Lejos de mí siquiera la intención de asomarme a la “ingeniería financiera” que dirige no solo el mundo con la economía global y cada Estado con sus presupuestos, algunos como los de la lechera que acaban de ser aprobados en España, sino también la economía doméstica, la más sencilla y fácil, pero también la más importante, pues misión suya es poner orden en la casa en unos tiempos en que muchos se las ven moradas para llegar a fin de mes y capear los números rojos de sus cuentas. Mirando más adentro y en clave cristiana, a uno le asusta que el dinero, metamorfoseando en entidad su quehacer instrumental, se convierta en un dios menor tiránico, vengativo y justiciero. ¡Ay, cielo santo, cuántos quebraderos de cabeza y dolores de estómago produce el dinero, con lo difícil que es emprender la misión sin alforjas, sin un solo euro en los bolsillos y fiado de la maravillosa providencia divina!

Pues bien, hoy, amigos lectores, es el “día internacional de los bancos”, celebración con que la ONU quiere facilitar nada menos que el cumplimiento de su “Agenda 2030” de economía sostenible, a la que tantas veces hemos aludido. Esta celebración surge de un decreto de la ONU del año pasado en el que reconoce “la importante aportación de la banca internacional con el fin de financiar el desarrollo sostenible y de esta forma mejorar la calidad de vida de la población mundial”. Dicho así, parece una formulación utópica que pretende guardar la ropa, como si previera que el zarpazo de un fatal coronavirus, obligando a inversiones precipitadas, desmontaría el sistema.  Se trata de encomiables pretensiones financieras que las circunstancias posponen a un futuro incierto, pues la misma ONU es muy consciente de la actual volatilidad financiera y de las vicisitudes políticas, sociales y ambientales que, a cada paso, socavan los cimientos y cortan la cresta de cualquier proyecto de mejora. Nadie en su sano juicio podría cuestionar hoy el acierto y el sentido común de las pretensiones de satisfacer las necesidades más inmediatas de cuantos países, que no son pocos, están atravesando por fuertes dificultades económicas, sociales y ambientales.

Suena muy optimista confiar que, al menos en el corto plazo, se produzca “una restructuración de la llamada deuda soberana y un nuevo diseño del sistema tributario internacional como soluciones viables, sobre todo en estos momentos de grandes cambios en los distintos sectores de la sociedad”. Lograr un desarrollo sostenible es una ingente tarea de gobiernos y gobernados, tan necesaria como urgente para erradicar la pobreza, eliminar las desigualdades y frenar el deterioro del cambio climático, aunque todo ello solo se pueda lograr muy poco a poco.

Si de los plomizos cielos financieros descendemos a la atmósfera que respiramos en nuestras casas, es obligado reconocer el gran servicio que los Bancos prestan al funcionamiento de las familias y de las sociedades, pero ello no justifica de ninguna manera el alto precio que hacen pagar a los ciudadanos por el manejo de sus propios dineros. No me refiero solo a que dichos servicios sean caros, que lo son y mucho, sino también a que el dinero ahorrado sea productivo solo para la entidad bancaria. Tal ocurre, por ejemplo, cuando el dinero depositado en una cuenta corriente no produce nada, aunque el banco lo preste después a terceros a un interés sustancioso. Además, aconsejando a los ahorradores en su condición de expertos en finanzas, los bancos los embarcan en aventuras que terminan tragándose, a veces, hasta el 90% de la inversión, política que no hace más que agrandar la bolsa de la pobreza.

Llegados a este punto, de plantear el tema del dinero en nuestro ámbito cristiano, más nos vale no meternos en el zarzal de cómo lo está manejando la Iglesia institucional, que se confiesa continuadora de la obra de Jesús. Nos evitaremos así crueles decepciones y gruesos escándalos. ¿Se pudo despistar tanto Jesús al enviar a sus discípulos a predicar el reino de Dios a los pueblos y a las ciudades sin alforjas y sin preocuparse siquiera de qué comerían, fiándose de que el Padre celestial los alimentaría mejor que a las aves del cielo? Sin duda, en el haber de la Iglesia de los fieles hay mucho heroísmo en cuanto al manejo del dinero se refiere, pues con muy poquito y su sudor han logrado hacer mucho, pero también hay demasiado escándalo y vergüenza a ese respecto en el haber de la Iglesia institucional. ¿Por qué la Iglesia se las ha arreglado a lo largo de toda su historia para mantener encendidas al mismo tiempo una vela a Dios y otra al diablo?

Tras haber permitido que nos exploten y hasta que nos aten una piedra de molino al cuello y nos arrojen al mar, aflojemos ahora un poco la tensión muscular y contemplemos complacidos, celebrando hoy también el “día internacional del guepardo”, la fiereza y la hermosura de un animal tan poderoso, preocupados, eso sí, por que no terminen de arrebatarlo a nuestros ojos. Se trata de una celebración que tiene nombre propio, el de Khayam, un guepardo que la Dra. Laurie Marker acogió cuando era cachorro y lo crio en cautividad para lanzarlo después a la selva como si hubiera estado siempre en ella. Este hermoso felino, que ya nos ha salido al paso en este blog, corre serio peligro de desaparición, pues apenas quedan siete mil en todo el mundo. Con sus zancadas de unos 7 metros, casi un salto olímpico nuestro, alcanza en solo tres segundos los 110 km/h, poco menos que la velocidad máxima permitida a nuestros coches en las autovías. Recordemos que este animal utiliza su cola como timón y que su numerosa progenie, de hasta 8 cachorros en algunos partos, apenas le permite sobrevivir porque, a ese nivel, el mayor de los depredadores también es depredado.

Dos apuntes más, de otro orden para completar el desayuno de una mañana en la que nos asalta la duda de si el mayor depredador es el guepardo o lo son los bancos. El primer apunte es para aplaudir a Santiago de Compostela, aunque este año su Camino esté casi desértico, al recordar que, un día como hoy de 1985, fue declarado por la UNESCO “Patrimonio de la Humanidad”. Sus méritos, más allá de un Camino que ya lo es de por sí, saltan a la vista, pues basta darse un paseo sosegado por sus calles para gozar de su monumentalidad. En una visita que allí hicimos todavía no hace mucho, un buen amigo gallego nos invitó a tumbarnos de espaldas en la Plaza del Obradoiro con la cabeza en dirección a la fachada de la catedral, para asombro de los turistas y peregrinos circundantes. Resultó verdad que, mirando las torres de la catedral en esa postura, se tenía la sensación de surcar los cielos. Ciertamente algo debe de haber de eso de conectarse en Santiago con los cielos, pues no son pocos los que, tras hacer el Camino, aparte de los beneficios turísticos y deportivos que obtienen de su esfuerzo, confiesan que su espíritu cambia y que su sensibilidad humana crece.

Por lo demás y como el segundo apunte, hoy no puedo sustraerme de ningún modo a la celebración de Santa Bárbara, pues llevo toda la mañana oyendo desde donde escribo la sonería del reloj del Ayuntamiento de Mieres tocando la impresionante y trepidante canción minera de “Santa Bárbara bendita, patrona de los mineros”. No es cuestión de recordar aquí la historia de esta santa del s. III, tan decisiva y valerosa, martirizada al estilo de San Lorenzo y decapitada después por su propio padre, al que dicen que fulminó un rayo, en castigo acorde con la balanza justiciera del diente por diente. Es la patrona nada menos que de la artillería y de la minería y de ella, según la sabiduría popular, solo nos acordamos cuando truena. Aunque ahora no truene, si de climatología hablamos, hoy es una buena ocasión para recordarla en Asturias, pues tenemos un tiempo sumamente desapacible, mucha humedad y nubes pegadas a tierra. La pena es que la Santa Bárbara asturiana se esté quedando sin fieles, con una HUNOSA que lanza sus tentáculos en todas direcciones en busca de algo con lo que nutrirse, cuando todavía ayer mismo era, junto con ENSIDESA, el timón de toda esta región. Lamentablemente, fueron tiempos desaprovechados, de los que, no obstante, muchos empresarios se me quejaban (por entonces, últimos setenta, yo trabajaba organización de empresas), diciéndome que ambas empresas, acomodadas a las subvenciones estatales, más que faros guía para la economía asturiana, eran frenos parasitarios. Los resultados, a la vista están.

Para volar al cielo por entre las torres de la catedral de Santiago debemos despojarnos antes de los fardos que llevamos a la espalda como despensa, que también son un lastre para hacer el Camino sagrado y, sobre todo, para predicar el reino de Dios. Las subvenciones que parasitan son pesos muertos. Los cristianos hemos sido comisionados para, en tres segundos, alcanzar una velocidad de crucero de más de cien km/h y exhibir en la carrera la gran hermosura de nuestra propia condición. Por mucho que nos cueste, hemos de convertir el valor-contravalor dinero, tras cobrarnos el merecido salario que nos sustenta, en solo “valor de evangelización”.

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