Juan-Pablo II a la orden de Washington



Nota: en marzo 1982 escribí una carta abierta al papa Juan-Pablo II que le mandé también por correo a través la Nunciatura apostólica de mi país. Pensé que valía la pena recordar su contenido al acercarse el gran día de su canonización dándolonos como ejemplo de vida.

Estimado papa

La función política, que Usted asume como jefe del Estado Vaticano y la que resulta inevitablemente de sus muchos desplazamientos, de los discursos que pronuncia, de las posiciones que adopta como líder jerárquico de la Iglesia católica, no puede ser ignorada y aún menos denegada. La cuestión no es de saber si Usted debe sustraerse a cualquier función política, lo que sería tan ilusorio como quitarle el aire que respira, pero es saber más bien el tipo de función política que le ordenen llevar el mensaje del Evangelio y la situación actual de los pueblos.


La acción que Usted despliega actualmente en el tumulto de los conflictos que dividen los pueblos, que sea ya a través de sus viajes, discursos, silencios, las gentes que recibe o no, parece perfectamente cumplir con las expectativas de los jefes de Estado del Occidente cristiano. Es suficiente para convencernos de observar la actitud que Usted adopta frente a los conflictos que viven los pueblos de América Latina y la que tomó en el conflicto que vivió el pueblo Polaco.

En América Latina, no ha vacilado en recordar a los sacerdotes, religiosos y religiosas que su compromiso religioso debe situarse dentro del campo de la pastoral litúrgica y sacramental, y que la Teología de la liberación es un enfoque peligroso del mensaje evangélico, y que si el cambio de estructuras es deseable a veces, es el cambio de los corazones que se necesita operar en primer lugar. En la misma vena, Usted invita a las poblaciones a confiar en Dios y a la paciencia para realizar los cambios que se imponen con los medios democráticos y en respecto del orden establecido, condenando así los diversos frentes de liberación comprometidos en luchas sangrientas con las dictaduras militares.

Recientemente, Usted ha tomado una posición a favor de las elecciones a fines de marzo de 1982 en el Salvador, aunque los principales observadores estaban de acuerdo para decir que eran, en la situación actual, absurdas. Igualmente Usted evita de identificar a las dictaduras militares, los regímenes corruptos así como los poderes que les alimentan en artillería de guerra, evocando el argumento clásico que la Iglesia no tiene las competencias necesarias para juzgar las cuestiones políticas y económicas. Además, las grandes figuras de este hermoso mundo pueden tener siempre acceso a su persona, mientras que este acceso es más difícil para los implicados en las luchas de liberación. ¿No es el caso del padre Ernesto Cardenal, miembro del Frente Sandinista de liberación nacional de Nicaragua, que no pudo ser recibido por Usted, durante su visita en Roma en 1979? Algo parecido sucedió con Mgr Oscar Romero que tuvo muchos obstáculos para encontrarle. Tuvo que utilizar astucias para lograr este encuentro reclamado desde varios días. Venia para presentar a usted un informe sobre los crímenes cometidos por el ejercito contra el pueblo salvadoreño. Sin embargo, en la Conferencia de Puebla en México, Usted ha aceptado recibir al representante oficial de Somoza, quien dirigía una de las guerras más sanguinarias de América Central.

En Polonia, su discurso y sus compromisos toman un tono diferente. Usted se convierte en el apóstol de los trabajadores, el Papa de Solidarnosc, la piedra angular de la defensa de las libertades individuales. Habla sobre el derecho de los trabajadores a organizarse, a ser respetados, de cumplir con su deber de luchar para asegurar el ejercicio de las libertades fundamentales. Encuentra el valor para condenar enérgicamente los medios utilizados por los gobernantes polacos y con el peso de toda su autoridad exige la eliminación de la ley marcial y devolver a Solidarnosc todos los medios que le permitan ejercer libremente sus actividades. En el corazón de la crisis, Usted no ha temido recibir en audiencia privada al representante de Solidarnosc y movilizar a toda la Iglesia de Polonia contra este golpe de fuerza.

Lejos de mí la idea de criticar la actitud que Usted ha adoptado en la crisis que vivía el pueblo polaco. Ella me parece bastante valiente e independiente de los poderes políticos en ejercicio. Lo que lamento es no encontrar la misma actitud ante los gobernantes y las potencias economías de nuestro Occidente cristiano. Esto es aún más doloroso que la lista de las dictaduras militares, encarcelamientos, torturas, asesinatos, es aún más larga y más trágica en América Latina y en África que en cualquier otro lugar. Los pueblos del Salvador, de Nicaragua, Guatemala, Haití, Argentina, Chile, Cuba sometida a un bloqueo económico injustificado, también los pueblos de África y Asia serían animados si Usted asumiese comprometer su persona en las luchas que llevan, como lo ha hecho en la lucha del pueblo polaco. ¿No sería allí una línea genuina de la catolicidad de la Iglesia?

¿No reside el problema fundamental en el hecho muy sutil de la recuperación gradual de la jerarquía y las instituciones de la Iglesia por los poderosos y potencias de nuestro Occidente cristiano? ¿Pues, no han logrado conseguir a hacerse un aliado leal, capaz de consolidar su poder y debilitar la de sus oponentes? ¿No han tenido la inteligencia y el astuto de realizar esta alianza con la Iglesia, dándole la seguridad física y el bienestar, asegurándole un trato preferencial en el despliegue de sus instituciones: parroquias, escuelas, hospitales, etc., fomentando el establecimiento de una religiosidad de ritos y de práctica sacramental, sin contestar el poder establecido y inspirada de una doctrina que separa la realidad en “sagrado” y en “profano”?

¿De hecho, no es desde los primeros compromisos hechos con los Reyes en el Concilio de Constantinopla en 325, que la Iglesia de Jesús Cristo y de los apóstoles cedió gradualmente su lugar a una Iglesia jerárquica, estructural, vaciada de su sustancia original? ¿No ha sucumbido la Iglesia a las tres tentaciones a las cuales Jesús resistió en el desierto mientras se preparaba para comenzar su vida pública? ¿No se ha metido los dedos en los engranajes de los acomodamientos?

¿No ha dicho sí a la tentación de satisfacer a sus necesidades individuales, a su bienestar humano, a su seguridad material con el fin evidentemente de poder dedicarse mejor a su apostolado? (tentación del pan)

¿No ha dicho sí, también, a la tentación de desplegar sus poderes espirituales en grandiosos eventos hechos de rituales y ceremonias religiosas, con el objetivo defendible de ganar la adhesión de las creencias populares? (la tentación de caer desde lo alto del templo)

¿No ha dicho sí finalmente a la tentación de someterse a los grandes y poderosos en cambio del despliegue universal de sus instituciones? (tentación de dominación)

Conocemos las respuestas hechas por Jesús a estas tres tentaciones que pretendían diluir bajo las apariencias del bien la substancia de la misión que le había sido encomendada por su Padre. Por su NO inequívoco, consolidó la libertad que le permitía hablar y actuar como le pedía su Padre, independientemente de Caifás, Pilatos y Herodes. Así inauguró el Reino de justicia y paz prometido a todos los hombres de buena voluntad.

¿Puede Usted, en el lugar supremo que ocupa en la Iglesia, trabajar a su liberación de las garras veladas de los poderes políticos del Occidente que han logrado ejercer sobre ella, con su consentimiento? Su jerarquía llegó a ser a menudo el portavoz espiritual de los jefes de Estado del Occidente cristiano. ¿No es este el papel que le toca ejercer ahora? ¿Esto no le impide utilizar la fuerza activa del Espíritu y del Evangelio, de una manera real, al servicio de los pobres y oprimidos de todos los países, en todos los continentes, de todas las regiones y de todos los sistemas?

Oscar Fortín
04 de marzo de 1982

Carta quedada sin respuesta

Volver arriba