Audaz relectura del cristianismo (58) El patíbulo de junio

¿Exámenes de qué y para qué?

exámenes de junio

En este junio, ya declinante, el mes caliente de la enseñanza, cúmulo de tensiones y depresiones estudiantiles, de esfuerzos vanos y de crueles pruebas, merece la pena reflexionar un instante sobre la “educación”, palabra clave de todas las sociedades avanzadas. Su programación, su metodología y sus contenidos llenan miles de páginas cada año, sin que hayamos desentrañado todavía sus entresijos. Urge rescatarla del servilismo político a que está sometida para convertirla en motor de desarrollo y humanización.

Muchos interrogantes cuestionan la rentabilidad de su enorme costo, la pedagogía de los sistemas utilizados y la fijación de los contenidos básicos para lograr una maduración humana que encauce las emociones y habilite para el desempeño profesional de los roles sociales.

Solo un osado escribidor como yo se adentraría en un espacio como este en terreno tan pantanoso. Por ello, atraeré solo la atención sobre algunos principios generales basándome en mis muchos años de estudiante y algunos más de profesor.

La escuela

La enseñanza, empresa de profesores y alumnos

Los profesores, una vez asegurada una remuneración económica suficiente que les permita vivir dignamente, deben tener siempre en cuenta su condición de trabajadores dedicados a la primordial tarea de una docencia cuyo elevado costo es preciso rentabilizar. De otro modo, despilfarrarán haberes, defraudarán una legítima aspiración social y no se librarán de sentir de alguna manera los latigazos de su propia frustración profesional.

Cada profesor en particular y el cuerpo de profesores en general, por cuyas manos pasa un estudiante en su devenir académico, son responsables, individual y colectivamente, tanto de la madurez humana del educando como de su capacitación profesional. Por eso, el profesorado tiene una importancia decisiva no solo en la planificación de la enseñanza, en sus métodos y en la selección de sus contenidos, sino también en lograr que el trabajo de los alumnos resulte provechoso. Sin su colaboración, los políticos jamás lograrán delinear un sistema ecuánime y efectivo.

Reunión de profesores

Autonomía de la educación

La educación es hoy un avispero de intereses partidistas. Las reformas educativas, tan frecuentes como frustrantes por su cortedad de miras, deberían encomendarse a los buenos profesionales de la enseñanza. Solo los regímenes totalitarios acaparan la enseñanza como el más eficiente instrumento de propaganda. Urge que los ciudadanos exijamos la despolitización de una enseñanza que solo requiere de los políticos medios y apoyo. Nada tiene de particular que la sociedad, atónita y esquilmada por el proceder actual, contemple impotente el despilfarro de millones de euros invertidos en una tarea abocada al fracaso y, lo que es peor, a la manipulación de los ciudadanos.

Vocación profesional

Llegados a este punto, cabe preguntarse si los profesores están preparados no solo para acometer las tareas específicas que les corresponden como profesionales educadores, sino también la labor de establecer las líneas maestras de una educación que cumpla sus cometidos esenciales. Cabe la sospecha de que la deficiente educación española se debe más a las carencias y a la desidia patente de los docentes que a los intereses partidistas de los políticos.

Desconcierto

De contar con buenos profesionales, conscientes de la trascendencia de su profesión, para mejorar sustancialmente la enseñanza española actual bastaría que los estudiantes, de primaria a posgrado, sean conscientes de que la sociedad invierte mucho dinero en su formación. Sus indolencias y vagancias, además de perjudiciales para ellos mismos, resultan muy gravosas. La buena educación requiere, además de medios suficientes, el trabajo competente de los educadores y el esfuerzo de los educandos. 

Nada se conseguirá si el profesor no impone a sus alumnos un ritmo de trabajo serio y provechoso durante todo el curso escolar. Su labor requiere disciplina y respeto en las aulas. No tiene ni pies ni cabeza que se desespere y desgañite exigiendo silencio en clase. Por su parte, el alumno indolente dilapida dinero público. La clase, repito, es el lugar donde deben trabajar provechosamente educadores y educandos.  

Procedimientos

No es cuestión de dilucidar aquí si las clases deben durar cuatro o cinco horas diarias o cuántos deben ser los días lectivos anuales, sino de sentar el principio de que, duren lo que duren o sean los que sean, todas las clases y todos los días lectivos han de ser aprovechados como es debido. Tampoco es cuestión de entrar aquí en la médula de una educación que, para ser eficaz, ha de gestionar tanto la diversidad de alumnos como sus emociones positivas y negativas, sino de entender que tales variables han de ser tenidas en cuenta para conseguir su objetivo principal: la maduración profesional y humana de los educandos.

Clase magisterial

Insisto en que urge concretar las materias a impartir en cada etapa y elegir el mejor procedimiento para hacerlo. A mi criterio de estudiante largo y de profesor corto, lo racional es que sean los docentes quienes acuerden los contenidos comunes necesarios para todos los españoles y determinen el método más provechoso para enseñarlos. En cuanto a lo primero, una mínima prudencia me impide siquiera opinar, si bien debo denunciar que los políticos prescriban a conveniencia los contenidos de la historia y elijan los relativos a la convivencia cívica. En cuanto a lo segundo, no creo desbarrar si opino que un trabajo fructífero requiere tiempos mínimos de docencia magisterial para abrir horizontes y tiempos largos de “estudios asistidos”, alternados con asuetos lúdicos y deportivos, para alcanzarlos. En el tiempo escolar hay cabida holgada para que los niños y los jóvenes se formen sin renunciar ni a su niñez ni a su juventud. 

Peleando con un exámen

¿Exámenes de junio?

Ante tal perspectiva, el actual sistema es nefasto. Las soporíferas clases magisteriales a nada conducen. Los “deberes” roban a los alumnos porciones importantes de su niñez, adolescencia y juventud. De nada sirven y nada demuestran los exámenes. A ningún trabajador se lo examina antes de pagarle el salario. Junio, con sus exámenes finales, es un mes improductivo y cruel. ¿A qué conduce torturar tanto a los alumnos?

La acreditación justa al final de un curso es la certificación de haber trabajado satisfactoriamente durante todo el año. Los exámenes finales, tan aleatorios e inútiles, no parecen servir más que para la revancha cruel de profesores adocenados.

Danza prima, San Juan de Mieres

Asignatura de religión

En el ámbito particular de estas reflexiones, digamos que lo “religioso” es parte importante del bagaje cultural histórico, razón suficiente para que merezca la categoría de “asignatura troncal” de la educación académica.  No obstante, la maduración cristiana ha de fraguarse en las iglesias.

¡Ojalá que en esta mágica noche de San Juan las hogueras quemen tantos desatinos de nuestro actual sistema educativo para que renazca pujante de sus cenizas el sentido común!

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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