Desayuna conmigo (viernes, 20.11.20) Los niños, la mejor alegría de la tierra y del cielo

¡Hola!, ¿me escucha alguien?

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Hoy debo comenzar este desayuno con una excusa inaplazable debido a que ayer tuve un gran despiste al hablar del “día mundial de la memoria transexual”, celebración que corresponde al día de hoy. Valga aquí, por tanto, lo dicho allí. Fue solo un despiste de fecha por el que pido disculpas. Dicho lo cual, al abrir la agenda reflexiva de hoy, la mañana me lanza a la pantalla las palabras “niño”, “África” y “Franco” y las siglas “SETI”, pidiendo paso como puntos fuertes de la efeméride de este viernes. Bromeando un poco, pues siempre es bueno hacerlo moderadamente, es difícil conectarlas entre sí como tema, salvo que uno tuviera el atrevimiento de decir que Franco fue niño, se forjó en África y se comportó más como un extraterrestre amorfo y sin sentimientos que como un ser humano. No, pero no es el caso. Tal vez fuera mejor decir que África, aunque sea el continente más viejo, todavía no ha rebasado la infancia a pesar de los latigazos a que la someten sus muchos tiranos, y que sigue esperando su santo advenimiento económico. En fin, mejor es que vayamos a lo nuestro, sabiendo que lo nuestro, como cristianos, es todo lo humano, eso que ha enamorado a Dios de tal manera que lo ha puesto en la tesitura de darse a ello sin cortapisas ni límites.

Día de niño

Efectivamente, aunque hace solo unos días hablábamos de la más ruin de las perversiones humanas, la de convertir a los niños en juguetes sexuales, el día requiere que hoy abordemos toda su entidad y derecho al celebrarse el “día universal del niño”. Se trata de una celebración que se inició en 1925 a raíz de la Conferencia Mundial sobre el Bienestar Infantil de Ginebra, efeméride que tomó brío en 1959 por la “Declaración universal de los derechos del niño” y se consolidó en 1989 por la aprobación de la “Convención de los derechos del niño”, el más universal de los tratados internacionales que le conciernen.

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El propósito de esta celebración se cifra en crear conciencia en las escuelas y en la sociedad de que la infancia es una etapa de la vida irrepetible y crucial y que hay que conseguir que todos los niños estén protegidos y seguros, tengan salud y reciban educación, independientemente del lugar de su nacimiento”. Recordemos que unos cuatrocientos millones de niños viven todavía en la pobreza extrema, que casi trescientos millones no están escolarizados y que unos seis millones mueren cada año por causas previsibles y evitables. Es preciso que la sociedad global no olvide que los niños son el colectivo más vulnerable, sobre todo, ante situaciones de crisis y problemas de cualquier orden que sean.

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Por lo que a nuestro propósito se refiere, obviando el inframundo del cobarde maltrato infantil y el más vejatorio e inimaginable de su instrumentación sexual, digamos que los niños son una hermosa metáfora del cielo que se nos ha prometido y que, mientras la vida dura, las más hermosas vivencias de cualquier ser humano que se precie son las de traerlos al mundo y acompasar su maduración. Una ciudad y un país sin niños son, claramente, una ciudad y un país muertos, no solo por la falta de continuidad, sino también por la falta de vida. El mejor baremo para medir el talante y el sentido común de los ciudadanos de un territorio determinado es ver cómo salvaguardan la vida de sus niños y cómo los educan. El peor crimen de una sociedad es robar la inocencia de los niños por abusos sexuales y la infancia por otros muchos abusos, como convertirlos en obreros y soldados o exigirles que alcancen metas que fueron inalcanzables para sus padres. Si un niño no juega hasta caer exhausto, se ensucia hasta poner de los nervios a su madre y ríe despreocupado, incluso en los momentos más tensos y dramáticos, es porque alguien  le ha robado la infancia.

Africa

África irrumpe en nuestro discurso de esta mañana como el impresionante continente que es y el que hoy cuenta con mayor porcentaje de jóvenes. Allí surgió la vida humana y es posible que allí tenga que buscar refugio algún día. Su vejez no impide que siga siendo un continente virgen, con un enorme potencial industrial todavía por explotar y una vitalidad asombrosa: 16% de la población mundial y solo el 2% del mercado internacional. Nunca he visto niños tan alegres como los egipcios que mendigaban algo que comer en torno a nuestro barco de lujo cuando navegábamos por las aguas del Nilo. En su “Agenda 2030”,  la ONU se ha propuesto que cada país del mundo tenga la capacidad de proveerse a sí mismo, haciendo uso de las potencialidades que existen en su territorio”, meta que no alcanzarán muchos de los países africanos a juzgar por las emigraciones a que, para poder sobrevivir, se ven sometidos no pocos de sus ciudadanos.

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Hace hoy justo 45 años moría Franco tras un deterioro físico muy cruel, quién sabe si como justiprecio por una vida sin piedad. Crecí en un universo cultural en el que él parecía ser un mesías enviado por Dios para salvar España, amparado en las procesiones por el palio ritual y valorado casi o sin casi como santo por no pocos de mis formadores. La tormenta que invariablemente explota cuando surgen las dos Españas es el árbol que hoy todavía nos impide ver el bosque, un denso bosque que un día se mostrará con toda su grandeza y mezquindad, justo cuando cese el vendaval de intereses partidistas que todavía nos domina. Muchos necesitamos, todavía hoy, mucha paciencia viendo cómo unos pocos se aprovechan descaradamente del río revuelto que nos arrastra. Esta es una ocasión pintiparada para sostener lo que siempre he venido diciendo: que de esta vida nadie se va de rositas, pues ella es el auténtico juicio final que termina poniendo cada cosa en su sitio.

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Todavía nos quedan hoy las siglas SETI, el “servicio de búsqueda de inteligencia extraterrestre”, organismo creado un día como hoy de 1984. Ahí fuera hay, sin duda, mucha tela que cortar. Los entendidos dicen que el 75% de Universo es “energía oscura; el 20%, materia oscura y el 5% restante es lo que nosotros ya conocemos, conocimiento que nos lleva, con alguna probabilidad de acierto, a pensar que en él hay diez billones de galaxias que tienen, por media, unos cien millones de estrellas o soles cada una. Asombrosa cifra que nos hace pensar, si somos capaces de imaginarla, en unos cien mil trillones de cuerpos incandescentes. Si de las estrellas descendemos a los planetas, contando con que cada una de ellas tenga una media de diez, tendríamos que hablar de un millón de trillones.

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¿Somos nosotros realmente el centro de este inimaginable e inabarcable Universo al que algunos le ponen un radio de 48 mil millones de años luz? ¿Acaso Dios creó todo eso para el hombre? ¿Qué hay realmente ahí fuera? Sin dejarle espacio al desaliento, llevamos ya varios decenios intentando captar alguna señal de vida inteligente y lanzando señales por si alguien las pudiera recibir. Puede que algún día ocurra el milagro, pero ¿qué pasaría entonces? Quizá fuera ese el momento de cambiar muchas de las estructuras sobre las que hemos construido nuestra vida, de adquirir clara conciencia de nuestros verdaderos límites y de comenzar a comportarnos racionalmente, es decir, con el sentido común que predica el Evangelio de Jesús y que se deriva del amor y de la fraternidad universal. Puede que solo entonces comenzáramos a tener una idea aproximada sobre la auténtica grandeza del Dios en quien creemos.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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