Hoy celebramos la Asunción de María

 la riqueza indigna e injusta de los ricos, hace cada vez más injusta e indigna la pobreza de los empobrecidos.

Por tanto, te felicitamos plenamente, María, porque tu fuiste una mujer de pueblo, humilde, pobre, sencilla, trabajadora, de lo más pobre de tu tiempo. Con razón te llamabas a ti misma esclava. Cuenta un documento primitivo que unos familiares de tu hijo Jesús, acusados de alborotar a la gente anunciando el Reino de Dios, fueron llamados a declarar ante Domiciano sobre su conducta y contestaron que eran trabajadores del campo y “tenemos callos bien marcados en las manos” (S. Hegesippi Fragmenta).

Somos muchos millones de personas quienes te admiramos, y valoramos infinitamente, María, por tu fe y tu compromiso. En miles y miles de iglesias, figuran innumerables imágenes tuyas con las más diversas advocaciones. El culto hacia ti te encumbra hasta el infinito. Eres la mujer superestrella de la Iglesia Católica. Todo parte de que Dios te escogió para ser la madre de su hijo Jesús para hacerse hombre.

Pero ahí nos hemos quedado, porque resulta que la religión que practica la Iglesia excluye, menosprecia y margina totalmente a la mujer. De palabra te elogiamos mucho a ti y a la mujer en general, pero no avanzamos casi nada en darle a ella la misma igualdad e importancia que le damos al hombre. Si bien el hombre y la mujer son diferentes, no lo son en absoluto en derechos, porque estos son inherentes a la persona, van con ella, y tan persona es la mujer como el hombre.

Por tanto, si queremos pasar de las palabras a los hechos y a los derechos, la Iglesia debe admitir a las mujeres a todos los ministerios exactamente igual que a los hombres como celebrar la Eucaristía y administrar todos los demás sacramentos lo mismo que los hombres. Y participar en todas las gestiones y cargos de gobierno y administración de la Iglesia exactamente igual que los hombres. En este segundo punto, el papa Francisco está danto algunos pasos: en el interior del personal al servicio del Papa y de la Santa Sede, en el 2010 eran 697 mujeres, en 2019 son 1016. Aun queda mucho camino por andar, pues los hombres son 3602. Las mujeres podéis ser sacerdotes, Obispos y Papas: no hay nada en la revelación que lo impida. Solo los prejuicios “culturales” y quienes los sostienen, os cierran el paso.

Las grandes religiones siempre han marginado a las mujeres. La Iglesia católica, contrariamente a lo que hizo Jesús, también cayó en ese mimo grave defecto, ya desde el mismo san Pablo, que les ordenaba callar en la Iglesia. Sin embargo María habló, y bien claro, cuando pronunció estas palabras:

“Dios hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.

Un mensaje totalmente válido y necesario para nuestro tiempo, donde la riqueza indigna e injusta de los ricos, hace cada vez más injusta e indigna la pobreza de los empobrecidos.

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