"Les deseo un fecundo tiempo de Adviento donde la esperanza puesta en Jesús nos llene de auténtica alegría" Monseñor Chomali: " La Iglesia, tu Iglesia, te ofrece sentido de vida, razones para vivir, esperanza, respuestas maravillosas a las inquietudes más profundas que anidan en tu corazón"

Monseñor Chomali
Monseñor Chomali

"Soy un convencido que quien no reza no tiene nada que decirle al mundo"

"Sólo si logramos hacer de la Iglesia una comunidad orante podremos dar ese verdadero testimonio de fe y ser significativos a la hora de dar razón de nuestra esperanza, como nos lo pide el apóstol Pedro (1P 3,15)"

"También les pido que nos ayudemos mutuamente rezando los unos por los otros, promoviendo la lectura de la Palabra de Dios (por ejemplo: mediante la lectio divina o la lectura de la Biblia), participando en la misa dominical, las reuniones parroquiales o de los cientos de movimientos o asociaciones apostólicas que con su carisma muestran el rostro de Cristo"

"Es duro y triste decirlo, pero es la verdad. Somos cada vez menos y no gozamos de simpatía en muchas personas. Sin duda los abusos contribuyeron a aquello y por ello volvemos a repetir que no hay espacio en el sacerdocio para los que abusen"

En este tiempo de Adviento, donde además estoy pronto a asumir la misión canónica de Arzobispo de Santiago de Chile, por encargo del Papa Francisco, he querido dejar por escrito algunas ideas que desde hace tiempo me vuelven una y otra vez a mis pensamientos. Las escribo con el ánimo de contribuir a que la Iglesia se configure cada día más con Jesucristo y haga resplandecer su Santidad en el mundo. Las escribo además porque estoy convencido que el mejor servicio, y por lejos, que le podemos hacer a la sociedad es anunciar a Jesucristo y el misterio pascual. Espero que nos ayude a todos a crecer como personas y como católicos. Es una carta para todos nosotros, los católicos

Es alentador que el Señor nos diga que estará con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Cf. Mt 28,16-20). También conforta que nos diga que cielo y tierra pasarán, más Su palabra no pasará (Cf. Mt 24,35). De estas afirmaciones podemos sacar dos conclusiones de la máxima relevancia: la primera es que estamos acompañados por el Señor y, la segunda, que todo lo que Él nos dijo es para siempre, no caduca; Su compromiso con nosotros mediante su Palabra es eterno, así como Su misericordia. 

Chomali
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Es por ello que la primera actitud que debe inspirar nuestra vida es la confianza en Dios. Una confianza ilimitada, como la que tuvo el profeta Habacuc cuando dijo: “aunque no den higos las higueras, ni den uvas las viñas ni aceitunas los olivos; aunque no haya en nuestros campos nada que cosechar; aunque no tengamos vacas ni ovejas, siempre te alabaré con alegría porque tú eres mi salvador” (Hab 3,17-18). Es la misma confianza de Job, que en plena adversidad, confía en que Dios no lo abandonará: “El Señor dio y el Señor quitó; Bendito sea el nombre del Señor" (Job 1,21).

Esta actitud de confianza ha de impregnar nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestra forma de ver, pensar y de tomar decisiones, aún en medio de las dificultades de la vida, que a veces es tan dura y compleja.

Junto con la confianza estamos llamados a vivir con otra certeza que, por su claridad y contundencia, nos debiese dar un gran alivio a la hora de evaluar nuestra vida como católicos: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en Mí y Yo en él, ese da muchos frutos, porque separados de Mí nada pueden hacer” (Jn 15,5). Este vínculo es radical porque como Él lo afirma, sin Él nada podemos hacer.  

Está claro entonces que la pregunta personal e intransferible que hemos de hacernos es si nuestra unión con el Señor es la misma que tiene la vid con el sarmiento. Esa pregunta nos lleva a reflexionar acerca de nuestra oración, nuestra vida sacramental y sobre todo nuestra vida eucarística. Soy un convencido que quien no reza no tiene nada que decirle al mundo. Nuestra condición de bautizados, nuestro ser católicos en el mundo será relevante en la medida que tengamos una profunda vida espiritual y seamos capaces de transmitírsela a los demás y sobre todo entusiasmarlos con nuestro testimonio de vida.

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Sólo si logramos hacer de la Iglesia una comunidad orante podremos dar ese verdadero testimonio de fe y ser significativos a la hora de dar razón de nuestra esperanza, como nos lo pide el apóstol Pedro (1P 3,15). El Papa Francisco nos ha dicho que estamos inmersos en una mundanidad espiritual que nos ha ido haciendo daño. La superficialidad es una muy mala compañera de ruta para nuestras vidas y para las comunidades. Uno de los resultados más visibles de esta mirada superficial de lo que significa la Iglesia y el vínculo indisoluble con Cristo es que para muchas personas que se declaran católicas - que no participan de la vida comunitaria ni menos eucarística- la Iglesia son los obispos y los sacerdotes que son meros proveedores de “servicios religiosos”.

El Papa Francisco dice que para algunos la Iglesia es “un supermercado de salvación”. En lo personal, esa es una de las penas más grandes que inundan mi alma dado que hay una desproporción entre la vocación original de entrega absoluta a Dios y al prójimo, y el terminar siendo para muchas personas un mero proveedor de un servicio, un insumo más, que se suma a una larga lista de proveedores interesados en “satisfacer las necesidades del cliente”.

 Detrás de esta realidad se esconde una vida espiritual tibia que estamos llamados a superar ahora, porque mañana será tarde. Católicos, les pido que recemos más, a tiempo y a destiempo, al levantarnos y al acostarnos, al tener un plato de comida al frente, al salir de la casa y al volver. También les pido que nos ayudemos mutuamente rezando los unos por los otros, promoviendo la lectura de la Palabra de Dios (por ejemplo: mediante la lectio divina o la lectura de la Biblia), participando en la misa dominical, las reuniones parroquiales o de los cientos de movimientos o asociaciones apostólicas que con su carisma muestran el rostro de Cristo. Nadie se salva solo nos ha dicho el Papa Francisco. Así como Jesús nos dijo que él era la vid y nosotros el sarmiento, también nos dijo “Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed” (Jn 6,35).

Chomali

Hoy, o seremos personas de fe que con convicción profesamos el CREDO o dejaremos de serlo. Tan simple como eso. Qué triste es conocer personas que se declaran católicas y sólo asisten a matrimonios y funerales. Ese modo de vivir la fe claramente no entusiasmará a nadie, empezando por la propia familia. ¡Cuántos hijos de católicos han dejarlo de serlo! La Iglesia, tu Iglesia, te ofrece mucho más, te ofrece sentido de vida, razones para vivir, esperanza, respuestas maravillosas a las inquietudes más profundas que anidan en tu corazón. Te regala la respuesta más contundente frente a la muerte al anunciar la muerte y resurrección de Jesucristo y te invita a vivir el mandamiento del amor.

De la oración surge todo. A veces nos perdemos intentando conceptualizar qué es y qué no es la oración. Para Santa Teresa la oración “No es otra cosa (…), sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (Santa Teresa de Ávila). Toda la vida de Jesús está traspasada por la oración. Textos en ese sentido abundan en los Evangelios, donde podemos aprender cómo orar (Cf. Mt 6,9-13; Mc 14, 32-39; Mc 15,34; Jn 11, 40-44; Jn 17,15ss). 

Las primeras comunidades giraban en torno a la oración, a la eucaristía y al servicio al desvalido. La consecuencia fue clara: “alababan a Dios y se ganaban la simpatía de todo el pueblo; y el Señor agregaba cada día a la comunidad a los que quería salvar” (Hch 2, 45). Hoy está pasando todo lo contrario. Es duro y triste decirlo, pero es la verdad. Somos cada vez menos y no gozamos de simpatía en muchas personas. Sin duda los abusos contribuyeron a aquello y por ello volvemos a repetir que no hay espacio en el sacerdocio para los que abusen.

Despedida de monseñor Aós

Una vida de oración personal nos llevará a formar una comunidad de creyentes que se sentirán involucrados en la Iglesia y vivirán su fe con mayor autenticidad en medio de sus familias y sus actividades. Es doloroso apreciar el buen número de católicos que se han visto involucrados en hechos contrarios a la moral: abusos, cohecho, estafas, fraudes, etc. etc. Detrás de todo ello hay una gran ausencia de Dios, fuente insustituible de respuestas frente a las exigencias de la vida para optar siempre por lo que es bueno, justo y verdadero, es decir optar por el amor. 

En resumen, urge vivir más confiados en Dios que en nosotros mismos y vincularnos con mayor intensidad a Dios por medio de la oración y la vida sacramental. De allí saldrá la anhelada fraternidad, así como un testimonio de vida que una de manera indisoluble la fe y la vida en todos sus ámbitos y se traduzca en un servicio más nítido y comprometido a los pobres. 

Intentar que las personas crean y vivan de manera coherente su fe por medio del temor o gracias a sofisticadas estrategias de marketing, no será otra cosa que un rotundo y contundente fracaso. 

Les deseo un fecundo tiempo de Adviento donde la esperanza puesta en Jesús nos llene de auténtica alegría y la paz que sólo Él es capaz de entregar. Dios los bendiga y los cuide.

Domingo, 3 de diciembre del 2023

Despedida de Chomali
Despedida de Chomali

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