"Un tiempo de gracia, renovación y fraternidad… sin eco mediático" Encuentro Nacional del Diaconado Permanente, la vocación que sigue creciendo en la Iglesia
"El XL Encuentro Nacional del Diaconado Permanente, celebrado este año en Santander del 5 al 8 de diciembre de 2025"
"Las conferencias del reconocido teólogo Darío Vitali suscitaron reflexión y también debate. Como cuando expuso que el ministerio diaconal es, en ciertos aspectos, más importante para la Iglesia que el presbiteral"
El XL Encuentro Nacional del Diaconado Permanente, celebrado este año en Santander del 5 al 8 de diciembre de 2025, ha vuelto a reunir a un grupo significativo de diáconos junto a algunos de sus familiares, especialmente esposas e hijos, que también forman parte vital de este camino vocacional. Aunque numéricamente la participación no ha sido especialmente elevada, sí ha habido representación de prácticamente toda la geografía española, con presencia de diócesis grandes, medianas y pequeñas, lo que permitió ampliar la visión y compartir la rica diversidad con la que este ministerio se encarna en nuestras comunidades. Sin embargo, llamó la atención la ausencia de diócesis cercanas como las vascas, navarra o las insulares, que en otras ocasiones habían realizado grandes esfuerzos por estar presentes, como si hizo el representante de la norteafricana ciudad de Melilla, que se merece una medalla. Esta circunstancia invita a reflexionar no solo sobre la dificultad logística, sino también sobre la necesidad de fortalecer la conciencia de pertenencia eclesial y la importancia de encontrarse y caminar juntos.
Una vez más, resultó llamativo —y en cierto modo preocupante— que el evento pasara completamente desapercibido para los medios de comunicación, tanto nacionales como locales. Ni siquiera la prensa de Santander recogió su existencia, como si el diaconado siguiera siendo un ministerio invisible o, peor aún, innecesario de comunicar. Sorprende especialmente si se tiene en cuenta que, a día de hoy, es uno de los pocos ámbitos vocacionales que muestra crecimiento sostenido y números esperanzadores. En un contexto eclesial necesitado de testimonio, servicio y presencia encarnada en el mundo familiar, laboral y cotidiano, que encuentros como este no tengan difusión parece una oportunidad perdida. La sociedad, e incluso la propia Iglesia en muchos de sus ámbitos, sigue desconociendo qué es un diácono, cuál es su misión y por qué su presencia responde no solo a una tradición antigua, sino a un claro signo de los tiempos.
Entre las conversaciones informales y las impresiones recogidas, hubo un punto recurrente: la dificultad económica que supone asistir. Viajar en familia encarece considerablemente la participación, y no son pocos los diáconos que viven su vocación acompañando cargas familiares, hipotecas, gastos escolares, desplazamientos laborales y un estilo de vida sencillo acorde con su identidad. No es extraño escuchar testimonios que cifran en cerca de mil euros el coste total de tres días de encuentro para un matrimonio con dos hijos desplazándose desde el sur peninsular, como por ejemplo desde Almería. Solo el alojamiento alcanzó en esta edición cifras próximas a los ochocientos euros, a los que se suman transporte, combustibles, comidas adicionales y otros gastos inevitables. Este escenario hace prácticamente imposible que muchas familias puedan asumirlo sin que suponga un desequilibrio.
Resulta urgente, por tanto, plantear soluciones reales que permitan la participación, especialmente si se quiere que este encuentro sea signo de comunión y no privilegio de quienes pueden costearlo. Sería razonable que la Conferencia Episcopal Española, las diócesis y las delegaciones de pastoral vocacional estudiaran modelos de subvención semejantes a los que se aplican para otros eventos eclesiales, como encuentros juveniles o pastorales. El diaconado permanente no puede ser una vocación económicamente elitista.
A pesar de las dificultades mencionadas, el ambiente vivido fue fraterno, cordial y espiritualmente fecundo. Debe destacarse, con agradecimiento, la dedicada y cercana presencia del obispo de Cáceres, referencia constante durante las jornadas, así como la participación del obispo emérito de Urgell, responsable nacional, siempre atento y disponible para el diálogo cercano. Hubo quien percibió cierta falta de implicación por parte de la diócesis anfitriona, con la excepción impecable del vicario para el clero, quizá debida a circunstancias organizativas o limitaciones internas, aunque el esfuerzo general permitió que el encuentro se desarrollara con serenidad y buen ritmo.
Uno de los momentos más valorados fue el testimonio ofrecido por un matrimonio procedente de Madrid, cuya experiencia vital y pastoral ayudó a situar nuevamente el foco en la dimensión matrimonial y familiar inseparable del diaconado. Igualmente memorable resultó la intervención del diácono Rafael Casas, de Santiago de Compostela, cuyas orientaciones litúrgicas fueron acogidas con entusiasmo por su claridad, profundidad y dimensión práctica. La mayoría coincidió en subrayar el acierto del enfoque formativo y la utilidad directa de varios contenidos para la vida ministerial cotidiana.
La celebración de la ordenación diaconal en la catedral fue sin duda uno de los momentos más emotivos y simbólicos de todo el encuentro, especialmente al coincidir con la ordenación de un diácono agustino camino al presbiterado. Ver juntos ordenarse a diáconos seminaristas con permanentes debería ser algo natural en todas las diócesis, aunque por desgracia no siempre ocurre. Se percibe aún cierta resistencia o sensación de doble categoría, como si los dos caminos estuvieran destinados a permanecer separados. Sin embargo, la experiencia vivida en Santander demostró que compartir la liturgia, la oración y la alegría vocacional fortalece mutuamente, libera prejuicios y contribuye a normalizar una visión más amplia, eclesial y fraterna del ministerio ordenado. Ojalá este gesto inspire a otras diócesis y sea un paso más hacia una comprensión plenamente integrada del sacramento del Orden y aleje a la broma de “no se debe ordenar juntos los negros con los blancos”.
Hubo también espacio para la convivencia cultural, con la visita a Santillana del Mar, un entorno hermoso y cargado de historia. Aunque algunos participantes expresaron dificultades logísticas derivadas de la edad o movilidad reducida, fue un momento agradecido por la mayoría, que valoró poder compartir un espacio distendido más allá de los horarios oficiales. Resulta significativo constatar que buena parte de los diáconos asistentes son ya mayores, lo cual interpela sobre la necesidad de cuidar el relevo generacional, la formación permanente y el acompañamiento vocacional de quienes sienten la llamada hoy. Que buena noticia sería un próximo Encuentro Nacional rejuvenecido.
Un instante especialmente entrañable fue el rezo de vísperas con las hermanas clarisas, donde se vivió una hermosa comunión entre la vida contemplativa y el ministerio del servicio en medio de las realidades familiares y laborales. La sencillez del momento puso en evidencia algo esencial: la Iglesia es una, diversa y complementaria, y en esa diversidad el diaconado permanente tiene un lugar necesario.
Las conferencias del reconocido teólogo Darío Vitali suscitaron reflexión y también debate. Algunas afirmaciones sorprendieron por su contundencia, como cuando expuso que el ministerio diaconal es, en ciertos aspectos, más importante para la Iglesia que el presbiteral. Dichas fuera de contexto podrían parecer exageradas, pero expuestas en su marco teológico iluminaron una realidad profunda: el diaconado recuerda constantemente a la Iglesia que su esencia es el servicio, la cercanía al pobre, la disponibilidad al hermano y la diaconía del Reino. Quizá esa provocación sea necesaria para seguir despertando conciencia eclesial y evitar que este ministerio quede reducido a tarea funcional o a suplencia en la liturgia.
Al finalizar el encuentro, quedó una sensación clara: estos espacios son necesarios, útiles y enriquecedores. Permiten compartir experiencias, fortalecer vínculos, aprender unos de otros y recordar que el diaconado permanente no se vive aislado, sino en comunión con quienes caminan en la misma vocación. Sin embargo, también quedó evidente que hay aspectos que mejorar: la comunicación, la accesibilidad económica, la implicación diocesana, la visibilidad social y eclesial, la presencia de más diáconos como ponentes y, si es posible, la participación internacional para ampliar horizontes.
Aun con sus luces y sombras, este XL encuentro nacional ha sido un tiempo de gracia, renovación y fraternidad. Ojalá que en los próximos años aumente la participación, se refuercen los apoyos institucionales y se sigan creando espacios donde los diáconos de toda España puedan encontrarse, escucharse y aprender mutuamente cómo viven y ejercen el ministerio en cada realidad. Porque cada experiencia compartida enriquece, cada testimonio ilumina y cada encuentro fortalece la vocación que, silenciosamente pero con firmeza, sigue creciendo en el corazón de la Iglesia.