Desayuna conmigo (jueves, 8.10.20) “Si no veo en sus manos…”

El mar y sus tesoros

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A nadie se nos escapa que una persona ciega, por más que pueda desplegar una actividad asombrosa potenciando otras habilidades y sirviéndose de ellas con agilidad, es como un recinto cerrado, sin ventanas para dejar paso a la luz ni horizontes que contemplar. Sin necesidad de ahondar en el tema para aportar abundantes testimonios pertinentes, la visión y los ojos juegan un papel determinante en el cristianismo no solo porque Jesús curaba a los ciegos que le salían al paso, sino también por la importancia del ver y, en última instancia, por su valor metafórico para encarnar la contemplación. Delinear bien el rostro de Dios es el objetivo fundamental tanto de la fe que confía como de la teología que indaga.

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De que Jesús curara a los ciegos hay claros testimonios en los evangelios. Por otra parte, ante la majestuosidad y extrañeza del evento que da pie a la andadura cristiana, el de la resurrección del Señor, Tomás dice fiarse mucho más de sus ojos que del testimonio de sus compañeros a la hora de aceptarlo: “si no veo en sus manos las heridas de los clavos…”.

Pero quizá lo más desconcertante sea lo que se cuenta del otro Tomás, el de Aquino, doctor de la Iglesia, luz a su vez para quienes, quemándose las pestañas en los mamotretos, han indagado en la idea de Dios y querido saber cosas sobre su forma de proceder en lo referente a la creación y a la redención. Pues bien, dicen que después de haber tenido una visión en la que Dios se le mostró tal cual era, el Aquinate valoró su inmensa y profunda obra, esa cuyo esplendor sea quizá el emocionante canto del “pange lingua”, como paja, como basura, comparada, claro está, con lo que él había contemplado en su éxtasis. A este respecto, no debemos olvidar que los místicos, al alcanzar la cumbre de sus arrobos espirituales, describen la experiencia como “contemplación” o encuentro cara a cara con Dios. Abunda en ello aquello de Pablo a los Corintios, cuando les dice que “ni ojo vio ni oído oyó lo que Dios nos tiene preparado”, eso que fundamenta precisamente la “esperanza radical”, base inconmovible del cristianismo y sustento sólido de este mismo blog.

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Viene a cuanto todo esto de que hoy celebramos el “día mundial de la visión”, celebración promovida por la OMS y el Organismo Internacional de Prevención de la Ceguera, con el propósito de concienciarnos sobre los diferentes tipos de afecciones visuales y sus tratamientos, haciendo hincapié sobre todo en la conveniencia de una prevención adecuada, que evite muchas afecciones o que, al menos, impida que degeneren en ceguera. Se calcula que, tras los esfuerzos realizados por la OMS en su programa “Visión 2020”, año este en el que estamos y puesto en 1999 como tope para alcanzar determinados objetivos, en el mundo sigue habiendo más de dos mil doscientos millones de personas con deficiencias visuales, la mitad de las cuales podrían haber sido tratadas y evitadas con una simple operación de cataratas o con unas gafas. Los totalmente ciegos sobrepasan hoy los 65 millones. Estamos ante un gran reto para el conjunto de una humanidad que cuenta con medios científicos y técnicos sobrados, pero a la que le faltan medios económicos y quizá la voluntad de ponerle remedio.

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El programa “VISIÓN 2020” buscaba eliminar para esa fecha “todos los posibles cuadros de ceguera evitable y asegurar que ninguna persona en el mundo volviera a quedar ciega por una afección que pueda ser curada, operada o corregida”. A la vista está que lo único que hoy se ha cumplido es el plazo, pues sus objetivos siguen estando muy lejos. Llegados a este punto, nos sentimos obligados a reconocer el encomiable papel que en España juega la ONCE (Organización Nacional de Ciegos Españoles), entidad que está mejorando la calidad de vida de cerca de cien mil personas, el 87% de las cuales tiene solo deficiencias visuales. Hace ya años, en conversación que tuve la suerte de mantener con uno de los más altos dirigentes de la ONCE de entonces, completamente ciego desde los dos años, comenté en voz alta la gran desgracia que era para un hombre quedarse ciego, lamento frente al que él reaccionó con agilidad mental diciéndome: “¡Qué va, hombre! ¡Ya podían ser todas las desgracias que padecemos los seres humanos como la de perder la vista!”. Él, claro está, lo demostraba con una gran desenvoltura vital, social y empresarial.

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Metidos en honduras, el día nos lleva como de la mano a las profundidades del misterioso mar que nos envuelve por todas partes y que dicen que fue el origen de la vida en la Tierra. Lo digo porque también hoy se celebra el “día internacional del pulpo”, una de las especies que más ha sobrevivido con sus casi trescientos millones de años a la espalda. Se trata de uno de los animales más misteriosos, del que existen más de 300 especies y que tiene más de 500 millones de neuronas, tres corazones y poderosos tentáculos. Su rareza hace que, a la hora de imaginar mundos exóticos, poblados por monstruos, tanto los cineastas como los cuentistas y los pintores los hayan utilizado profusamente para plasmar sus fantasías. Para el común de los mortales, servido en la mesa, digamos que como “pulpo a la gallega”, se convierte en una nutritiva delicia gastronómica que aporta muchos minerales necesarios para el organismo, pero del que no conviene abusar porque también contiene metales pesados que pueden ser perjudiciales para la salud.

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Nuestro desayuno de hoy nos deja un regusto amargo, rayano en el vómito, al recordarnos que hace muy poquito, un día como hoy de 2018, el doctor condenado por haber robado una niña recién nacida en 1969 fue absuelto por la prescripción de su delito. ¡Qué barbaridades, incluso sin golpear ni rajar ni matar, somos capaces de cometer los humanos por intereses ramplones! Desde luego, una gran barbaridad humana es robarle a una pobre mujer, precisamente por su condición de tal o porque es ignorante o porque está sola, el hijo que acaba de salir de sus entrañas, diciéndole que ha muerto en el parto, para poder dárselo a otra mujer impunemente, tras disimular jurídicamente un parto propio. Aunque la vida del recién nacido se haya visto muy mejorada por tan inhumano desarraigo, el delito alcanza todos los niveles de la impiedad y el grado más alto de robo, razón por la que nunca debería prescribir y los delincuentes, tanto el personal sanitario cooperador como sus beneficiarios, deberían ser condenados a un comportamiento humano corrector y a un expolio proporcional.

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Lamentablemente para nosotros, aunque eso sea lo que quizá más nos convenga en las actuales circunstancias, en el mundo en que vivimos nos toca caminar en tinieblas: las ciencias, ese dios que tantos adoran, apenas nos arrojan tenues luces entre nubes y sombras, y la fe, por muy luminosa que la consideremos, nos enfrenta a “misterios”. De ahí que no nos quede otro remedio que seguir adelante con el ojo apagado y el oído muerto, teniendo a san Pablo como referencia testimonial. El mundo entero semeja una inmensa ONCE que nos ayuda a movernos con dificultades y a ir ganándonos de alguna manera el pan nuestro de cada día. Pero la futilidad del tiempo, esa que hace prescribir delitos tan graves como el robo de bebés, pronto le robará el adjetivo “radical” a nuestra “esperanza” y hará que caigan sus velos para encontrarnos, como el de Aquino, frente a frente con la verdad que nos hará comprender del todo no solo qué somos, sino también para qué hemos sido creados. Seguro que, cuando arribemos a ese profundo océano tan lleno de misterios, cabalgaremos felices a lomos de divertidos cefalópodos.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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