Desayuna conmigo (lunes, 6.4.20) A moverse tocan

¿Círculo vicioso?

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“Un círculo vicioso es una situación que no sabemos cómo romper exactamente porque parece que siempre se repite la misma historia”. La de un círculo vicioso es precisamente la posición en que esta mañana me pone mi cabeza, tan atiborrada de tensiones y sensaciones contradictorias, cuya meta y salida se cifra en aguantar el robo del tiempo que parece que se nos está haciendo con la reclusión domiciliaria. Será que el encierro prolongado comienza a hacer mella en el propósito de sacarle alguna partida a tanto tiempo de reposo letal. A fin de cuentas, uno debe reconocer que la carne y el hueso de que está hecho son permeables al dolor y al desaliento.

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En estas, la Organización Mundial de la Salud (OMS) nos sale hoy al paso con una propuesta que, en las actuales circunstancias, parece hecha más para la risa que para conseguir sus propósitos: la celebración hoy del día mundial de la actividad física, como paso previo o introductorio para celebrar mañana el de la salud. Se trata de una celebración con la que la OMS se propone concienciar e informar a la población mundial sobre la necesidad de adquirir hábitos de vida saludables.

Ya hemos apuntado que tal propuesta puede prestarse al sarcasmo de muchos al aconsejar actividad física cuando a uno se le obliga a permanecer recluido en apartamentos de cincuenta metros cuadrados o menos. Mucho me temo que la carencia del espacio necesario para practicar “hábitos de vida saludable” va a ocasionar que muchos españoles terminemos el período de reclusión como estrategia para pararle los pies a un virus invasor con unos cuantos kilos de más encima, y eso que no somos pocos los que ya pecamos de obesidad. De hecho, cuando por circunstancias me paso tres o cuatro días sin hacer a buen paso el largo paseo de una docena de kms que estoy habituado a hacer, el cuerpo se me vuelve pesado y amorfo y la mente, apática y comodona. Lo de “mens sana in corpore sano” debe de ser una verdad muy contrastada.

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No obstante, parece que el enclaustramiento obligatorio no es o no debe ser excusa para arremolinarse en el sofá y dejar que las horas transcurran muertas en el “dolce far niente” italiano o en el nirvana budista, si no en un letargo o hibernación animal. Lo demuestra muy claramente la noticia difundida hace unos días sobre que un atleta logró correr todo un señor maratón en torno a una mesa de salón. Sus 42.195 metros reglamentarios le exigirían dar unos 56 mil pasos y ello supondría algo más de 5 mil vueltas en torno a la mesa. Es obvio que tal hazaña es posible, salvo que el atleta pudiera terminar mareado con tanto giro a la derecha o a la izquierda o a ambos lados en caso de cambiar de dirección, cosa que no ocurrió en el caso de la noticia aludida.

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Que mi casa cuente en su interior con cuarenta cómodos escalones me convierte en un privilegiado para afrontar la tarea del necesario ejercicio físico para mantenerse en forma y despierto. No hay ni comparación con la hazaña de nuestro atleta: con solo subir las escaleras diez veces por la mañana, cinco más antes de comer y, finalmente, otras diez después de cenar, mil escalones en total, cosa que se hace en muy poco tiempo, seguro que podría mantenerme en plena forma. Lo malo no es hacerlo un día, sino perseverar en ello día tras días hasta que nos abran la puerta de casa.

De todas formas, sea cual sea el espacio de que uno disponga en su casa, siempre habrá formas de mover el esqueleto para que soporte mejor las carnes. De hacerlo, seguro que la mente descarga acumulaciones y tentaciones perjudiciales para la salud. Si para lograrlo no hay más remedio que dar cinco mil vueltas en torno a una mesa, se dan y aquí paz y gloria, porque, haciéndolo, seguro que el cuerpo disfruta más de la comida y de la bebida, mientras que la mente, al estar más despejada y ser más activa, se descargará fácilmente de los nubarrones que estos días nos amenazan.

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En resumen, si estar en forma es bueno y aconsejable para todos los días, lo es mucho más para los días de reclusión forzosa. Y así como hay gente que se ahoga en un vaso de agua, en contrapartida tendremos que ser capaces durante este tiempo de sacarle un gran partido gimnástico a cada metro cuadrado de espacio de que dispongamos.

Este lunes, en el mismo inicio de un viaje santo a ninguna parte, salvo que lo hagamos a nuestro propio interior, nos pone los dientes largos y nos hace la boca agua recordar que, un día como hoy de 1896, en Atenas se inauguraron los primeros juegos olímpicos de la era moderna, los juegos de cuyo espectáculo también nos privará este año el pernicioso virus que padecemos.

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La nota de alegría de hoy, como si de un aplauso más a la ocho de la noche se tratara, la pone Massiel con la canción “la, la, la”, ganadora en este día de 1968 del Festival de Eurovisión. La cosa tuvo su anécdota sintomática en el hecho de que, finalmente, la cantara una mujer (Massiel) en vez de un hombre (Serrat), debido a una de las muchas imbecilidades que arrastra consigo  un nacionalismo exacerbado. Sin ánimo de comparar a la una con el otro, puede que, de haberla cantado el hombre, ni el galardón lo hubiera ganado España ni la canción se hubiera vuelto tan popular.

Este humilde lunes santo, que tanto tiempo nos regala para merodear por casa, nos invita a hacer algo en favor de nuestra salud poniéndonos pinchos en el sofá para obligarnos a deambular ágiles por pasillos y salones, aunque solo sea tarareando la alegre canción del “la, la, la”, cuya letra parece haber sido escrita para alegrar este día de reclusión forzada: “Yo canto a la mañana / que ve mi juventud. / Y al sol que día a día / nos trae nueva inquietud. / Todo en la vida es. / Te cantan cuando naces / y también en el adiós. / La, la, la, La, la, la”.

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Y puesto que hoy es lunes de un tiempo santo, nada más natural que uno pueda preguntarse dónde anda Dios en todo esto. Mi convicción cristiana me lleva a pensar que nos podemos encontrar con él de cara fácilmente en cada paso que demos en torno a la mesa de comedor, en cada peldaño de escalera que subamos y en cada “la” de la canción que tarareemos. De atenerme a mi propia experiencia de andariego, confesaré que el esfuerzo físico de caminar facilita que la belleza envolvente penetre fácilmente hasta el tuétano de mis huesos y que la conversación con el fiel Acompañante se vuelva fluida y emotiva.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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