Desayuna conmigo (lunes, 20.7.20) El juego de la vida

Vista y corazón en América

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Es obvio que los dirigentes españoles se están devanando los sesos en estos momentos. Por un lado, tratan de encontrar el remedio mágico que le cante las cuarenta al coronavirus para que deje de molestarnos con rebrotes por doquier y con amenazas de que la ruina que ya somos siga pendiente abajo. Por otro, mueven Roma con Santiago mendigando en Europa el dinero que aquí sabemos gastar muy bien pero no ganar. Triste destino el nuestro de pueblo orgulloso y profundo que se ve impelido a la mendicidad por empecinarse en vivir en la superficie de las cosas y muy por encima de sus posibilidades.

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En cuanto a lo que a este animador de desayuno se refiere, un viaje muchas veces aplazado lo pone, a partir de hoy y durante las próximas semanas, en el trance de acortar el tiempo dedicado a este menester matinal y de no saber siquiera si, al desplazarse a más de cuatrocientos kilómetros del propio hogar, podrá seguir animando este desayuno, aunque sea un desayuno más ligero y frugal. No importa porque, confiando ciegamente en la Providencia, sabe que, en última instancia, será ella la que disponga lo que vaya a suceder. Los días y semanas que vienen lo iremos viendo. Por mi parte, no escatimaré esfuerzo alguno, aunque solo pudiera ser para un saludo matinal.

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De momento, el desayuno de hoy nos pone en la mesa nada menos que un tablero de ajedrez bien armado, pues no en vano hoy celebramos el “día mundial del ajedrez”. Lo recomendó así la UNESCO en 1966 para celebrar la fundación de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) en este día de 1924. Es un juego que tiene gran arraigo y trascendencia en la vida de los ciudadanos de todo el mundo. Sus más de seiscientos millones de jugadores viven en la inmensa mayoría de los 194 países soberanos del mundo. La verdad es que parece difícil que vuelva a surgir otro juego de mesa que se desarrolle en tan poco espacio y que requiera más ingenio, concentración y estrategia para mover, en su correcto orden y disponibilidad, dieciocho fichas tan distintas en su alcance y cometido.

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El ajedrez fortalece la educación al favorecer la igualdad de género, la inclusión, la tolerancia, la comprensión y el respeto mutuo. De ahí que sea la misma ONU la que invite “a todos los estados miembros, organismos de Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales y regionales, al sector privado y la sociedad civil, incluidas las ONG, y a todas las personas a celebrar el Día Mundial del Ajedrez”, celebración durante la que se organizan muchos torneos y otros eventos culturales. Desde luego, el día se presta para organizar competiciones individuales y simultáneas en las que cabe desplegar todo tipo de talentos a la hora de sorprender a un enemigo-amigo con el que se lucha "encarnizadamente" y se van dejando por el camino tantos  cadáveres. Es curioso que el feminismo estrambótico no se haya metido, que yo sepa, con el hecho de que la reina tenga un papel muy inferior al de rey en este juego.

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De todos es de sobra conocida la trascendencia de un sencillo juego antiguo que perdura en todas partes a través de los siglos por sus excepcionales beneficios tanto en el campo de la formación y la cultura como en el terreno lúdico. Jugando al ajedrez, son muchos los jugadores y aficionados que pasan muy buenos momentos capitaneando un ejército formado por una reina y un rey, seis oficiales y ocho soldados que se enfrentan a muerte, sin trampa ni cartón, a otro ejército idéntico, en una lucha en la que el arma letal es el ingenio y la estrategia del jugador capaz de prever varias jugadas posibles del adversario y se adelanta a ellas. Ojalá que todas las contiendas, trifulcas, guerras y duelos habidos a lo largo de la historia de los hombres hubieran podido resolverse sobre un tablero de ajedrez, pues es capaz de absorber no solo el ingenio bélico sino también la fuerza de cualquier venganza.

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Tras esta agradable sorpresa matinal, el día nos invita a viajar, para no salir de mi propio contexto personal, nada menos que a América, en primer lugar, para tener presente el respeto con que España trató a la inmensa mayoría de los indígenas y la valoración que hizo de sus personas, y, en segundo, para levantar hoy nuestra copa por el pueblo de Colombia.

Lo primero se debe a que, un día como hoy de 1500, una Cédula Real de Isabel la Católica ordenó que se devolvieran a los indígenas las tierras que los conquistadores les habían arrebatado. Se trata de un gesto que honra la corona española y que refleja los principios irrenunciables de una conquista humanizada, por más que fueran muchos los abusos que entonces se cometieron, como los que refleja el objeto de esa misma ordenanza. Lo segundo viene motivado por el hecho de que hoy se celebra el día nacional de Colombia.

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Lógicamente, desde este blog queremos felicitar a todos los colombianos, muchos de los cuales se asoman a estas páginas, uniéndonos a la alegría de la celebración de su gran día. No es cuestión ni momento de abordar ahora su convulsa y enrevesada historia, tan saturada de problemas incluso en nuestro tiempo, sino solo de celebrar su condición de pueblo hispano independiente, por más que lo ocurrido allí, en paralelo a lo que ocurría aquí durante la invasión francesa, resultara tan doloroso y frustrante para los intereses del gran imperio español de aquellos tiempos. Afortunadamente, tras tantos desgarros y sufrimientos, nuestros pueblos siguen siendo hermanos y desarrollando actividades comunes que redundan en beneficio de unos y otros. Nos alegramos, pues, por todos los colombianos, más si cabe por los que viven en España lejos de su tierra y su gente, y les deseamos que su futuro como pueblo sea, de aquí en adelante, pacífico y próspero.

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Por lo demás, mucho antes y en otra latitud nacía el fundador de otro inmenso imperio que duró mucho menos que el imperio español y que otros muchos imperios que en el mundo han sido. Nos referimos al nacimiento, un día como hoy del año 356 antes de Cristo, de Alejandro Magno. Estos recuerdos vienen a demostrarnos que la fiera del tiempo lo devora todo, personajes y haciendas, y que es un milagro que la cultura que acumulamos logre seguir poniendo a salvo tantos tesoros que nos enriquecen como seres humanos. Es una pena que nuestra desmemoria y, más, nuestro desagradecimiento borre tan fácilmente el recuerdo de aquellos cuyas vidas fueron pasos de humanización del hombre.

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En este contexto, los cristianos podemos estar agradecidos a que el legado de la vida y la predicación de Jesús sigan tan vivos con nosotros después de más de dos mil años de historia, pero no en legajos dogmáticos ni en códigos de conductas selectas, sino en la vida de los muchos que, creyendo en él y fiándose de su palabra, siguen dando testimonio fidedigno de su vida y obra con sus propias vidas. Jesús vive hoy, pero no en los libros ni en los templos, sino en los cristianos que, con su forma de vida, dan testimonio de una fraternidad universal a la que Jesús incorporó al mismo Dios.

Buen ánimo a quienes sigan estos días, por propia elección o por fuerza, en sus viviendas de siempre y a quienes, con la prudencia y las precauciones debidas, hayan podido desplazarse o se vayan a desplazar a otros lugares para cambiar de aires, de rutinas y de preocupaciones. Lo importante es que aquí o allí, en casa o fuera de ella, nuestros comportamientos cristianos sean humanos, portadores de amor y de paz, no de odio y de violencia.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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