"Un ocultamiento que resulta sorprendente en la Iglesia del siglo XXI" ¿Por qué se esconde a las esposas de los diáconos?

Las esposas de los diáconos
Las esposas de los diáconos

"Desde los primeros tiempos de la Iglesia, el diaconado fue una vocación con entidad propia… Pero a lo largo de los siglos, en la Iglesia latina esa figura quedó reducida a un simple grado de transición hacia el presbiterado"

"La restauración del diaconado fue una de las novedades más significativas impulsadas por el Concilio Vaticano II y hoy es habitual ver a los diáconos acompañados por sus esposas y sus hijos, ejerciendo su ministerio con entrega, sin ocultar su condición matrimonial"

"Sin embargo, en España la situación ha sido distinta. Por razones históricas, culturales o incluso eclesiológicas, el desarrollo del diaconado ha sido sorprendentemente limitado; en muchos casos, se oculta o se minimiza el hecho de que la mayoría de los diáconos permanentes están casados"

"Este borrado simbólico no es neutro: expresa una forma de entender el ministerio que todavía arrastra una visión clerical, donde todo lo que no se ajusta al molde del celibato se considera un añadido, una anomalía que conviene silenciar"

Desde los primeros tiempos de la Iglesia, el diaconado fue una vocación con entidad propia, una forma de servicio que acompañaba a la comunidad cristiana en sus necesidades más básicas: el cuidado de los pobres, la proclamación de la Palabra y la asistencia en la liturgia. No era un mero paso intermedio hacia el sacerdocio, sino un ministerio con plena identidad, tal como aparece reflejado en los Hechos de los Apóstoles y en los escritos de los Padres de la Iglesia. Sin embargo, a lo largo de los siglos, en la Iglesia latina esa figura fue perdiendo su autonomía y quedó reducida a un simple grado de transición hacia el presbiterado, a diferencia de las Iglesias orientales que siempre conservaron el diaconado permanente como una vocación estable.

La restauración del diaconado fue una de las novedades más significativas impulsadas por el Concilio Vaticano II. Los Padres conciliares, conscientes de la riqueza histórica y teológica de esta figura, quisieron volver a los orígenes, recuperar una vocación que había sido olvidada. Esta restauración no fue meramente estructural, sino también profundamente pastoral. El diaconado permanente se volvió a reconocer como una vocación en sí misma, abierta incluso a hombres casados, como fue costumbre en la Iglesia primitiva. Esta decisión supuso un verdadero signo de los tiempos: reconocer que el Espíritu sigue suscitando formas diversas de servir a la Iglesia y que la vida matrimonial no solo no es un obstáculo, sino que puede ser un soporte fecundo para una vocación ministerial.

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Es interesante recordar que uno de los reproches que Martín Lutero hacía a la Iglesia católica era precisamente la desaparición de la figura del diácono como ministro estable. La falta de diversidad en los ministerios ordenados fue una de las críticas que subrayó en su confrontación con la Iglesia. Paradójicamente, siglos más tarde, sería el propio magisterio católico el que diera un paso hacia la recuperación de ese ministerio, no como una concesión ecuménica, sino como una toma de conciencia eclesial. Desde entonces han pasado ya más de sesenta años, y en buena parte del mundo el diaconado permanente se ha integrado con naturalidad en la vida de las comunidades cristianas. Es habitual ver a los diáconos acompañados por sus esposas y sus hijos, ejerciendo su ministerio con entrega, sin ocultar su condición matrimonial, más bien haciéndola parte de su testimonio.

Esposas ayudan a revestir a los diáconos
Esposas ayudan a revestir a los diáconos

"En España, en muchos casos, se oculta o se minimiza el hecho de que la mayoría de los diáconos permanentes están casados, como si se quisiera evitar mostrar una imagen que cuestiona el modelo clerical tradicional"

Sin embargo, en España la situación ha sido distinta. Por razones históricas, culturales o incluso eclesiológicas, el desarrollo del diaconado ha sido sorprendentemente limitado. Apenas se cuentan unos 600 diáconos en todo el país, una cifra irrisoria si se compara con los más de 4.500 con los que cuenta Italia en la que solo dos diócesis italianas como Nápoles o Milán suman más diáconos que toda España. Este dato, lejos de ser anecdótico, revela una cierta reticencia persistente a acoger con naturalidad esta vocación. Lo más preocupante no es tanto el número, sino la actitud con la que se presenta esta figura. En muchos casos, se oculta o se minimiza el hecho de que la mayoría de los diáconos permanentes están casados, como si se quisiera evitar mostrar una imagen que cuestiona el modelo clerical tradicional.

Más aún, lo que resulta especialmente doloroso es constatar que incluso algunos signos que antes se vivían con belleza y significado en las ordenaciones diaconales han sido suprimidos. Durante años, en algunas diócesis, se cuidaba que en la liturgia de ordenación estuviera presente la esposa del candidato. No como figura decorativa, sino como alguien que ha acompañado, sostenido y discernido junto al futuro diácono el camino de la vocación. Se había instaurado el gesto, profundamente simbólico, de que al final de la celebración el obispo entregaba un lirio a la esposa, en referencia a San José, el custodio silencioso, modelo de apoyo discreto y fiel.

También se había incorporado el detalle de que en el momento de revestir por primera vez al nuevo diácono con la estola y la dalmática, fuera su esposa quien las entregara, en un acto lleno de sentido, de reconocimiento y de comunión. Del mismo modo, en el momento mariano de la celebración, era costumbre que la esposa ofreciera flores a la Virgen, expresando así su propia entrega al Señor desde ese nuevo lugar que la vocación de su esposo también le implica. Todo ello eran gestos que visibilizaban una verdad teológica: que la vocación del diácono permanente, cuando es un hombre casado, nunca es una llamada individual, sino compartida, discernida y sostenida en el contexto del matrimonio. Era una forma de agradecer públicamente a las mujeres de los diáconos su papel silencioso pero indispensable.

Esposa llevan vestiduras
Esposa llevan vestiduras

"Este borrado simbólico no es neutro: expresa una forma de entender el ministerio que todavía arrastra una visión clerical, donde todo lo que no se ajusta al molde del celibato se considera un añadido, una anomalía que conviene silenciar"

Hoy, todo esto ha desaparecido. Las ordenaciones de diáconos casados se celebran exactamente igual que las de los diáconos seminaristas, sin ningún signo litúrgico que visibilice esta diferencia esencial. No se distingue al hombre casado del célibe, no se reconoce a la esposa, no se le agradece su disponibilidad, ni su acompañamiento, ni su fidelidad. Este borrado simbólico no es neutro: expresa una forma de entender el ministerio que todavía arrastra una visión clerical, donde todo lo que no se ajusta al molde del celibato se considera un añadido, una anomalía que conviene silenciar. Pero la Iglesia no puede seguir ignorando esta realidad sin incurrir en una profunda injusticia. La vocación diaconal en un hombre casado incluye a su esposa de manera necesaria, porque ella ha sido parte del proceso de discernimiento, porque su sí también ha sido necesario y porque su apoyo diario es condición para que el ministerio sea fecundo.

"En un tiempo en que la Iglesia proclama con fuerza la necesidad de dar un mayor lugar a la mujer en todos los ámbitos de la vida eclesial, resulta paradójico —e incluso doloroso— que precisamente en un espacio donde ya existe una forma concreta y reconocida de participación femenina, esta esté siendo relegada u ocultada"

En un tiempo en que la Iglesia proclama con fuerza la necesidad de dar un mayor lugar a la mujer en todos los ámbitos de la vida eclesial, resulta paradójico —e incluso doloroso— que precisamente en un espacio donde ya existe una forma concreta y reconocida de participación femenina, esta esté siendo relegada u ocultada. La esposa del diácono no es solo un apoyo doméstico, es parte de la comunidad eclesial que ha acogido una vocación ministerial. No se trata de clericalizar a la mujer ni de inventar nuevos ministerios forzados, sino simplemente de hacer visible lo que ya existe y reconocer con gratitud lo que ya se da.

Es urgente, por tanto, recuperar estos gestos, no por nostalgia, sino por justicia. El Directorio del Diaconado así lo indica, pidiendo que tenga un papel en la ordenación del esposo, por lo que debe cumplirse y debe reconocerse de nuevo el papel de la esposa, que se visibilice su presencia, que se le agradezca públicamente su entrega, y que se celebre, sin miedo ni complejos, la riqueza que supone que el ministerio diaconal se viva desde la realidad del matrimonio y la familia. Solo así el diaconado permanente podrá ocupar el lugar que le corresponde en la Iglesia del siglo XXI: no como una excepción tolerada, sino como una vocación plena, fecunda y profundamente eclesial.

Abrazo
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