Joseph Moingt: ‘L’esprit du christianisme’, 1/4

Joseph Moingt es un teólogo jesuita francés, experto en cristología, que ha fallecido este año a los 104 años de edad; su extensa obra ha sido clasificada por el Vaticano como “escritos sensibles”.

       Su libro El hombre que venía de Dios (estudio histórico y teológico del proceso que llevó al dogma de Nicea), fue un punto de partida para mi revisión crítica de la teología. Su último libro, publicado en 2018, con la preocupación de expresar la vivencia del cristianismo desde la óptica y las preocupaciones del mundo actual, parece confirmarme (como punto de llegada, a mis 89 años), que El espíritu del cristianismo coincide con lo mejor de la conciencia humana laica.

Trataré de sintetizar aquí su exposición, aunque no me resulta fácil, porque se mueve en una línea fronteriza muy controvertida entre la fe y la razón, y porque no se trata de un tratado teológico sino de una conversación (un monólogo) en el que el autor desahoga su visión y sus preocupaciones, y las ideas brotan dispersas y trufadas de oportunas digresiones.

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      PRÓLOGO: 

El autor sentea el papel de la religión en cuanto realidad histórica y social; pero la religión se fundamenta en el concepto de Dios, que promete la salvación (¿la salud?), y ha llevado a la religión a conflictos en una sociedad civil adulta y autónoma. En consecuencia, se propone revisar estos tres temas: ¿qué religión? ¿qué Dios? ¿qué salvación? para mostrar los principales problemas que presentan y las contradicciones que será necesario conciliar.

 Es muy significativo que, antes de comenzar, analice sus motivos para escribir este libro, porque no es algo frecuente, y menos con tanta sinceridad. En principio podría ser para “retranscribir el misterio de la fe” de modo más acorde con los conocimientos científicos y filosóficos actuales y en un estilo comprensible y aceptable que anime a los laicos a dialogar con la jerarquía de la Iglesia: “escribo esforzándome en abrirme al pensamiento y al lenguaje del otro, en pensar y hablar como él para hacerme comprender por él”.

 Sin embargo, reconoce honestamente que en el fondo se trata de algo más, de despejar algunas dudas sobre la libertad y objetividad que ha tenido en sus escritos anteriores al tratar de conciliar su fe con la razón (creo que todavía se transparenta más de lo que dice).

 Aún más; el motivo más importante (su principal preocupación y deseo) es comunicarse con los otros como un reconocimiento mutuo: “hacerle saber que él no es para mí un extraño ni debe considerarme como tal, porque si yo le dirijo la palabra es porque tanto mi conciencia humana como mi vocación cristiana me lo presentan como un deber incondicional”.

 Y con cierta prisa por mostrarnos su apertura al diálogo, nos anticipa cómo entiende los tres temas: religión, Dios, y la salvación.

El cristianismo, como religión, es una formación social portadora del único mensaje de salvación para todos los hombres, revelado por Dios, a la vez cerrado y abierto. Esta es la manera en que se presenta ahora, pero inicialmente no era la religión de un pueblo, sino un grupo de discípulos de Jesús con el encargo de transmitir el mensaje de su vida y su enseñanza. No hay que confundir la fe con la religión.

La revelación cristiana sobre Dios es un proceso complejo desarrollado en la historia del pueblo judío que culmina en la misión cumplida por Jesús, crucificado por su pueblo y resucitado, que abre las puertas del cielo a la humanidad rescatada que no la rechace. Sin embargo este mensaje es rechazado por el hombre moderno como intervenciones de Dios en la historia y como violación de nuestra dignidad, libertad y responsabilidad. ¿Cómo resolver esta contradicción?

La revelación cristiana sobre la salvación ofrecida por la venida de Dios provoca una contradicción entre el cielo y la tierra, el presente histórico y el más allá. Jesús prometió la inmediata llegada del Reino de Dios, que se ha dilatado durante más de veinte siglos con injusticias y luchas fratricidas, de modo que el ateísmo y la increencia han suplantado la esperanza. El autor anticipa que en la tercera parte analizará el cocepto de salvación en el evangelio para “desalinenarlo” y compartirlo con las esperanzas y responsabilidades terrenas de toda la humanidad.

 Finalmente resume su introducción con estas palabras:

“La religión cristiana se muestra estructuralmente incapaz de acoger a las multitudes a las que debe abrirse. La revelación de Dios hecho hombre resulta ininteligible incluso en las regiones en que se había implantado durante mucho tiempo. Su anuncio de salvación exaspera a los hombres de la “posmodernidad” en vez de seducirlos. Estas son las contradicciones que el teólogo debe desenredar aunque sólo sea para que le escuchen.

Las habilidades retóricas no lograrán nada a no ser que el comportamiento común respalde el discurso cristiano. San Pablo ya nos prevenía cuando apelaba a que Jesús solamente nos había dado un único mandamiento, nuevo en tanto que único, el del amor, el único que abre las puertas del cielo a los que les están cerradas las puertas de la Iglesia, el que da sentido a la palabra Dios, el que hace atractiva la salvación a pesar de sus exigencias; porque, como él mismo decía, la fe y la esperanza pasarán, pero el amor no pasará, porque es más grande que ellas dos, y las une en sí mismo”.

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