Desayuna conmigo (martes, 21.4.20) Si yo fuera mayor

 

Vacuna de la amargura

 

ama-32

Dado que hoy celebramos el día mundial de la creatividad y la innovación y que realmente me siento un jovenzuelo travieso, siempre dispuesto a gastar bromas y que hace algún tiempo me vacunaron contra las tragedias y las miserias de la vida, hoy me toca, siguiendo el dictamen de “creatividad” del día, jugar a ser mayor, pongamos de anciano a punto de cumplir 80 años, pero eso sí, sin achaques, suficientemente ágil y moderadamente deportista.

1437373422976

Desde la altura de esa edad, el tiempo, aunque disparado ya hacia su cierre definitivo, responde a otras coordenadas: lo hecho, hecho está y ya no queda más que dejar pasar los días de forma tranquila y sosegada, a la espera de la consumación total. Lo dicta así la enorme cantidad de experiencias acumuladas en las alforjas, la persuasión de que uno está ya de vuelta de todo y de que, a pesar de la novedad absoluta de esos bichos con corona que nos atacan, es difícil que la vida siga sorprendiéndolo.

Y, como algo ha de tener bueno lo inevitable (teniendo siete años, un día me enfadé seriamente con un amigo, que tenía ocho, porque no quería esperarme un año para tener ambos los mismos años), esa longevidad se convierte en lotería que premia con el saboreo de bellezas y dulzuras, desechadas antes por el ritmo trepidante de la vida. Así, esta mañana me he paseado tranquilamente por el jardín y me he recreado contemplando la apertura de un capullo de rosa, el engalanamiento de un matorral de margaritas amarillas, el crecimiento de las hojas nuevas de un laurel y un olivo, el crecimiento rápido de los nuevos brotes de unos kiwis y el revestimiento colorista de unas photinias.

a5e1bdfda16627ec9c7b34a702f5e7c1

Tras ello, al abrir el móvil, me he encontrado con un mensaje en Facebook, enviado por un familiar, que ha atraído poderosamente mi atención. Muy adornado, contenía una frase lapidaria de la madre Teresa de Calcuta, que decía: “por cada gota de dulzura que alguien da, hay una gota menos de amargura en el mundo” y he pensado que la mejor vacuna, parecida a esa que ahora buscamos a marchas forzadas como defensa del coronavirus, era la dulzura para erradicar la inmensa amargura en la que navegamos y naufragamos.

Ese pensamiento me ha arrancado del idílico escenario en que me estaba recreando para pasearme por el mundo entero y ver a la mitad de la humanidad, confinada en sus viviendas, sufriendo de claustrofobias, sometida a tensiones, agobiada de miedos, impotente no ya para dar un beso, sino también para decir siquiera adiós a sus seres queridos tan cruelmente linchados por el virus. ¡Cuánta amargura! El campo escenificado por la Santa de Calcuta va a necesitar muchas gotas de dulzura para erradicar tanta amargura. Pero me ha aliviado un poco descubrir que la buena madre Teresa se había equivocado en sus cálculos porque, realmente, una sola gota de dulzura hace desaparecer mil de amargura. Lo certifica así aquello evangélico del “ciento por uno” o aquello otro, tan evidente y didáctico, de que “se atrapan más moscas con una gota de miel que con un tonel de vinagre”.

papa-com-idoso

Y claro, en ese paseo por el mundo he visto también que hay millones de personas que están regalando dulzuras, sonrisas y atenciones no solo a los enfermos en los hospitales y centros de salud, sino también a los clientes en los supermercados, a los transeúntes en las calles y, sobre todo, a los niños en las casas.  En este contexto, me ha parecido que lo propio de una persona mayor, nuestra protagonista del desayuno de hoy, no es la pasión impetuosa e intrépida, sino el sosiego, la ternura y la dulzura. La ancianidad, respaldada por una familia viva y una vida laboral fructífera, se convierte en inagotable fuente de dulzura. Ciertamente, a los ochenta años uno ya no está para enfundarse un equipo bélico ni para echarse a la espalda los utensilios de un deporte de riesgo. Un buen sofá, un bonito jardín y un paseo a la orilla del río o del mar se convierten mágicamente en ricos museos repletos de bellezas, en acogedoras capillas que favorecen emotivas oraciones, en paraísos que transforman el tiempo en eternidad, en laboratorios de la vacuna “dulzura”.

preview_m

De caer en la tentación de asomarse a la ventana para ver cómo transcurre la vida ahí afuera, al ver los afanes de un inmenso hormiguero que no para yendo de un lado para otro, seguro que le entran ganas de gritar en silencio: por favor, no seáis insensatos ni tontos, afanándoos por algo tan fútil e inútil como el poder político usurpador, el dinero solo necesario para despilfarros y el prestigio que barren los vientos; cuanto antes aprendáis que el más rico es el que menos necesita y que la amargura se cura con dulzura, tanto mejor para vosotros.

tercera-edad-k40H-U601067440876hJ-624x385@Las Provincias

Es posible que, si las naciones fueran gobernadas por ancianos lúcidos y duchos en el acontecer ciudadano, las tensiones de esta sociedad alocada nuestra decrecerían y la vida transcurriría a un ritmo mucho más lento, más tolerable y plácido. Puede que los ciudadanos llegáramos a saborear incluso los minutos. Y hasta sería posible que, trabajando menos pero mejor, se consiguiera saciar todas las hambres y curar o aliviar todas las enfermedades. Su experiencia y su sabiduría haría innecesaria la pléyade de parásitos asesores que chupan la sangre de los dineros públicos. Por otro lado, al haber aprendido a vivir modestamente con sus pequeñas pensiones, es seguro que no necesitarían emolumentos astronómicos ni, desde luego, multimillonarias pensiones vitalicias. La edad y la sabiduría son altamente rentables en un mundo forzosamente pobre.

1580295488_987801_1580295632_noticia_normal_recorte1

En suma, si del viejo se tomara de verdad el consejo, otro gallo nos cantaría a la hora de planificar la vida familiar y social, ese torbellino de aconteceres que, sin darnos cuenta, convierte rápidamente la infancia en vejez y nos obliga a decir adiós a este mundo cuando apenas hemos aterrizado en él. La gran amargura añadida a nuestros días, los que estamos viviendo en este convulso año del doble veinte, es que el malhadado pistolero del virus, que parece contratado por la Seguridad Social para ahorrarse pensiones, se está cargando con suma facilidad a los viejos tras aislarlos para que ni siquiera puedan ser llorados por sus seres queridos. Ojalá que una de las grandes lecciones que la sociedad saque de tamaño desatino sea que, al verse obligada a llorar a destiempo a sus queridos viejos arrebatados, valore como es debido a los que todavía sigan en pie, porque ellos son los que, en definitiva, dan dulzura al mundo y contrarrestan tantas amarguras. Sabiendo que ellos son lo que todos llegaremos a ser, si tenemos la fortuna de llegar donde ellos han llegado, nos cuidaremos mucho más de que su ser tales sea mucho mejor.

isabel-gtres-m

Además de la creatividad que hoy nos ha servido en bandeja la reflexión que precede, el día nos recuerda que en 1944 las mujeres francesas consiguieron la mayoría de edad social al poder votar en las elecciones, paso importante, incluso decisivo, para avanzar en el proyecto ya imparable de establecer la igualdad de hombres y mujeres en todas las dimensiones vitales que no estén condicionadas por las diferencias sexuales; que en 1915 nació Anthony Quinn, ese gigante de la creatividad cinematográfica, tan caracterizado de persona mayor y que tanto nos ha entretenido con sus películas, y que en 1926 nació Isabel II, la reina británica, a la que siempre hemos visto como mujer muy aplomada, como reina eterna o piedra angular de una forma de concebir la vida política o, n suma, como museo viviente de una época periclitada.

9788428548885_00_640x640

Digamos que a los ochenta años uno palpa ya que el tiempo se metamorfosea en eternidad y que urge  repartir la inmensa dulzura acumulada para no sepultarla en la tumba. Siendo la dulzura la vacuna contra la amargura, sería imperdonable derramarla inútilmente en un mundo ahogado en la amargura. En este contexto, me alivia mucho pensar que la fe que profeso como cristiano es pura dulzura; que Dios es el mejor padre imaginable siempre misericordioso y que las lágrimas de Jesús frente a la tumba de su amigo Lázaro  lo devolvieron a la vida.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gamail.com

Volver arriba