Desayuna conmigo (lunes, 28.12.20) El reino de los cielos es de los niños

La objeción de conciencia, ETA y san Abel

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El discurso del tiempo ha conseguido que la atención de este día se fije en el ingenio convertido en broma chistosa, partiendo de un hecho tan evidente como que en los niños no hay maldad ni dobles intenciones. En otras palabras, se reduce lo más característico de la celebración de hoy, la inocencia, a la fijación en el sentido directo de lo que se dice o se hace con doble o triple intención. Y así, de un día que litúrgicamente debería ser vivido como muy trágico, con el amargo llanto que siempre provoca la muerte de un niño, hemos pasado a la broma fácil que juega con su inocencia. Al igual que he dicho de las luces y de los adornos navideños, cualquiera que sea su simbolismo directo, que eran materia sacramental navideña, también diré que el sentir divertido de este día es una forma de realzar el protagonismo cultural de una infancia de cuya inocencia nos alejamos, desgraciadamente, cuando crecemos. ¡Menos mal que hay días como este que nos recuerdan que, por muchos callos que tengan nuestras manos y por muchas canas que peinemos, también nosotros seguimos siendo niños!

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Sin duda, el hecho en sí, encuadrado en la magia celestial que envuelve los inicios de la vida del Niño Dios, nada o poco tiene que ver con la terrible ferocidad del “ogro” Herodes que se come a los niños, incluidos sus hijos, para que no lo apeen de su trono. De tomarlo tal cual, la primera terrible consideración que uno podría hacer sería la de sospechar que el ángel que libró al niño Jesús de la matanza herodiana debía de ser muy malo al no librar también, pudiendo hacerlo, a los muchos niños que supuestamente fueron sacrificados en este día. ¿Quién de nosotros, que somos malos, no acude raudo en ayuda de un niño que esté en peligro? Quedémonos, mejor que con la horrorosa matanza de bebés que la liturgia celebra, con que la mano del Altísimo estaba con el bebé Jesús, igual que lo está con todo ser humano que viene a este mundo, pues no en vano decimos que Dios es nuestro padre.

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Hacemos muy bien en llamar “inocentes” a los niños supuestamente acuchillados por orden de Herodes, una inocencia que los cristianos deberíamos catapultar hasta el mismo paraíso terrenal para desterrar de nuestras conciencias, de una vez por todas, el baldón de un supuesto “pecado original” heredado por nuestra condición y que hace que nazcamos sucios. ¡Qué gran fraude ha sido para la humanidad lo de “heredar pecados”, por muy apalancada que la cuestión esté en el dogma, cuando ni siquiera los más injustos códigos humanos se atreven a cargar las culpas de los padres sobre las espaldas de sus hijos! Sí, sí, es bien notorio que hay mucha maldad en el mundo, pero no procede emitir un diagnóstico tan simplón como el del pecado original sobre una cuestión tan palmaria como la presencia del mal en el mundo para después aplicarle tratamientos tan desproporcionados como inútiles. Debemos escarbar mucho más en nuestra mente para descubrir las razones reales por las que el mal se introduce en nuestros comportamientos a fin de que, una vez conocidas sus auténticas causas, podamos aplicarle el remedio debido. En este blog ya hemos aludido a la luminosa perspectiva que nos ofrece la comprensión de lo que realmente son los valores y los contravalores, la construcción de la vida o su demolición, las virtualidades favorables o desfavorables que se plasman en cada una de nuestras acciones. Insisto en que la clave de la comprensión del bien y del mal está en que todo valor, lo substancioso, es, por lo general, costoso en cuanto producto del esfuerzo, del sacrificio y de la virtud, mientras que todo contravalor, epidérmico o circunstancial, es placentero y fácil.

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El lector me dispensará de entretenerme en describir la riqueza cultural y costumbrista con que los distintos pueblos han venido celebrando un día tan singular como el de hoy, en el que el ingenio juega caprichosamente con la inocencia y el doble sentido. Sin embargo, le ruego que me permita dos apuntes de muy distinto calado. El primero es que no me resisto a referir que, hace unos años, al ir a abrir esta mañana mi perfumería de Mieres, me encontré con que la Casa de Cultura, que tenía en frente, estaba empapelada con carteles en los que se leía en letras muy grandes: “se traspasa”. Eran tiempos en que se hablaba mucho no solo del poco interés de los ciudadanos por la cultura, sino también del nulo apoyo que le prestaba el ayuntamiento local. Ni que decir tiene que la broma, que solo duró las primeras horas de la mañana, sentó a cuerno quemado a los dirigentes del ayuntamiento, mientras que los ciudadanos de Mieres la aplaudieron como se merecía.

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El segundo apunte se refiere al hecho de que, en algunos lugares, el “día de los inocentes” se celebra como el “día de los locos” con todo tipo de locuras, graciosas unas y de muy de mal gusto otras. Originariamente, la coincidencia fue meramente temporal, pues  los clérigos jóvenes celebraban la fiesta de los locos entre Navidad y Año Nuevo. Se trataba de fiestas muy carnavalescas, burlonas e irreverentes, durante las que los muchachos jugaban, bebían, comían en los altares, cantaban canciones sarcásticas y obscenas, imponían castigos graciosos, se disfrazaban, parodiaban a los sacerdotes, elegían un obispo o incluso un papa, se colocaban las indumentarias al revés y hacían procesiones hacia atrás”. Era una forma burlesca de expresar la inconformidad y de denunciar con contundencia los abusos de los eclesiásticos. Fue una fiesta que estuvo muy de moda en Centroeuropa, si bien todavía hoy se celebran desfiles y procesiones semejantes en algunos lugares. Por lo demás, ni que decir tiene lo fácil que resultó hilvanar la inocencia del niño con la inopia del loco para desencadenar un jolgorio popular tan desinhibido.

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Amparados por el paraguas de la inocencia, aunque no sea más que para guarecernos de la que hoy está cayendo en el norte de España, dejemos constancias de algunas concomitancias que apuntan en la misma dirección que la festividad litúrgica de hoy. Me refiero, en primer lugar, a que, un día como hoy de 1984, entró en vigor en España la ley de la objeción de conciencia con relación al servicio militar, un importante paso, aunque muy injusto, para dar salida a cuantos jóvenes sentían un fuerte rechazo a la guerra y a las armas para matar seres humanos, sin cuestionar por ello su amor a la patria y su disposición a defenderla, aunque sin armas, cuando fuera necesario. Además, un día como hoy de 2013, ETA reconoció en un comunicado el daño que había causado con sus acciones terroristas, como paso necesario para acogerse a beneficios penitenciarios, beneficios que se están aplicando sin que, al parecer, ella haya hecho nada por repararlo. Y, finalmente, hoy se celebra, por inaudito que parezca, la festividad de san Abel, el hijo bueno de Adán y Eva, el justo cuyas ofrendas eran gratas a Dios según la narración bíblica.

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Los jóvenes pacíficos y pacificadores, una ETA que estuviera realmente arrepentida y el justo Abel son temas que tienen mucho que ver con la “inocencia” que llena este peculiar día. Buena lástima es que lo de ETA sea una “noticia falsa” y lo de Abel, una “broma”, pertenecientes ambas a la epidermis humorística de un hermoso día como este, cuya sustancia radica en la belleza inmaculada de todo niño y en la de cualquier comportamiento humano que, resistiéndose al atractivo del contravalor, construya la humanidad. ¡Qué gran verdad anunció Jesús cuando se atrevió a decir que el reino de los cielos pertenece a los niños y a los que son como ellos!

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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