Presentación: El Dios de Dios

PRESENTACIÓN
Jesús María Alemany

Es un honor para el Centro Pignatelli acoger actos culturales relevantes, como es la presentación de dos nuevos libros de Andrés Ortiz Osés, El Dios heterodoxo y Actitudes ante la vida-.

- En primer lugar por el autor. Andrés está vinculado no sólo a Aragón por nacimiento, sino a la cultura aragonesa, y muy en concreto al Centro Pignatelli. A la vuelta de su periplo académico vasco el Centro Pignatelli le confió un ciclo dentro del diálogo Fe-Ciencia con una participación que superó cualquier previsión.

- En seguro lugar por la temática. El Dios heterodoxo es el Dios-amor-de Jesús, no sólo frente al Dios-temor del AT, sino frente al Dios que quisiéramos forzar a entrar en nuestros esquemas mentales estrechos para otorgarle el diploma de Dios ortodoxo. Actitudes ante la vida refleja la experiencia humana donde nos debatimos entre una actitud heroica y una actitud anti-heroica, para escapar de las cuales el autor propone una tercera actitud re-mediadora.

- En tercer lugar, porque asumen esta presentación, además de su autor, dos personas competentes académicamente, sensibles y libres humanamente, y tan buenos amigos: José Alegre, del campo de la teología moral y ética, que se encargará de El Dios heterodoxo, y María Pilar de la Vega, del ámbito de la historia, que se ocupará de Actitudes ante la vida. A ambos agradezco su valor en el doble sentido zubiriano de la palabra: porque tendrá valor lo que nos comuniquen y porque ellos han tenido el valor de introducirse en obras de nuestro archihermeneuta simbólico.

- En cuarto lugar, porque dos instituciones tan queridas, responsables de la edición de ambos libros, la Institución Fernando el Católico y la Fundación Emmanuel Mounier, hayan coimplicado a nuestro espacio cultural Pignatelli para esta presentación. Felicidades a ellas también por la edición.

Dudo que alguien de los presentes no conozca a Andrés Ortiz Osés. Pero no esperen de mi breve bienvenida que recuerde su Guadiana académico, presente y ausente de Aragón, aunque siempre a vueltas con su tierra, ni el impresionante elenco de sus obras. Dicho a vista de pájaro entiendo que Andrés nos invita, de manera poliédrica, al “existir” frente al "desistir”, a echar un “salvavidas afectivo” a la “huérfana razón” que, de madre Ilustración, se debate ahora a manotazos en el océano de los sinsentidos de un tiempo posmoderno.

De Andrés dice Eloy Fernández Clemente que no sólo es sabio sino juguetón con el saber. Por eso además de su curriculo es imprescindible reconocer su vitalidad. Es un provocador nato e impredecible en cualquier circunstancia, un malabarista de la palabra que recrea y con la que se recrea permanentemente cultivando también el género del aforismo, es un cura atípico, un aragonés regresado de su misión de madre que no suegra de vascopithecos, es un cocinero de amistades y relaciones con salsa de coimplicación, es un conversador incansable y divertido. Todo esto y muchas cosas más.

Pero saludados todos, es hora ya de dejar a nuestros compañeros Pepe Alegre y Pilar de la Vega hincar el diente, con su bienpensar y biendecir, a las dos obras que hoy presentamos.




EL DIOS DE DIOS
Andrés Ortiz-Osés


En el Centro Pignatelli de Zaragoza se han presentado empáticamente mis libros “El Dios heterodoxo” y “Actitudes ante la vida, por parte de Pepe Alegre y Pilar de la Vega, coordinados por Jesús Mari Alemany. Agradezco un acto tan benévolo y generoso, en el que me quedaron las ganas de plantear un tema indiscreto que ahora replanteo discretamente: la cuestión del Dios de Dios.

A veces la pregunta infantil es la más filosófica. Recuperando un tal momento filosófico-infantil me pregunto aquí si Dios tiene Dios y cuál es su Dios. La pregunta parece trivial y provocativa, pero quiere ser simplemente convocativa, ya que trata de convocarnos a pensar qué Dios tiene Dios, en qué Dios cree Dios, si es que lo tiene y cree.

El caso es que si Dios no tiene Dios ni cree en Dios sería un Dios ateo, un Dios sin Dios, un Adiós teológicamente hablando. Frente a esta respuesta atea, la respuesta teísta es que Dios es su propio Dios, por tanto Dios cree en sí mismo, ya que es el Absoluto.

Ahora bien, esta respuesta creyente parece más bien una respuesta entre tradicional y crédula, puesto que Dios se crearía y creería a sí mismo, en una especie de privilegio divino frente a todo y todos los demás. Un tal Dios resultaría odioso por cuanto sería un Autodios, un Dios que se endiosa o diviniza a sí mismo a costas/costes de lo(s) de más.

El Dios de Dios sería aquí su propia autoafirmación descomunal, el pensamiento que solo se piensa a sí mismo en soledad, como adujo Aristóteles, el Uroboros o infinito que se muerde la cola, la autoimplicación total. Pero este es un Dios egoísta y egotista, definido por el placer solitario, absuelto de toda relación; un Dios solipsista proyectado por una imaginación calenturienta o recalentada, un Dios diablesco.

Feuerbach decía al respecto que proyectamos en Dios nuestra propia melopea absolutizada, nuestra propia autoafirmación o deseo exacerbado de autosuficiencia. Así que el hombre proyecta a Dios, pero este Dios meramente proyectado por el hombre es un Dios irreligioso e irreligado, un Dios sin Dios.

Frente a Feuerbach, un Dios religioso o religado, como el del cristianismo, no sería un Dios proyectado sino introyectado por el hombre. En efecto, el Dios proyectado es un artificio o artefacto, un ente o entelequia, un significado o constructo exterior; mientras que el Dios introyectado es una asunción íntima, el ser o el sentido interior.

Así que, según el viejo materialismo el hombre proyecta a Dios externamente en su cielo; pero cabe preguntarse quién o qué proyecta o introyecta en el propio hombre la imagen simbólica o significacional del Dios, así como su sentido íntimo o interior, junto a su apertura trascendental.

El viejo Feuerbach se alía con la hermenéutica de la sospecha de Marx, Nietzsche y Freud, quienes deconstruyen la suprastructura celeste o sobrenatural del hombre en nombre de su infrastructura infernal o pulsional. En esta visión escéptica y desublimadora, Dios y lo divino quedan refutados por el diablo y lo diablesco (lo pulsional), lo mismo que el logos por el eros, la razón por la pasión, y en definitiva la sublimación por lo subliminal.

Frente a esta hermenéutica de la sospecha en negativo, cabe sin embargo una sospecha hermenéutica en positivo de carácter simbólico. Se trata de la sospecha hermenéutica de que lo negativo no es a su vez sino el negativo necesitado de positivación o revelación, tal y como ocurre en la captación fotográfica, la cual obtiene el positivo a través de la positivación del negativo, y no al revés negativizando lo positivo y dejándolo sin positivizar.

Tenemos pues que para realizar una fotografía hermenéutica o comprensiva del mundo necesitamos ver la realidad positiva captando su envés negativo, para finalmente positivarlo o revelarlo. La captación del mundo en su negatividad es así el primer movimiento revelatorio de lo real, pero no el último. Este consiste en revelar el negativo positivamente, de modo que la oscuridad se aclare y se haga luz en las tinieblas.

El filósofo Agustín Basave formuló bien la crítica a la hermenéutica de la sospecha en nombre de una más profunda sospecha hermenéutica: la sospecha de que el universo no se limita a ser lo que es. Esta es una sospecha simbólica, ya que a través de lo real meramente dado ante los ojos se detecta lo simbólico o surreal, la significación o sentido latente y latiente, lo divino proyectado porque introyectado en el hombre, a modo de religación radical.

Se trata de una religación existencial que cumple su positivación o revelado en el éxtasis final, llámese nirvana, trascendencia o eternidad: en la que el tiempo lineal se encurva y encorva, y la realidad se subsume en la surrealidad.

(Conclusión)

El Dios del Dios no es entonces el Dios en sí, sino el Dios otro, el Dios del otro: no es el Dios proyectado, sino el Dios introyectado, la divinidad implicada en el mundo: el Dios encarnado o humanado del cristianismo.
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