Hoy serán dos gigantes y una sombra los que, a mi modesto entender, nos acompañarán en este desayuno. Entre los gigantes figura, en primer lugar, la personalidad sobresaliente y la trascendencia cultural, tan jugosa como belicosa, de Miguel de Unamuno, pues, un día como hoy de 1914 fue destituido de su cargo de rector de la Universidad de Salamanca. Miguel de Unamuno fue un escritor y filósofo español perteneciente a la generación del 98. En su obra cultivó gran variedad de géneros literarios: novela, ensayo, teatro y poesía. Sin la menor duda, Unamuno. un vasco-salmantino universal, ha dejado profunda huella tras de sí, pues él ha encarnado el brío del pensamiento de un castellano sólido y la reciedumbre de un vasco fajador, ágil y genial, en la lucha dialéctica cuerpo a cuerpo y, sin la menor duda, una gloria de Salamanca, ciudad que se honra no solo por su paso por ella, sino también por la impronta que ha dejado en un lugar tan lleno de saberes y que le aportó tanta belleza y nobleza.

Por muchos testimonios que puedan aducirse sobre la incredulidad, el agnosticismo e incluso el ateísmo de Unamuno, para este humilde blogger tiene dimensiones de místico, aseveración para la que se remite a los hechos. Una de las emociones más vivas que he padecido y gozado en mi vida tuvo lugar en el cementerio de Salamanca, frente al nicho en que yacían sus restos, al leer, un día de gran hipersensibilidad mía, la oración que como epitafio aparece en la lápida de su nicho, lápida que en aquel momento reflejaba olvido o desidia. La cito de memoria y, aunque me fuera muy fácil contrastarla, no me apetece hacerlo porque es así como la conservo en mi memoria: “Méteme, Padre eterno, en tu pecho, misterioso hogar. Dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar”.

De alguien que ha concebido la vida como un “duro bregar” y que, como descanso definitivo, piensa en el pecho cálido de un padre acogedor, lo menos que se puede decir es que es un cristiano devoto, incluso fervoroso, y, si se ahonda más, un cristiano que ha alcanzado las alturas de la relación mística. No en vano había sido mucho lo que este hombre, tan sembrado de dudas y tan buscador de claridades y verdades, había departido con el místico dominico, fray Arintero. No fue fácil la vida para un intelectual tan honesto y consecuente como él y a quien, en los últimos meses de su vida (murió el 31 de diciembre de 1936), le tocó lidiar con la sinrazón de la contienda civil española.

El segundo gigante que hoy nos sale al paso es san Bernardo de Claraval, pues murió a la edad de 63 años, un día como hoy de 1153. Nos hallamos ante un monje cisterciense y abad de la abadía de Claraval que marca un hito en el acontecer religioso de aquellos tiempos. De él se ha dicho que  “es una personalidad esencial en la historia de la Iglesia católica y la más notable de su siglo. Ejerció una gran influencia en la vida política y religiosa de Europa.Sus contribuciones han perfilado la religiosidad cristiana, el canto gregoriano, la vida monástica y la expansión de la arquitectura gótica ”.Por eso y mucho más, siglos más tarde, en 1830, fue declarado doctor de la Iglesia.

“El Bernardo que predicó la (segunda) Cruzada mostró una personalidad diferente a lo que había sido hasta entonces. Él entendía la vida interior como unión del alma humana con Dios e identificaba la vida interior con la vida de toda la iglesia, de todo el «cuerpo místico», siendo su concepción de la cruzada básicamente mística. Consideraba que la Iglesia católica podía llamar a las armas a las naciones cristianas para salvaguardar el orden establecido por Dios.”

Tras ingresar en el Císter a los 23 años, el abad lo envió a fundar la abadía de Claraval, una de las primeras de toda la orden, y de ella fue abad durante toda su vida.  Participó en la gestación del espíritu cisterciense y fue el artífice de su gran difusión, pues, de las 343 abadías que el Císter tenía cuando murió, él había fundado 168. De ahí que sea reconocido y venerado como su fundador. Si en el s. XI los cluniacenses habían sido los grandes protagonistas del acontecer religioso, en el XII lo fueron los cistercienses gracias a la gran obra de Bernardo. Para contrarrestar las dejaciones y abusos de los cluniacenses llegó a escribir: “La iglesia relumbra por todas partes, pero los pobres tienen hambre. Los muros de la iglesia están cubiertos de oro, pero los hijos de la iglesia siguen desnudos. Por Dios, ya que no os avergonzáis de tantas estupideces, lamentad al menos tantos gastos”, un escrito que bien podría valer para denunciar muchos de los comportamientos eclesiales abusivos de este siglo XXI nuestro.

“Su teología mística tuvo como fin principal mostrar el camino de la unión espiritual con Dios. Su doctrina de búsqueda de unión a Dios se inspiró en el estudio de las escrituras y de los padres de la Iglesia, así como en su propia experiencia religiosa. El esquema de la mística bernardiana propone ascender desde lo más profundo delpecado original hasta lo más elevado del amor, la unión mística con Dios. En este ascenso enumeró cuatro grados de amor”. Sirvan estas pocas pinceladas para añorar la ausencia de un hombre que conmovería hoy los cimientos de una fe cristiana llamada a iluminar también los caminos del hombre perdido de nuestro tiempo.

La “sombra”, a la que también hace mención el título de este desayuno, se refiere, sin animosidad ni propósito crítico, al cardenal de la Iglesia católica, catedrático de Derecho Canónico y miembro de la Real Academia de Doctores de España, don Antonio María Rouco, pues nació un día como hoy de 1936. El mismo se ha erigido en baluarte de resistencia a la resurrección de un laicismo radical en España. Sus críticos lo consideran uno de los jerarcas más conservadores de la Iglesia española. Un análisis objetivo de lo ocurrido nos llevaría de la mano a ver en él uno de aquellos doctores de la ley a los que ni siquiera Jesús de Nazaret mostraba compasión.

Lo he tenido en cuenta en este desayuno, aunque sea solo como sombra de los dos gigantes de que hemos hablado, porque hace unos años me vi precisado a dirigirle un par de cartas, las que por cierto nunca recibieron respuesta. En ellas le recriminaba agriamente que él mismo en persona, o tal vez su curia arzobispal, hubiera suspendido de sus funciones pastorales a un buen y bendito amigo mío, muy conocido afortunadamente por la huella que está dejando en estos medios. En ellas, iluso de mí, lo conminaba a dejar su báculo, su mitra y los demás ornamentos que lo hacían sentirse por encima de los demás mortales, para que, tras calzarse la túnica y las sandalias del “pecador de hombres”, acudiera en persona a oír las homilías del buen hombre a quien había sancionado. En ellas le aseguraba que, de tener el coraje de hacerlo, él mismo se convertiría y acoplaría su vida a las exigencias evangélicas. Aquel enfrentamiento, alimentado por el clamor de la inmensa mayoría de los fieles de una pequeña comunidad de Madrid, no duró afortunadamente mucho, pues él o su curia cedieron, cosa que les honra, y no tardaron en levantar la sanción a un hombre modélico que, antes de ser suspendido, durante la suspensión y después de ella, no ha hecho más que predicar un evangelio fresco y cercano, muy atractivo y reconfortante para los muchos fieles que lo siguen de cerca, y vivir como un auténtico discípulo de Jesús.

Con el subtítulo de “enlaces” he querido dejar constancia de que, un día como hoy de 1911, se envió el primer telegrama para probar con qué rapidez un mensaje comercial podía recorrer todo el mundo. El recorrido, de más de 28 mil kilómetros, llevó dieciséis minutos y medio. La transmisión de mensajes telegráficos, tras los prodigiosos avances en comunicación que se produjeron en la última mitad del s. XX, perdió todo su protagonismo, pues los usuarios de las redes de telecomunicaciones comenzaron a transmitir sus propios mensajes sin intermediarios, y desapareció definitivamente en los inicios del s. XXI. Recogemos el hecho por el valor que tiene como eslabón en la carrerón de la transmisión de información en el mundo, información que ha llegado a ser instantánea tanto en el aspecto de audio como en el de video. Pero, que nos podamos comunicar así de rápido no significa lamentablemente, ni mucho menos, que los seres humanos dialoguemos más y delineemos juntos los caminos a seguir.

Gran desayuno el de hoy si, de verdad, nos miramos en el espejo de los dos gigantes aludidos, si entendemos que el “laicismo radical” es un grito que demanda tanta autonomía como ayuda y si valoramos como es debido que la auténtica comunicación humana se da en una “comunidad cristiana de ley”, en la que, celebrando la eucaristía como hecho constitutivo, todos nos comportamos como comida y comensales.

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