La celebración de la liturgia de este domingo nos expone todo un plan de vida cristiana a través del recorrido de mandamientos que dimanan del Señor, de quien nos viene la fuerza y la libertad y en quien se consolida nuestra existencia. Los mandamientos nos trazan el camino por el que es preciso viajar a fin de alcanzar nuestro destino. Europa nos anima hoy a dirigir la mirada a la justicia, un mandamiento que también se basta por sí mismo para condensar la ley, los profetas y la vida de fe. Cáritas, por su parte, nos recuerda que la vida humana no es tal si no se tiene un hogar, derecho que es cimiento de la construcción de toda vida que pretenda ser humana. Al final, dos gigantes nos saldrán al paso para escoltar y embellecer nuestra reflexión de hoy.

Desde luego, Mateo se esfuerza por mostrarnos un Jesús ingenioso y avispado dialéctico frente a quienes pretendían tumbar o ridiculizar su mensaje. Un experto de la ley saduceo lo somete, en el evangelio de hoy, a un difícil chequeo al preguntarle cuál le parece que es el principal mandamiento de la ley. La encerrona es obvia, pues, elija el que elija, abrirá un boquete para ser atacado fácilmente al minusvalorar todos los demás. Pero Jesús, en vez de elegir un mandamiento, bordea la trampa al condensarlos todos en uno, el amor que debemos a Dios y a nuestros semejantes. Amar a Dios y a sus criaturas es el leitmotiv, el propósito y el alimento de todo buen creyente. Seguramente, el saduceo interpelante se quedó boquiabierto, cosa que todavía no han hecho los muchos dirigentes religiosos y moralistas que regulan nuestra vida hasta en sus más mínimos detalles, como si quisieran que por nuestras venas circulen preceptos en vez de sangre.

Vida cristiana es la que, al decir de san Pablo, llevan los tesalonicenses a los que se dirige, cuya corre de boca en boca de tal manera que el apóstol encuentra su propio camino de evangelización trillado. Viven a fondo su fe y su vida, alegre y generosa, es el mejor camino para que los demás se les adhieran sin objeciones. Hoy hablamos mucho de una nueva evangelización, pero, realmente, solo hay una evangelización, la que se deriva de una vida plenamente humana, como es la vida cristiana. Para evangelizar a los hombres de nuestro tiempo es preciso hacerles comprender que ser cristiano es ventajoso y sumamente rentable. Si siempre nos movemos por intereses, es preciso hacerles entender que la vida plena que nos ofrece el cristianismo es de sumo interés.

No oprimirás al forastero, ni explotarás a viudas y huérfanos, ni prestarás dinero a usura a un necesitado, son preceptos contundentes, que se resumen fácilmente en que a todos ellos hay que tratarlos con amor, sabiendo que, de hacerlo, desencadenarás las peores fuerzas de la vida y serás tú quien salga trasquilado a causa de tu propio egoísmo. En otras palabras, si te comportas de esa manera, tu propio negocio te acarreará la ruina, la ira del Señor. Así de drástico se expresa hoy el Éxodo a la hora de delinear un camino que debe ser de compasión y de amor para con todos nuestros semejantes. Y es que el Dios de nuestra fe, al decir del Salmo recitado hoy, es nuestra fortaleza, nuestro alcázar, nuestro libertador, nuestra peña, nuestro refugio, nuestro escudo, nuestra salvación y nuestro baluarte. Todo eso es justo lo que, en estos momentos de dudas  y repliegue, necesitamos nosotros para presentar cara al coronavirus que nos atormenta y afrontar con dignidad la austeridad que la actual hecatombe económica nos impone.

Llegados a este punto, Cáritas atrae hoy nuestra atención sobre la flagrante quiebra de uno de los fundamentos de la vida humana que golpea y mata a los muchos ciudadanos que no tienen hogar. Y lo hace con gran contundencia al advertirnos que “no tener casa mata”, pues carecer de vivienda no solo te deja a la intemperie frente al coronavirus, sino también derriba los cimientos de la vida humana. El derecho a la vivienda es básico. Y el incumplimiento de todo derecho básico, sea el que sea, mata.

La carencia de viviendas es un problema muy serio y tan enorme que no pueden resolverlo ni las dádivas personales ni los socorros que aportan asociaciones u organizaciones tan eficientes como Cáritas. Cierto que para la sociedad resulta un alivio contar con esas dádivas y socorros, pero todo ello no conduce más que a parchear una carretera mal construida. En este blog ya hemos dejado constancia de que todo Estado que no sea capaz de proporcionar vivienda y alimento a todos sus ciudadanos es un Estado fallido, pues hablamos de una obligación que es muy anterior a cualquier otro tipo de inversión, mejora o gasto que se proponga en sus presupuestos.

Pero, claro está, el Estado no puede regalar nada, pues cuanto tiene no es suyo sino de los ciudadanos. De ahí que, al procurar a algunos ciudadanos cosas básicas, como vivienda y comida, que ellos no puedan conseguir por sí solos, deberá exigirles alguna contraprestación para que su acción de auxilio no resulte un expolio para los demás ciudadanos. Cuando menos, el ciudadano auxiliado podrá contribuir a los fines del Estado con una parte prudencial de su tiempo, prestando algún tipo de servicio, salvo que una discapacidad severa se lo impida, en cuyo caso será la solidaridad ciudadana la que les preste la ayuda necesaria para que también ellos puedan vivir dignamente.

En cuanto a la casa, el hogar o la vivienda, Cáritas pone de relieve que la inestabilidad residencial por carecer de vivienda o tener un hogar vulnerable impacta directamente en el bienestar emocional y en la salud psíquica de la persona hasta el punto de multiplicar por diez los riesgos de caer enferma. La afirmación de que “no tener casa mata” trata de poner de relieve, además del impacto que causa en la salud y en el estado físico y psicológico, que ello impide disfrutar de la función vital y social, pues la vivienda es un espacio de protección que nos habilita para protegernos y gozar de nuestros propios derechos como personas plenas.

Por otro lado, desde el año 2003, el Consejo de Europa y la Comisión Europea vienen celebrando hoy el “día europeo de la justicia”, pretendiendo que “los ciudadanos europeos se mantengan informados sobre sus derechos y tengan acceso a las herramientas que se encuentran disponibles en cuanto a justicia transfronteriza se refiere”.En el contexto en que nos movemos esta mañana, digamos llanamente que, aunque todavía no lo sea de facto, la Unión Europea debería comportarse como un solo Estado en cuanto se refiere al ejercicio de la justicia y al respeto de los derechos humanos. De ahí que, al igual que exige a todos los Estados que la componen comportamientos democráticos, misión suya debe ser también velar y procurar los medios necesarios para que ningún ciudadano europeo tenga que hacer frente por sí mismo a los rigores de la intemperie y del hambre cuando carezca de medios.

Dos gigantes acuden, como cierre, a nuestro encuentro de hoy. Uno lo hace desde el escenario de un deporte que es todo fuerza, elegancia y ritmo, pues hoy se celebra el “día mundial de Karate” (“camino de la mano vacía”). Por su rica historia y la implantación que tiene en el mundo occidental como autodefensa y expresividad espectacular, se me antoja que esa “mano vacía”, de sensibilidad budista, tiene mucho que ver con la caridad cristiana que hoy predican la liturgia de este domingo y Cáritas por el esfuerzo y la entrega que su práctica exige.

El otro gigante a que nos referimos nos aborda hoy desde el horizonte artístico que llena la figura de Pablo Picasso, nacido en Málaga un día como hoy de 1881, pues con él arrastra el poderío de un gran genio, desplegado no solo en la pintura como uno de sus mayores artífices, sino también en tantas otras ramas de la comunicación plástica y de la vida misma. Sus obras le sobreviven y lo convierten, como templos, en ídolo de los tiempos presentes. Su explosiva biografía y las líneas rectas de su cubismo dieron al traste con todas las sombras de la vida, dejándola desnuda y limpia. ¿Acaso puede nuestro cristianismo desaprovechar la fuerza que dimana del Karate y la belleza que brotó del alma de Picasso?

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