Joseph Moingt: ‘L’esprit du christianisme’, 2/4

En este primer capítulo el autor analiza el tema de la religión, según había anunciado. Para seguir el hilo de su discurso hay que tener siempre presente la diferencia entre “el espíritu del cristianismo” (el espíritu del evangelio, el mensaje de Jesús) y “el cristianismo como religi ón” (creencias, preceptos y ritos, impuestos por una jerarquía que se autojustifica con un mandato divino).

El autor se sitúa aquí en el espíritu del cristianismo y prescinde, deja entre paréntesis el cristianismo como religión.

 Algunos desearíamos ir más allá: no sólo dejar entre paréntesis el armazón institucional de la religión, sino renunciar a universalizar la religión, y atraer con el mensaje de Jesús y el ejemplo de una sociedad de justicia y fraternidad, como ideal humano y divino. Sin embargo reconozcamos que veinte siglos no cambian en un día.

1. RELIGIÓN, lo cerrado y lo abierto

1.1 ¿Religión natural o positiva?

La referencia a Chateaubriand y a Hegel ponen de manifiesto el espíritu del cristianismo (la libertad cristiana) frente al positivismo (la imposición) de la Iglesia jerárquica.

Chateaubriand escribe Génie du christianisme contra los enciclopedistas franceses y exalta la religión, su belleza, su actividad civilizadora, ¡y esta grandeza tiene que proceder de Dios!. El cristianismo sería el desarrollo de la sabiduría natural, una pasión social de la naturaleza humana. Sin embargo Chateaubriand no se interesa especialmente por la persona de Jesús.

Hegel, en El espíritu del cristianismo y su destino; La positividad de la religión cristiana, contrapone el espíritu del cristianismo al carácter positivo (impositivo, jurídico) de la religión cristiana. Jesús centraba el comportamiento en la libertad, en cambio la Iglesia, apelando a la revelación divina, lo centra en la aceptación de unas creencias y en el cumplimiento de la ley, en vez de insistir en la predicación de Jesús sobre el Reino de Dios.

La iglesia institucional reaccionó a estas tendencias en el concilio Vaticano I con la definición dogmática de la infalibilidad del Papa, mientras que el “protestantismo liberal” y el “modernismo” católico trataron de conciliar la fe con los nuevos conocimienmtos científicos, pero fueron igualmente rechazados por la iglesia católica.

En este primer paso queda clara por lo menos la posibilidad de distinguir y de comparar el cristianismo como fe (adhesión) en Jesús y el cristianismo como religión. Y la preferencia favorece al espíritu más que a las leyes del cristianismo.

1.2 Pérdida de autoridad de la Iglesia. La crisis del siglo XX

Para reforzar la mencionada preferencia, Moingt dedica las diez páginas siguientes a mostrar la pérdida de autoridad de la Iglesia (en realidad las veinte páginas siguientes de este capítulo). No es necesario detenerse mucho para mostrar esta pérdida de autoridad porque el lector occidental la ha experimentado muy de cerca, aunque vale la pena leer detenidamente sus observaciones, como la referencia a los sacerdotes obreros y su prohibición.

Resumiremos brevemente los principales datos que muestran esta pérdida de autoridad, aunque el mismo autor reconoce que se trata de una descripción parcial porque no se detiene suficiente en tendencias positivas como la renovación litúrgica, las comunidades carismáticas, y la acogida a los refugiados.

En la primera parte del siglo XX la iglesia se ganó la confianza de los jóvenes, de algunos intelectuales, y de algunas Iglesias separadas, que culminaron en la apertura pastoral del concilio Vaticano II. Sin embargo, puede decirse que a partir de la crisis social de mayo del 68 la Iglesia se pone a la defensiva. La tradición había enseñado que toda autoridad viene de Dios, no es pues de extrañar que la desconfianza en la autoridad civil afectara igualmente a la confianza en la autoridad de la Iglesia, que se había apoyado en el temor por la ley más que en el ejemplo de Jesús. (Podríamos añadir aquí el rechazo a la encíclica humnae vitae publicada el 25 de julio de 1968).

Esta pérdida de autoridad se mostró especialmente en el abandono de muchos sacerdotes y de muchos fieles, especialmente de los jóvenes, de los divorciados, y de las mujeres, que no aceptaban la incuestionable autoridad de la jerarquía, y que fueron apartados disciplinarmente de la participación de los sacramentos. Últimamente el desprestigio de la Iglesia ha culminado con el descubrimiento de tantos casos de pederastia.

Con este resumen parcial, el autor no pretende sugerir que la Iglesia esté casi muerta, sino en una grave crisis, que permite prever un renacimiento. 

1.3 ¿Pérdida de fe? Bonhoeffer y Gauchet

Historiadores, sociólogos y teólogos han analizado este deterioro de la iglesia, y los medios de comunicación han publicado estadísticas sobre las creencias de los jóvenes y la escasa participación en los actos religiosos, de modo que se ha llegado a hablar de una “era post-cristiana”.

En este tercer paso, Moingt presenta dos soluciones radicales y ofrece su punto de vista. El teólogo luterano Dietrich Bonhoeffer estudió esta increencia a partir del Renacimiento y la atribuyó a “la impotencia de Dios en el mundo”, a la voluntad de Dios de no obligar a los hombres a creer y obedecer por temor; y aconsejaba hablar de Dios en un lenguaje “no religioso”. Esta tendencia a la emancipación hundía sus raíces en la libertad del Evangelio y dio origen a la Reforma de Lutero, y posteriormente a la “teología de la muerte de Dios” (Seguramente habremos recordado la expresión más conocida de Bonhoeffer: “es necesario que vivamos en este mundo etsi Deus non daretur... Ante Dios y con Dios vivimos sin Dios”).

El filósofo y sociólogo Marcel Gauchet ha analizado esta situación desde la Biblia y la teología y la ha expresado con una sorprendente paradoja: “el cristianismo es la religión de la salida de la religión”. No pretende decir que el cristianismo vaya a desaparecer, sino que “va a dejar de ejercer la función estructurante de la sociedad occidental… y que las religiones se adaptarán a las sociedades liberadas del yugo religioso”. Su argumentación se basa en dos momentos históricos: la trascendencia divina proclamada por Moisés, que separaba la divinidad y el mundo; y la disolución de la cristiandad medieval, que separó lo espiritual y lo temporal.

Moingt pronostica que se llegará a “un equilibrio dialéctico” entre la racionalidad secular y el pensamiento religioso, entre el Estado laico y grupos religiosos, sin tratar de absorberse mutuamente, y esto precisamente por cumplir sus propios fines.

Para explicar y confirmar sus conclusiones, el autor ofrece un extenso análisis histórico de la evolución de las manifestaciones religiosas, especialmente de la confluencia de la religión judía con la racionalidad griega. “El cristianismo reconoce su salida de la religión desde la primera mitad del siglo II al negar que era una secta religiosa y reconocerse como una escuela del Logos (según Justino mártir)”.

En todo este capítulo, el autor ha querido destacar la diferencia entre el espíritu del cristianismo y el cristianismo como religión, porque sabe que no puede hablar con esta sociedad laica en términos y conceptos religiosos, pero que puede hablar y coincidir con esta sociedad con las vivencias del espíritu cristiano.

“Hablando del espíritu del cristianismo, yo no me refiero tanto a lo que es propio de la religión cristiana según la fe y la doctrina, cuanto al espíritu evangélico del humanismo que ha transmitido a los hombres y que inspira sus mejores ideales, incluso cuando han abandonado su fe cristiana, de modo que los cristianos, al comunicarse con éstos últimos en el mismo lenguaje de racionalidad, podrán apelar a su espíritu común…” (la negrita es mia).

1.4 Y ahora… ¿Restauración o renacimiento?

El autor por una parte menciona algunos intentos de solución como el sínodo de la familia y el de la Amazonia, que han aportado algunos cambios, pero sin afectar a las instituciones por temor a romper con la tradición; por otra parte se refiere a problemas que frenan la evolución de la iglesia.

En primer lugar analiza dos axiomas: que la revelación concluyó con la muerte de los apóstoles y que “fuera de la Iglesia no hay salvación”. De este modo se mantenía la confianza en que toda verdad necesaria para su misión ya le había sido revelada por la palabra de Dios en las Sagradas Escrituras y en la tradición procedente de los apóstoles (para dilucidar este punto dedicará el tercer capítulo a estudiar la Revelación). Sin embargo, se suponía que los depositarios de este mensaje eran los obispos sin tener en cuenta que son todos los fieles quienes constituyen la Iglesia.

Más fundamentales son los problemas sobre la interpretación de las Sagradas Escrituras y de la tradición, como el planteado entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe, o la divinización de Jesús en el concilio de Nicea sin reconocer que “la idea de la generación de un hijo en Dios no se encuentra en ninguna parte de las Escrituras”.

Estos ejemplos ya han sido tratados ampliamente por Moingt en libros anteriores pero los presenta ahora para plantearse a fondo el tema anunciado ¿Restauración o renacimiento?

      “Cuando meditamos y sopesamos las probabilidadesde la supervivencia de la institución iglesia no nos dejamos seducir por una restauración de su tradición, que sólo puede exhibir lo positivo de una larga y rica historia, desprovista ahora del soplo creador. Pensamos en su renacimiento, recordando la advertencia de Jesús a Nicodemo: Nadie puede ver el Reino de Dios si no nace de nuevo de lo alto, del Espíritu (Jn 3,3.6-7), y de la efusión del Espíritu Santo que anunció al mundo la resurrección de Jesús (Hch 2,33)”.

“Nacer de nuevo” puede parecernos una solución poco eficaz para la iglesia actual, pero quizás sea la más radical que un anciano teólogo puede presentarle. Es lo que el mismo Jesús, según el evangelio de Juan, le propuso a Nicodemo.

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