De héroes y virus (y Oración por Sigmund Freud, por Javier Otaola)

Para muchos la canción Resistiré del Dúo Dinámico, con letra de Carlos Toro, sería como un himno vital frente al coronavirus, ya que ofrece una resistencia fuerte en tiempos débiles. Sería la visión propia de un héroe juvenil que se enfrenta al virus viriloidemente: erguido, en pie, jamás me rendiré. Se parece un tanto al otro himno de M.Benedetti -No te rindas- en el que se versiona una beligerancia taurina contra el toro del mal, aunque ahora ya se inmiscuye el amor de por medio. Sintomáticamente Resistiré se inspira en el lema de Camilo J.Cela “el que resiste, gana”, obviando que el que resiste gana si no tiene desgana, hasta que finalmente desiste y pierde inexorablemente como todos.

Esta posición de resistencia activa es típicamente heroica y combativa, contrastando con la posición más implicativa de asumir o encajar el mal lo menos mal (lo mejor posible) para su positivación o mejoramiento. Si resistir es más juvenil, asumir es más senectil en su mejor sentido de madurez, pero tiene que tratarse de una asunción crítica y no de una mera aceptación acrítica. Y bien, ante el virus el grupo más significativo de riesgo es de los mayores con problemas (y qué mayor no acumula problemas desde su juventud). Por eso propongo para este grupo una revisión de la letra de Resistiré trocándola en Asumiré, más acorde con la débil condición de nosotros los mayores: Asumiré, sentado o ya acostado, me volveré de yedra para amortiguar la hiel: asumiré para poder dormirme en paz perpetua y su trasluz de miel.

En este sentido me gusta más el poema de Miguel Hernández -Tres heridas-, en el que se rinde a las tres heridas fundamentales de nuestra existencia humana, precisamente para rendirles paradójico homenaje: la herida de la vida, la herida del amor y la herida de la muerte. Son heridas abiertas que nada ni nadie puede ni debe cerrar. Precisamente en estos días de amarre y encerrona en casa, he encontrado un escape entreviendo en nuestra televisión el programa First Dates. Se trata de una cena y diálogo entre personas a la búsqueda de una buena relación amorosa; el programa es popular pero no populachero, y está coordinado por Carlos Sobera, quien estudió y trabajó en mi Universidad deustoarra o deustense de Bilbao, en la que profesé como antropólogo cultural tratando de re-mediar entre los unos y los otros.

Lo más curioso del programa es que los invitados no van a dárselas en general de algo, aunque hay de todo, sino a buscar o encontrar a alguien en una especie de simposio no meramente platónico. Los participantes no se resisten pues a la herida abierta de la vida y del amor, sino que la asumen dejándola abierta y supurante, conscientes de que la vida es miel y hiel, la cual encuentra su último contrasabor en la muerte. En vano podemos ni debemos revestir la hiel con miel, aunque tampoco viceversa, ya que ante la vida hay que resistir, de acuerdo, pero con una resistencia más bien pasiva o asuntiva, propia de un heroísmo antiheroico. Traducido a nuestra situación, ello significa que nuestros sanitarios no tiene por qué ser héroes, aunque lo sean; ni los mayores tampoco tenemos por qué ser héroes, aunque lo seamos. Los mayores ya hemos vivido fundamentalmente, y sabemos que la luz de la vida implica la sombra de la muerte. Por eso al amar la herida de la vida, deberíamos proyectar una lucecita de amor a la misma muerte, divisada como la paz perpetua tras tanta lucha por la propia vida. Por cierto, desde esta perspectiva, todo suicidio puede aplazarse indefinidamente, puesto que la propia vida acaba muriendo.

Ha dicho el Rey que el coronavirus es un episodio temporal, y uno teme que tras el episodio maligno volvamos a las andadas del capitalismo global, con su competitividad, agresividad e insolidaridad. En fin, resistiremos y asumiremos ahora, juvenil o maduramente, esta cruda situación y esta etapa de confusión interpersonal. Pues como decía el filósofo, la persona es ella y su circunstancia, y para salvar aquella hay que salvar a esta so pena de fenecer. Una cuestión altamente pertinente en el contexto, aún carente de medios, que rodea al curso dracontiano del coronavirus.

Oración por Sigmund Freud

Oraciones heterodoxas (Javier Otaola)

Dios Compasivo y Eterno,  Padre Celestial, Señor del Tiempo y del Espacio, que conoces nuestras contradicciones y miserias y puedes vernos en la desnudez de nuestro ser y en  la intimidad de nuestra conciencia,  fiados en tu Misericordia te encomendamos el alma de Sigmund Freud, hijo del pueblo de Abraham, que se atrevió a adentrarse en las profundidades del alma humana  y a reconocer, con coraje, las pulsiones de vida y de muerte que anidan en nuestro corazón y la libido que palpita en nuestra carne; de eso modo nos enseñó a respetar y educar la fuerza de nuestros deseos sexuales que nos habitan desde que somos arrojados al Mundo con nuestro primer llanto, hasta que lo abandonamos con nuestro último aliento, y todo lo hizo en tiempos difíciles, de persecución y zozobra, asumiendo odios y rechazos, superando incomprensiones de hombres y mujeres que se consideraban a sí mismos —imprudentemente— más  puros, sabios y piadosos, y sufriendo todo con paciencia no desistió en su empeño por descubrir las profundidades inconscientes de nuestro psiquismo con el fin de entender mejor la condición humana, liberarnos de la culpa enfermiza asociada a la sexualidad y curar la angustia y el dolor de la enfermedad mental, y de ese modo nos abrió una vía de autoconocimiento destinada a hacernos más libres, independientes y conscientes.

No tengas en cuenta sus faltas y  pecados, sus vanidades y errores, inseparables de la condición humana, recuerda que trabajó esforzadamente, que supo estudiar y aprender, que nos enseñó a sacar fuerza de nuestras vulnerabilidades, que levantó una familia, que tuvo amigos, que alivió muchos dolores, dio esperanza a muchos y sufrió con entereza una larga y dolorosa enfermedad, por todo ello y por la Gracia de nuestro Señor Jesucristo dígnate acogerle en tu seno, Señor, y muéstrale la Luz de tu rostro.

Amen +

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