"Lo que parecía una renuncia, se convirtió en un regalo" Carta de la mujer de un diácono a la esposa de un posible aspirante: "No tengas miedo de dar el "sí"

"Muchas veces sucede que un hombre siente en su corazón la inquietud hacia el diaconado y, lleno de ilusión, se lo comunica a su esposa"
"No es raro que ella, en un primer momento, no lo vea con buenos ojos y piense que esa vocación le va a robar a su marido, a su matrimonio o a sus hijos. ¡Cuántas vocaciones se habrán apagado y perdido por ese motivo!"
"Por eso le he pedido a mi mujer que sea ella misma quien escriba estas palabras, para que pueda compartir, desde su experiencia, todo el bien que esta vocación ha traído a nuestra vida familiar"
"Por eso le he pedido a mi mujer que sea ella misma quien escriba estas palabras, para que pueda compartir, desde su experiencia, todo el bien que esta vocación ha traído a nuestra vida familiar"
Muchas veces sucede que un hombre siente en su corazón la inquietud hacia el diaconado y, lleno de ilusión, se lo comunica a su esposa. No es raro que ella, en un primer momento, no lo vea con buenos ojos y piense que esa vocación le va a robar a su marido, a su matrimonio o a sus hijos. ¡Cuántas vocaciones se habrán apagado y perdido por ese motivo! Por eso le he pedido a mi mujer que sea ella misma quien escriba estas palabras, para que pueda compartir, desde su experiencia, todo el bien que esta vocación ha traído a nuestra vida familiar.
¡Hola! Me atrevo a escribirte porque sé muy bien lo que pasa por tu corazón en este momento. Cuando tu marido te habla por primera vez de la posibilidad de ser diácono, algo dentro de ti se revuelve. No sabes si alegrarte, si asustarte o si simplemente decirle que no. Y, casi sin pensarlo, lo primero que sale de tus labios es un “esto nos va a cambiar la vida, y no para bien”. Yo también lo dije, yo también lo sentí. Pensaba que la Iglesia quería robarme al marido, que me lo iban a quitar de casa, que sus atenciones hacia mí y hacia los niños se reducirían, que lo perdería poco a poco entre estudios, celebraciones y compromisos. Pero con el tiempo descubrí que Dios nunca quita nada, sino que lo transforma todo y lo engrandece.
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Al principio tenía miedo de verme sola, de que él estuviera más ocupado en los estudios o la parroquia que en casa. Me preguntaba quién me iba a ayudar en las pequeñas cosas cotidianas, quién se ocuparía de los deberes de los hijos o de los problemas que cada día surgen en una familia. Pero pronto la realidad me enseñó otra cosa: que el Señor, al llamarlo a él, también me llamaba a mí. Que el diaconado no era solo su vocación, sino también la mía, vivida desde el amor y el acompañamiento. Comprendí que aquel camino que mi marido emprendía, lo estábamos recorriendo los dos, de la mano, y que el Señor quería regalarme a mí tanto como a él.

Y así fue. Desde que recibió la ordenación, puedo decirte con el corazón en la mano que tengo un esposo mejor. No porque antes no lo fuera, sino porque ahora lo veo más lleno de Dios, más paciente, más atento, más dispuesto a escuchar. Aquello que temía perder, lo encontré multiplicado. El diaconado no lo alejó de nuestra casa; lo acercó más que nunca. En lugar de sentirme desplazada, me siento más querida. Lo mismo puedo decir de nuestros hijos: al principio pensaban que papá tendría menos tiempo para ellos, pero ahora confiesan que lo sienten más cercano, más capaz de enseñarles con el ejemplo lo que significa vivir la fe con alegría.
"Quiero hablarte con sinceridad: sí, hay sacrificios. Hay fines de semana que se complican, hay celebraciones en las que tienes que esperarle un poco más, hay días en que él está cansado y tú también. Pero siempre, siempre, recibimos mucho más de lo que damos"

El ministerio diaconal no solo ha hecho de mi esposo un servidor más generoso en la Iglesia, sino que también lo ha hecho más esposo y más padre en casa. Y todo esto no se debe a su esfuerzo humano, sino a la gracia sacramental que, al ser derramada sobre él, se derramó también sobre todos nosotros. Nuestro hogar se convirtió poco a poco en un lugar distinto: hay más paz, más oración compartida, más cariño en los detalles sencillos. Podría decirte que el Señor se metió en nuestra casa de lleno, y que desde entonces nada ha vuelto a ser igual. Quiero hablarte con sinceridad: sí, hay sacrificios. Hay fines de semana que se complican, hay celebraciones en las que tienes que esperarle un poco más, hay días en que él está cansado y tú también. Pero siempre, siempre, recibimos mucho más de lo que damos. Cada gesto de servicio que él hace en la Iglesia se convierte en bendición para nosotros. Cada bautizo, cada proclamación del Evangelio, cada oración compartida con los enfermos, se refleja en casa en forma de alegría, de paz, de fortaleza. Nada se pierde, todo vuelve multiplicado. Y es hermoso comprobar cómo lo que él ofrece con sus manos, Dios lo devuelve a nuestro matrimonio y a nuestra familia como un regalo mayor.

Aunque durante la misa mi esposo no esté físicamente a mi lado, lo siento cercano. Desde el presbiterio lo vivo como si compartiera conmigo cada gesto. Cuando levanta el cáliz con la Sangre de Cristo, experimento que también yo lo sostengo, unida a él y elevo la copa de la salvación.
Por eso, si ahora sientes miedo, quiero animarte a que confíes. El diaconado no te va a robar a tu marido ni a tus hijos. No te va a quitar nada de lo que es tuyo, porque el amor conyugal es indisoluble y permanece como el fundamento de todo. Al contrario, el Señor os va a regalar más amor, más unión, más alegría. Tú serás su primera compañera de camino, la primera en sostenerle y también la primera en disfrutar de esa gracia. Porque, aunque las ordenaciones se reciben individualmente, la vocación diaconal se vive en familia.
Hoy puedo decirte con serenidad y gratitud que me siento más esposa que nunca. El diaconado ha sacado lo mejor de mi marido, y eso lo disfruto yo la primera. Me siento parte de su ministerio porque sé que, cuando sirve en la Iglesia, también me está enseñando a mí y a los nuestros a vivir con más entrega, con más fe y con más amor. No tengas miedo de dar el “sí” que tu esposo necesita escuchar de tus labios. Ese “sí” será el principio de una aventura preciosa en la que descubrirás que el Señor no entra en una casa para quitar, sino para llenarla de su presencia.
Te lo digo con toda el alma: lo que parecía una renuncia, se convirtió en un regalo. Lo que al inicio me asustaba, ahora me llena de gratitud. El diaconado de mi esposo no me lo arrebató; me lo devolvió nuevo, más lleno de Dios, más mío que nunca. Y nuestros hijos, lejos de perderlo, lo han ganado como padre y como testigo de fe.

Por eso, recibe estas palabras como un abrazo fraterno. No estás sola en tus miedos ni en tus dudas. Todas hemos pasado por ahí. Pero también muchas podemos decirte, desde la experiencia, que merece la pena, que vale la pena confiar en Dios y dejarle entrar de lleno en tu hogar. Descubrirás que se recibe siempre mucho más de lo que se da.
Termino poniéndote en manos de José, el esposo de María, a quien considero modelo para la mujer del diácono. Él permanecía en un discreto segundo plano, pero fue custodio fiel del Redentor. Así también la esposa acompaña silenciosa, sosteniendo con humildad una misión imprescindible. Y que María, esposa y madre, te acompañe y te dé paz en este camino.
Con cariño y gratitud,
Una esposa de diácono
