Desayuna conmigo (sábado, 28.11.20) El tonto listo

El pobre rico

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Dos flamantes oxímoron nos sirven para introducir esta mañana una reflexión más relajada que las de los días precedentes, con tantos contenidos exigentes, duros y trascendentales para su vida. Lo digo porque hoy quiero compartir con los seguidores de este blog algo que un amigo me ha enviado estos días por Facebook sobre una historieta curiosa que derrocha sabiduría y ternura en el ámbito del título, como anécdota pícara y candorosa de un tonto de pueblo que, sin embargo, era más listo que cuantos pretendían reírse de él. Ello viene a demostrar, una vez más, a los desconfiados y a los intolerantes que, muchas veces, las cosas no son lo que parecen y que, si ahondamos en lo que nos contraría, hasta puede que nos llevemos gratas sorpresas. Es mejor finalizar ya este preludio e ir directamente a la anécdota, que podríamos resumir en los términos siguientes.

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En una pequeña villa de cualquier lugar, un grupo de hombres se divertía un rato todos los días a cuenta del tonto del pueblo, un pobre infeliz tan ingenuo, primario e ignorante, que solo servía para realizar pequeños encargos a los vecinos y que malvivía  con lo que ellos le iban dando generosamente. Pues bien, a diario, cuando lo veían pasar delante del bar donde se reunían, lo llamaban y le ponían sobre la barra dos monedas, una mayor que otra, supongamos que una de 0,50 y otra de 1 euro, al tiempo que le decían: - “Si aciertas cuál de las dos es de más valor, entonces te la quedas”. Invariablemente, el tonto reía ingenuamente, las cogía en la mano, las miraba bien y elegía la mayor, la de 0.50 euros, pues, ya se sabe, cuando se ignoran calidades, lo mejor es “burro grande, ande o no ande”. Los juerguistas se tronchaban de risa y, tras asegurarle que era muy listo, le regalaban la moneda que había elegido. Y así, día tras día, el respetable se divertía y el tonto se llevaba algo para su casa.

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Recuerdo a este respecto que, presidiendo yo la asociación lúdico festiva que, ya hace unos años, habíamos creado en el Puerto de San Isidro, en la entrega de premios de un campeonato, a la señora que quedó segunda en el de parchís le dimos como trofeo un frasco de colonia de 50 cc que valía unas cinco mil pesetas, y a la tercera, una botella de agua de colonia de baño de un litro de doscientas pesetas. Pues bien, la del segundo premio, una pobre mujer que se tenía por muy lista pero que era rematadamente idiota, nos armó la de Dios es Cristo diciendo que a la que había quedado en tercer lugar le habíamos dado un premio mucho mejor que el suyo.

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Volviendo a nuestra historieta anecdótica, un buen hombre que observaba la jarana que a diario se traían los hombres del bar con un tonto que había despertado su simpatía, tras haber elegido este por enésima vez la moneda más grande, pero de menor valor, lo abordó a solas en la calle y le dijo: - “Oye, amigo, ¿cómo es posible que, tras reírse ellos tanto de ti, todavía no te hayas dado cuenta todavía de que la moneda de mayor valor es la más pequeña?”. Entonces, nuestro tonto listo se volvió hacia él y con una mirada picarona, le replicó sin titubear: - “¡Anda, claro que sé que la moneda grande vale la mitad que la pequeña!”. Sorprendido, su interlocutor volvió a la carga: – “Pero entonces ¿por qué no eliges la pequeña?”. –“Ay, señor, -concluyó nuestro tonto- si lo hiciera, se acabaría el juego”.

Diez  euros I

Conmovido por la agudeza y el ingenio de aquel tonto-listo, el buen hombre sacó de su bolsillo un billete y le dijo que se lo regalaría si sabía decirle el valor que tenía. Nuestro tonto protagonista lo cogió y, tras manosearlo un poco y mirando regocijado a su mecenas con unos ojos que parecía que iban a desencajarse de sus órbitas, le dijo: “Es un billete de diez euros, que vale lo mismo que diez monedas de las pequeñas y veinte de las grandes que todos los días me ponen encima de la barra del bar”. Tras regalarle el billete y sintiéndose agradecido por una gran lección que le había salido muy barata, el mecenas ahondó en las razones de tan sorprendente comportamiento preguntándole de nuevo: - “Pero ¿no te duele que se rían tanto de ti”. Entonces el tonto se puso serio y, con el aplomo de un filósofo bohemio y la seguridad de un moralista mesiánico, le respondió: - “No, no me duele, porque no se ríen de mí, sino a mi costa, y a mí me hace feliz saber que, haciéndome el tonto, les alegro la vida por un precio tan pequeño como medio euro”.

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El autor del relato dice que la anécdota podía concluir aquí, con el asombro del curioso interlocutor, el mecenas del tonto, pero que no es así, porque de nada serviría si de ella no se sacara la conclusión de que debe importarnos un pito lo que los demás piensen de nosotros y de que debemos preocuparnos solo por lo que nosotros pensamos de nosotros mismos, sabiendo en última instancia que el hombre verdaderamente inteligente es el que se comporta como un tonto delante de un tonto que aparenta ser inteligente, además de que una ambición desmedida puede agotar la fuente de nuestros propios ingresos. No en vano la sabiduría popular llegó a la apodíctica conclusión de que la avaricia rompe el saco.

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Ignoro por qué, pero es una anécdota que atrajo mi atención quizá porque me lleva directamente a los escenarios que recorrió Jesús proclamando aquello de que “los últimos serán los primeros”, tras haber hecho de los pobres y de los menesterosos el objetivo preferente de su misión de salvación. Algunos santos, muy duchos en los menesteres del más y del menos, se han atrevido a proponer que es muy saludable pensar en qué es preferible, si revolcarse en placeres prohibidos durante el soplo que dura la presente vida a costa de una eternidad desdichada o comportarse como Jesús nos enseñó, cargando con la propia cruz y siguiendo sus pasos durante ese soplo de tiempo a cambio de una eternidad dichosa. De todos modos, perder para ganar siempre será una buena táctica en todos los órdenes de la vida.

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Volviendo a los escenarios de Jesús, nos encontramos con la hermosa y aleccionadora parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón, aunque sea una parábola muy cruel. Ahondando en el tema, ahí están las Bienaventuranzas y el Juicio Final que nos ayudan a entender a fondo lo de perder para ganar. En este contexto, confieso que siempre me ha sorprendido la ilógica conclusión de la parábola de los talentos, pues el sentir evangélico sobre la pobreza habría exigido que el que recibió cinco talentos, temeroso de perderlos, hubiera devuelto a su dueño solo los cinco talentos recibidos y hubiera sido castigado por ello, mientras que el que recibió dos los duplicara efectivamente y el que solo uno, lo triplicara, dando valor, una vez más, a lo de que los últimos en haberes serán los primeros en premios. De todos modos, los seguidores de este blog ya saben que el señor de esa parábola me parece demasiado usurero y justiciero.

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Rematando la faena con la irrupción en escena, como no puede ser menos, de la imagen de nuestra Iglesia, que es lo que a la postre nos importa, aunque sean muchos los cristianos que elijan llevar una vida austera y tantos de entre ellos se decanten por la pobreza conforme a lo que han jurado solemnemente con sus votos, lo cierto es que nos damos de bruces con un emporio de poder y de riqueza, al menos por el incalculable valor del patrimonio que ha ido acumulando durante siglos. Frente a los faraones egipcios, que explotaron a su pueblo a golpe de látigo y por un plato de lentejas para construir las pirámides, los dirigentes eclesiales de todos los tiempos han hecho lo propio para que sus fieles llenen de catedrales y grandes templos todo el mundo a golpe de infierno y de promesas de una felicidad eterna cuya concesión no está en sus manos. Pero, ¡qué pobre se está quedando nuestra rica Iglesia no solo al no poder mantener hoy en pie tan enorme patrimonio muerto, sino también al no ofrecer el alimento espiritual que las masas de nuestro tiempo necesitan por el lastre que arrastra consigo! Lamentablemente, sigue siendo verdad que no es lo mismo predicar que dar trigo (léase eucaristía). Pero, seguro que mañana será otro día.

Correo electrónico: ramonhenandezmartin@gmail.com

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