Desayuna conmigo (sábado, 18.4.20) Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia

Simplicísima verdad evangélica

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Esta es una mañana en la que las piedras me salen al paso, no sé si para invitarme a construir algo con ellas o para hacerme tropezar y caer de bruces. De cualquier forma, la piedra desempeña un papel fundamental en el desarrollo de la vida humana, pues su dureza y durabilidad la convierten en soporte y símbolo de muchas de las más esenciales aspiraciones de los seres humanos. Hace unos días, mientras cenaba, vi un programa  en la 2 muy aleccionador y hermoso, dedicado a los más grandes monumentos que los hombres han construido. 

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Cuando tuve la fortuna de visitar Egipto, por doquier me asombró que los grandes faraones hubieran depositado en la piedra sus ansias de eternidad. Jesús la tuvo muy en cuenta no solo a la hora de pensar en su Iglesia, asentada sobre la piedra de Simón convertido en “Pedro”, sino también a la de presentarse a sí mismo como la “piedra angular”, desechada por los constructores. Para un hombre como yo, nacido en la Sierra de Francia en la que la piedra está tan presente en sus edificios, viales y bancales, y ser hijo de un excelente picapedrero y cantero, hablar de la piedra es como hacerlo del pan nuestro de cada día.

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Todo esto viene a cuento porque, un día como hoy de 1506, el papa Julio II colocaba la primera piedra de la basílica de san Pedro en Roma La obsesión de los israelitas era tener un templo digno para albergar en él al Dios vivo de sus padres. Los cristianos, tras ellos, se han pasado veinte siglos levantando capillas, ermitas, iglesias, templos, basílicas, santuarios, monasterios y catedrales por doquier. Inútil sería entretenerse en contar los edificios sagrados en los que los cristianos han empleado un montón de recursos para albergar a Dios como en su casa. Aun admitiendo que Dios se pudiera acomodar en esas casas, ¿de verdad necesitaría tantas?

De cara a una conciencia cristiana bien formada, el emporio del Vaticano siempre ha suscitado dudas sobre si debe ser valorado como instrumento de evangelización o como simple orgullo de la imaginación y del quehacer artístico humanos. Es difícil que hoy podamos imaginar siquiera un catolicismo al margen de lo que es y significa el Vaticano, el edificio y su contenido funcional. Por otro lado, como testigo fiel del dominio religioso absoluto  del mundo durante muchos siglos  y, pongo por caso, como sede museística, su valor sobrepasaría cualquier cálculo optimista.

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Para un cristiano de nuestro tiempo, sincero y honesto consigo mismo y que tenga información suficiente sobre la obra de salvación de Jesús, ni su soberbia arquitectura ni su no menos soberbia funcionalidad de soporte institucional de la Iglesia universal tiene justificación alguna. Una Iglesia, en la que los pobres sean realmente una opción preferencial, se cierra el camino evangelizador si ella misma no es pobre, si no rubrica su obra con una rigurosa austeridad económica e institucional. Que la iglesia no sea pobre a la vista está. En cuanto a sus estructuras, ¿adónde puede ir una Iglesia tan sobrecargada, no ya de ornamentos y ritos, sino de príncipes (cardenales) y señores feudales (obispos)? Tales instituciones, francamente obsoletas para los hombres de nuestro tiempo, resultan escandalosas para quienes trabajan en las periferias del evangelio, luchando contra tanta pobreza humana, y, más aún, para quienes no pueden menos de comparar los comportamientos de unos y otros.

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Queramos o no, el tema nos lleva a la disfunción denunciada por Jesús en los evangelios: en lo sucesivo, los verdaderos adoradores de Dios no necesitarán templos y, menos aún, podemos añadir sin ambages, las estructuras propias de un imperio político y económico. Extraña ver la extraordinaria sencillez de un papa como Francisco paseándose por los escenarios del Vaticano. Pero, ¡pobre del predicador o pastor que se atreva a predicar tan cristalinas verdades! Chocará de frente con quien está dispuesto a justificar lo injustificable argumentando que lo mejor del hombre debe ser tributado a Dios. Y lo mejor del hombre es, claramente, el rendimiento de su trabajo y su oro. ¡Cuántos hombres han vivido en la más absoluta pobreza por haber obrado así en el pasado!

Este tema suscita de nuevo lo que hemos tratado hace solo unos días: Dios quiere “templos vivos”, templos de carne y hueso, templos en los que él pueda hacer que su corazón lata al compás del corazón humano. Templos, en fin, que reorienten nuestra mirada hacia él a través de la mirada que dirigimos al hombre, especialmente al hombre necesitado, sabiendo que todos, incluso quienes copan los primeros puestos en los ranking de riqueza y poder, somos necesitados.

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Y, por aquello de que “si no quieres una taza, toma dos”, un día como hoy de 1649 se consagró la catedral metropolitana de la Inmaculada Concepción en Puebla de Zaragoza (México), uno de los más importantes inmuebles del centro histórico, declarado patrimonio de la humanidad. Realmente, un orgullo para el pueblo mexicano, pero un testigo afónico o incluso mudo a la hora de justificar y promover la evangelización que México, España y el resto del mundo necesitan en nuestro tiempo.

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La fecha de hoy abunda aún más en grandes edificaciones humanas, pues viene a recordarnos que un día como hoy de 1923 abrió por primera vez sus puertas el Yankee Stadium de Nueva York, ese soberbio templo de la nueva religión en que se ha convertido el deporte, religión a la que el imperceptible virus, que nos ha encarcelado a todos, está poniendo en jaque. Afortunadamente, para los cristianos que de verdad desean ver arder el mundo, parece que ese maldito bichejo está despertando las ínfulas de una auténtica religión basada en una eficiente solidaridad humana para mayor gloria de Dios.

Que, además, hoy sea el “día internacional de los monumentos y los sitios” viene a recordarnos la grandeza y la habilidad humana para levantar grandes estructuras arquitectónicas y artísticas, pero sin permitir que nos olvidemos del sufriente mundo en que vivimos, pues también hoy se celebra el “día europeo de los derechos del paciente”, celebración que se viste de luto por tantos muertos que no deberían haber muerto y que nos ahoga en llanto y dolor a los vivos.

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Así, el día de hoy viene a invitarnos a construir templos vivos en nuestros cuerpos (vidas) para el gran Dios que se ha hecho uno de nosotros y camina a nuestro lado. ¡Qué lejos están las grandes teologías y las no menos grandes estructuras dogmáticas e institucionales de la simplicísima verdad de los Evangelios! Los grandes doctores de la Iglesia y sus grandes y prestigiosos dirigentes eclesiales solo deberían afanarse por convencernos a todos de que realmente Dios se ha hecho uno de nosotros y camina a nuestro lado para que nosotros caminemos con él. ¡Bendito será el día en que, convencidos de algo tan sencillo y bello, nos dejemos empapar por la alegría que irradia!

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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