Desayuna conmigo (sábado, 28.3.20) La hora difícil

Guerra, muerte y mística

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Encuentro la mesa del desayuno de hoy muy surtida con viandas de muy distinto sabor y densidad. Por ser este el último sábado de marzo, hoy celebramos “la hora del planeta”, celebración que se inició en Australia en 2007. En ella solo se nos pide un gesto simbólico para hacer frente al cambio climático como el de apagar en nuestras casas durante una hora, desde las 20,30 a las 21,30 horas, todas las luces y aparatos eléctricos no indispensables. Con este gesto se pretende crear la conciencia de que es preciso tomar medidas urgentes para detener el cambio climático que estamos provocando con nuestros consumos. Aunque el hecho en sí no tenga mayor trascendencia, ahorrar un poco de energía y reducir las emisiones contaminantes puede iniciar una pauta general de comportamiento.

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Decimos que el hecho es más simbólico que efectivo en cuanto a la energía se refiere, pero tiene gran trascendencia si, haciéndolo, nos convencemos de que es preciso actuar con urgencia para reducir el desorbitado consumo actual que está dañando seriamente la atmósfera. Hablamos de “difícil hora” porque las circunstancias presentes están causando la muerte no solo a los seres humanos atrapados por el coronavirus, sino también al planeta donde vivimos. La reducción de actividad por el confinamiento de millones de seres humanos en sus domicilios para evitar los contagios de coronavirus consigue, como contrapunto, que estemos celebrando juntas muchas “horas del planeta”, pues la caída de actividad está reduciendo la contaminación. Algo bueno tendría que llevar aparejado este mal bicho.

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Cambiando de sabor, pero sin sacudirnos de las espaldas la tragedia que soportamos, un día como hoy de 1939, cuatro días antes de que terminara nuestra incívica guerra, las fuerzas republicanas defensoras de Madrid izaron la bandera blanca de rendición de la ciudad. Fue el primer paso para la paz, aunque fuera una paz lamentable que llegó para muchos españoles como como una apisonadora. Esa bandera blanca debería haber sido otro gesto simbólico de una paz profunda, signo de una reconciliación fraterna real, pero dejó, lamentablemente, dos bandos, uno de vencedores avasalladores y otro de vencidos castigados a seguir padeciendo durante cuarenta años las secuelas de la maldita guerra. No es casualidad que el blanco de esa bandera haya vuelto a ser mancillado  en nuestros días, otros cuarenta años después, volviendo a enfrentar a muchos españoles en estos tiempos en los que un enemigo común mortal nos desafía a todos y urge que estemos más unidos que nunca.

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El día persiste en hacernos sentir el olor de tan fratricida guerra al recordarnos que un día como hoy de 1942 moría en la cárcel de tuberculosis, cuando solo tenía 31 años, el gran poeta español Miguel Hernández, relevante escritor de la literatura española del s. XX, que hizo de la poesía la bandera blanca de su alma. A cualquier español de bien se le revuelven las tripas al ver cómo los españoles muchas veces nos cebamos no solo en la negritud ("leyenda negra") de nuestra propia historia, sino también en acallar las voces que nos catapultaban a las estrellas.

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Y, como si hoy la muerte hubiera encontrado acomodo a nuestro lado, también nos viene a la mente que, justo un año antes de la muerte de Miguel Hernández, se suicidaba la escritora británica Virginia Woolf, adentrándose en un río con los bolsillos llenos de piedras para no flotar y dejarse llevar por la corriente. Esta mujer fue una de las escritoras más influyentes de la literatura, la autora que más revolucionó la narrativa en el s. XX y que más defendió los derechos de las mujeres. Parece ser que la causa que la arrastró al suicidio fue una depresión profunda causada por el trastorno bipolar que padecía. Aunque quizá no tengamos conciencia de su alcance, el suicidio sí que es una pandemia de acción constante en todo el mundo, pues cada día se suicidan más de dos mil personas. Solo en España se produce una media de diez suicidios diarios. Deberíamos saber que, tras cada suicidio, hay un drama, familiar o personal, y que es una gran responsabilidad colectiva prever esos suicidios e intentar evitarlos, pues todo suicida muere psicológicamente mucho antes de su propio linchamiento.

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En un desayuno como este, hemos dejado lo más sabroso y dulce para el final, pues un día como hoy de 1515 nacía en Ávila nuestra gran mística, Teresa de Jesús, todo un regalo del cielo a la tierra. Recreémonos hoy con el místico fervor que destila su vivo sin vivir en mí, / y tan alta vida espero, / que muero porque no muero” o aquellos otros versos que parecen escritos para aliviar la tensión y los agobios que nos está causando ahora mismo el agente infernal que tan despiadadamente nos ataca: “nada te turbe, /nada te espante, / todo se pasa, / Dios no se muda. / La paciencia / todo lo alcanza. / Quien a Dios tiene, / nada le falta. / Sólo Dios basta”.

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Hora difícil la que estamos viviendo los seres humanos y, en especial, los españoles. La clausura domiciliaria, cuyo desafío hemos aceptado como un novedoso juego, puede que no tarde en transformarse para muchos en los barrotes que aprisionaban a Miguel Hernández. Transformado el virus en una corrosiva tuberculosis, no solo nos causa la muerte, sino también una letal depresión que puede arrastrar a muchos hasta el río de la muerte, justo como hizo la bipolaridad con Virginia Woolf. ¡Ojalá que el ambiente posbélico (hace ochenta años que todo aquello pasó) pierda, como secuela beneficiosa del virus, los ribetes que hoy tiene de prebélico en el desarrollo de la actual política española y logre que las mentecatas mentes que lo fomentan descubran lo que realmente vale un peine! Claro que los españoles siempre tenemos ahí a la gran maestra de Ávila, espejo de realmente Dios anda también entre nuestros pucheros, ese Dios que algunos piensan que nos ha abandonado a nuestra fatal suerte cuando, con más acentuados trazos, nos muestra su rostro sufriente en tantos enfermos y moribundos, y su magnanimidad en la fuerza ejemplar de tantos héroes que se sacrifican por sus semejantes. Seguro que nunca en el futuro, dado el camino a recorrer que ya vislumbramos, volveremos a ser los mismos afortunadamente.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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