Desayuna conmigo (miércoles, 8.1.20) La lengua, ¿un ariete?

Herramienta de comunicación

Alfabeto de la lengua española

La frase que esta mañana más me viene a la cabeza es: “Pedro, ¿tú me amas?... Apacienta mis ovejas” (Jn 21:15). Confiemos en que, cuando pinten bastos, “si te he visto, no me acuerdo” (Mt 126:69-75).

Tras este circunstancial desahogo irónico, recordemos que Charles de Gaulle fue nombrado presidente de Francia el 8 de enero de 1959. Unos años después, en mayo del 68, le oí hablar muchas veces en la televisión francesa. Realmente, me encantaba escuchar a tan peculiar personaje hablando un francés denso, de sonora fonética cavernosa, con un discurso bien trabado y lleno de impactantes imágenes sugerentes. Me gustaba aquel francés pulcro, lógico y persuasivo, de un personaje honesto que, diez años después, se alejaría de la política por la puerta grande al perder un referéndum en el que se proponía “descentralizar” la administración francesa. ¡Vivir para ver!

Es un recuerdo que me aviva la sensación de desorientación y dispersión que hoy vivimos en una España en la que hasta los dialectos se levantan en armas reivindicando la condición de lenguas. Soy de la opinión de que toda lengua, y también todo dialecto o habla popular, es una gran riqueza de los habitantes de un determinado territorio, riqueza que es preciso conservar y aquilatar. Pero la ingeniosa herramienta del lenguaje, que nos permite concebir el mundo y expresar nuestro interior de una forma determinada, pierde todo su encanto y virtualidad cuando se convierte en arma arrojadiza de unos contra otros, en meollo identificativo excluyente de cuantos, en un determinado territorio, no lo conocen o no lo utilizan. Entre herramienta de expresión y de agresión media un abismo suicida.

Confusión de lenguas en la Torre de Babel

Las muchas lenguas que se hablan en el mundo demuestran una enorme capacidad de expresión simbólica de los seres humanos para describir el escenario común y exponer contenidos y matices sobre cómo lo piensan y lo sienten. No es cuestión de pararse ahora a hacer una comparativa sobre las variadísimas formas en que los humanos nos expresamos para trazar un mapa lingüístico exhaustivo. Sería, además de una tarea prolija que nada añadiría a esta reflexión matinal, una empresa imposible debido a que todas las lenguas son históricas: nacen, crecen y mueren. Hoy hablamos con toda naturalidad de “lenguas muertas”, aunque sigan coleando en las entrañas de las que siguen en vigor.

Para los españoles debería ser un orgullo que en nuestro territorio se hable, por ejemplo, español, gallego, vasco, catalán, valenciano y hasta que sobrevivan dejes de los dialectos leonés y extremeño en la zona de la Sierra de Francia, donde yo nací, y de tantos otros en otros pueblos y villas. Las distintas hablas de los pueblos deben ser solo lo que son de suyo: expresiones distintas de formas de pensar y sentir parecidas. Servirse de ellas para otros fines es desnaturalizarlas, prostituirlas.

De Gaulle

De Gaulle y su rico francés han suscitado en mí una reflexión que deberían hacer, muy detenidamente, cuantos españoles pretenden utilizar su lengua como espada hiriente o como escudo protector para conseguir otros fines, sean legítimos o no. Es una auténtica aberración que en España el preciado valor de la cultura que son nuestras lenguas se utilice para la consecución de tan dudosos objetivos como hacerles la cama a separatismos extemporáneos. Esta reflexión nos invita a mimar y conocer en lo posible todas nuestras lenguas “españolas” para enriquecernos con ellas y disfrutar las bellezas de pensamientos y sentimientos que cada una atesora.

La capacidad de comunicación que cada lengua tenga, me refiero al número de sus hablantes, aunque sea el factor determinante a la hora de decidirse a estudiar una nueva lengua, nada tiene que ver ni con su riqueza intrínseca ni con la belleza que atesora.

Correo electrónico: ramonhernadezmartin@gmail.com

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