea que lo haga como miembro de una institución religiosa o como una persona sin lazo alguno. Ante quien así lo hace, entregándose de lleno a la misión escogida, hay que quitarse el sombrero, reconocer claramente su sacrificio y proclamar que la suya es una opción de excelencia humana.

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Sirvan estas rápidas líneas de aplauso complacido al hecho de que el papa Francisco indique por dónde hay que caminar en el futuro, pues a la Iglesia católica le debemos la pesada carga que ha sido su moral sexual para muchas conciencias y para las espaldas de muchas gentes de buena voluntad. Tiempos vendrán en que los dirigentes eclesiales y, sobre todo, los moralistas, entiendan que la sexualidad es un gran don de Dios para que los seres humanos lo vivamos a fondo, sea disfrutándolo y procreando, sea sirviéndose de él como fuerza de evangelización. Naturalmente, me estoy refiriendo al don divino de la sexualidad, no a los abusos que se puedan cometer con ella, como también ocurre en otros ámbitos de la vida, abusos que deben ser atajados y corregidos en toda situación y circunstancia. Desconcierta saber que un gran porcentaje de los códigos morales cristianos se ha centrado en la sexualidad cuando los grandes desaguisados cometidos por los hombres (sus grandes pecados, diríamos) se dan en los ámbitos del poder y del tener: del dominio que esclaviza y del dinero que explota no solo al ser humano, sino también la naturaleza.

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Lo dicho, al paso de nuestro acontecer diario, apenas nos deja espacio para mirar otras inquietudes que también nos presenta el día. Y así, es muy importante que tengamos en cuenta, en primer lugar, que, en lo referente a la conservación de la vida, hoy se celebra el “día mundial de acción para la supervivencia infantil”, con el objeto de detener la mortalidad de niños menores de cinco años y de sus madres, debidas a deficiencias en el parto, neumonías, diarreas y desnutriciones. Todavía hoy muere uno de cada doce niños antes de cumplir los cinco años y no son pocas las mujeres que se quedan en el parto. Dejemos constancia, al menos, de que la oenegé “Save the Children”, promotora de esta celebración desde 1990, está muy implicada en ese tema.

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Y dejemos igualmente constancia, en ese mismo orden de la vida, que también hoy se celebra el “día internacional del leopardo de las nieves”, un mamífero carnívoro que vive en la parte central de Asia y que corre peligro de desaparecer por varias causas: la degradación del medio ambiente en el que vive por el calentamiento global, la caza furtiva y la desaparición de otras especies que son su dieta. Por tratarse de un animal crepuscular, algunos lo conocen como “el fantasma de las montañas” y pueblos hay que lo consideran un animal sagrado. La celebración se hace con las miras puestas en que las naciones en cuyos territorios vive le presten más atención a fin de que no desaparezca esta especie, como ya ocurrido con tantas otras.

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Recordemos, aunque solo sea como simple curiosidad, que hoy se celebra también el “día internacional del síndrome de Kabuki” (máscara de teatro japonés), enfermedad rara que afecta a tres de cada cien mil personas y que se caracteriza por un tono muscular bajo, por crecimiento posnatal lento, por retrasos en el desarrollo y por las dificultades de aprendizaje que acarrea. Las personas afectadas muestran características musculoesqueléticas y faciales distintivas.

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La fecha de hoy nos recuerda, finalmente, que hace 529 años nació, un día como hoy, Ignacio de Loyola, una de las personalidades más sobresalientes en el mundo católico de la Contrarreforma. Sus dos grandes obras, por así decirlo, fueron la fundación de la compañía de Jesús, los jesuitas, y de una corriente de espiritualidad católica, cifrada en sus “Ejercicios espirituales”. Los jesuitas tienen como distintivo un voto especial de obediencia al papa, voto que no ha impedido, sin embargo, que muchos de ellos hayan ocupado las vanguardias de una Iglesia que se ha acomodado mucho mejor en las retaguardias y dormido en las trincheras, lo cual les ha acarreado no pocos disgustos e incomodidades a lo largo de su historia. Y, en cuanto a la orientación de su espiritualidad, demasiado ahormada a mi gusto, su divisa ha sido “Ad maiorem Dei gloriam”. Digamos que “glorificar”, tributar alabanzas, está en la base del cristianismo mismo como relación íntima del Padre y del Hijo que se glorifican mutuamente (Jn 17,1 y ss), relación que nos engloba también a nosotros al haber sido injertados en ella. De ahí que nuestro más esencial tributo de alabanza sea el hecho de existir, tributo que debe manifestarse en el agradecimiento que hace todo biennacido. De hecho, glorificación divina es el “Oficio Divino” que los consagrados recitan a diario y no otra cosa debe ser, a tenor de su proclama, cada buen jesuita.

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Emplazados por la temática de este día, concluyamos hoy exclamando en oración: ¡ojalá que nadie se empeñe ahora en tapiar la ventana que el papa Francisco ha abierto en el maloliente recinto católico de la sexualidad y que pronto se pueda acceder a él con la naturalidad que ha querido el Creador; ojalá que los cristianos contribuyamos como es debido a que tanto los niños como los leopardos de las nieves vivan y ojalá que los afectados por el síndrome de Kabuki tengan coraje para afrontar las secuelas sociales de su deformidad! Por lo demás, nuestra condición de seres hace que seamos “gloria de Dios”, lo que, de alguna manera, nos convierte a todos en jesuitas, al menos en lo referido al cumplimiento de su propia  divisa, por más que algunos, aun siendo devotos del papa, no le prestemos una obediencia incondicional al papado.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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