AUDÍFONOS PARA LOS OBISPOS

No se trata de una simple y misericordiosa recomendación por parte de los sacerdotes y del pueblo fiel. Es nada menos que una exigencia, constatada y acrecentada además con el paso del tiempo conciliar y extra conciliar. Los obispos -nuestros obispos- precisan con urgencia eclesial oír, por lo que los audífonos -“aparatos para captar mejor los sonidos”-,  les son indispensables semi dogmáticamente en la tarea-ministerio  pastoral. Sin ellos, o averiados, no hubieran podido ser nombrados obispos y, en caso contrario, decidir cuanto antes su renuncia, en beneficio de ellos mismos y del resto de la Iglesia.

Y es que sin oír-escuchar -“prestar atención”- a lo dicho, o a lo que pretendieran decir los demás,  no es posible vivir , ni convivir y menos “en obispo”. “Epíscopus”, en su propia génesis semántica, lleva consigo oír y hacerlo con la mayor claridad, nitidez y capacidad de aceptación y acogida posibles.  Obispos sordos no servirían para ser y ejercer de obispos.  Habría que “desespicopalizarlos”. Ya sé que es tarea ardua y aún arriesgada. Pero, antes que nada, lo que de verdad importa es lo pastoral. ¿Qué tal los Ejercicios Espirituales, solo para obispos?

¿Por qué se llegó a situación eclesiástica tan generalizada, tal y como proclaman y reafirman experiencias propias y ajenas con plena fiabilidad y consistencia de cuantos datos se aporten?

Entre otras razones, porque a los obispos, como a cualquiera otro miembro de la jerarquía del orden del “mando en plaza” que enmarcan la convivencia cívica, política, democrática de nombre, pero no más, lo que les hace disfrutar en proporciones poco menos que pecaminosas, es el lujo de tener que hacerlo además “por la gracia de Dios”.

Los obispos ni oyen ni escuchan. Creen “sabérselas todas”. Son omniscientes y no solo en su sagrado ministerio, rodeados -inspirados- entre nubes de incienso y con la respetuosa ayuda que, en ocasiones, les brinden los “informadores religiosos”.

El pueblo-pueblo, desde la sabiduría soberana convivencial que ha de definir a la Iglesia, entiende tal proceder episcopal inherente a su oficio- ministerio, al que aplica  frases sapienciales como las de “regalarle a alguien los oídos”,” oír campanas y no saber dónde suenan” y “¡oído al parche¡” (atención, con sentido miliar), molestándole en extremo la veracidad provocadora del contenido del “predíqueme, padre,  que por un oído me entra  y por otro me sale”. Agravan la falta de audición de la episcopalía la mitra y sus ínfulas, por mucha y buena voluntad que inviertan en equiparse para recorrer el CAMINO del encuentro con la VERDAD y con la VIDA.

Después de lo visto, oído y sospechado al filo de estas sugerencias y puntos de meditación eclesiológica, será posible que los devotos feligreses, tendrán muy presentes los audífonos como otros tantos obsequios o regalos. Con ello, sin herir susceptibilidades, les mostrarán sus respetos a la jerarquía que les rige y que preside las ceremonias del culto, sin faltar a la cita la música del órgano, campanas y campanillas, motetes, autoridades militares, civiles y religiosas y, en ocasiones tales como las “tomas de posesión” de cátedra y catedrales, el relincho de alguna mula blanca   o blanqueada.

El precio de los audífonos es asequible. Ni molestan, ni se notan. La técnica hace y hará “milagros”. Solo no se lo pondrá el obispo que no quiera oír, que desgraciadamente para ellos y para la Iglesia, siguen siendo mayoría.

Esto no obstante y con el correspondiente “Nihil Obstat” e “Imprimatur”, no se pierde la esperanza de que en algún devocionario “franciscano” se llegue a insertarse un día la petición “de los obispos de oídos sordos, ¡líbranos, Señor¡”. Y, como de paso, que también”¡nos libre de los chismorreros, parlanchines  y, sobre todo, de los endiosados y endiosadores”. AMÉN

Volver arriba