ANTE LA CUARESMA DEL “CORONAVIRUS”

Despedida la “Alleluya” de las alegrías pascuales, a los cristianos o no tanto, el tiempo litúrgico les abre de par en par las puertas de la penitencia, con las fórmulas tradicionales del ayuno y de la abstinencia, y diversidad de ritos, entre los que sobresale el de la imposición de la ceniza el miércoles de este nombre. En los tiempos más recientes y “descristianizados” para muchos, se procesionan cantos tristes, con reflejos en la gastronomía tanto popular como familiar, celestialmente dulces en la repostería. De penitencia-penitencia, nada de nada.

Pero aconteció que, ejércitos de coronavirus en su diversidad de géneros, acepciones, variantes, cepas… se echaron a la calle sin respetar creencias, a excepción de algunas sociales y con mayores exigencias penitenciarias que las litúrgicas. Lo hicieron y lo hacen, además con carácter de ley y castigos en todos los niveles de la convivencia con imposiciones en “beneficio” de la salud del pueblo.

A cristianos o no, el Senado, el Congreso de los Diputados y los Gobiernos democráticamente elegidos en sus esferas estatales, autonómicas y municipales, han estructurado marcos y espacios de “Cuaresma”, de los que los fieles cristianos, asumiéndolos con carácter íntimamente litúrgico y ejemplaridad religiosa, habrán de ser sus más devotos cumplidores.

Por supuesto que, desde tal perspectiva, y sin excepción alguna, los cristianos, como tales, habremos de estar empeñados, y con sensación de pecado en el caso de no hacerlo, en cumplir con todo rigor cuantas normas, orientaciones, o leyes, sean promulgadas o dictadas, aunque, en ocasiones, sean discutibles, y puedan dar cierto “tufillo” a manejos o manipulaciones políticas o económicas a favor de los intereses de unos, que no son precisamente los más necesitados ni los más pobres. Con dramática y desdichada frecuencia, se comprueba y demuestra que hay grupos organizados, que fuerzan a los mismísimos “virus” a ponerse al servicio infame de determinados intereses. Las cuentas corrientes y las ambiciones de mando son inabarcables, por reiteradas profesiones de fe que sean formuladas conc mención para los mítines y alegatos, sin excluir alguna que otra prédica piadosa.

El protocolo, por poner un ejemplo, es el protocolo, y aquí y en tantas otras cuestiones portadoras de las nefastas “coronas” del “coronavirus”, carecen de cualquier sentido eclesiástico. Que un obispo “se ponga por montera” -es decir, por mitra-, el susodicho protocolo y se haga acreedor a ocupar puestos de honor y privilegio en el listado de los “vacunandos”, cualquiera tendrá que reconocer que es una monumental falta de respeto al pueblo-pueblo y, por supuesto, al pueblo de Dios. La Iglesia-Iglesia podría y debería, haber actuado ya jerárquicamente contra el mitrado, con procedimientos similares a los que lo hicieron los políticos y los sindicales, quienes, en ocasiones, también se comportan con ejemplaridad social, aunque mayoritariamente lo hagan por imperativo – rentabilidad de los votos.

Aprovechar las leyes o normas “anti-coranovíricas” para cultivar el silencio, el retiro, la estancia en familia, efectuar determinados sacrificio y renuncias, saberse sometido a disciplina y no poder hacer siempre su “santa voluntad” por caprichosa que sea, debe ser considerado ascéticamente, como un bien ,y una virtud esencialmente religiosa, evangélica y evangelizadora.

El ayuno y la abstinencia clásicos, dispensables o atenuados comprando -sí, comprando- las “bulas” de las Curías Romanas o diocesanas, no es serio, ni mínimamente cristiano. Someterse a lo civilmente establecido por exigencias “anti-coronavíricas”, es -o puede ser- mucho más religioso que lo prescrito por los cánones o por la Sagrada Liturgia.

Con mayores o menores dosis de sensatez, y a favor del pueblo que se manifestaba cristiano, la Cuaresma -ayuno y abstinencia- significaba no pocas posibilidades de sanación para estómagos tan satisfechos, con limitación de otras clases de placeres, entre tantas razones porque estos eran los únicos a los que podían tener acceso, dado que, por ejemplo, los que proporcionaba la cultura les resultaban escasos o inasequibles.

Y el paso primero en este contexto y etapa litúrgica, nos ayuda a darlo, precisamente la ceniza. Y es que de verdad de la buena “no somos nadie”. O muy poca cosa. No son nadie los políticos, por mucho que sea el poder que crean detentar, democrática o seudo-democráticamente. No son nadie los ricos. Ni lo son los obispos. Ni quienes otrora usaran tiaras y fueran transportados en sillas gestatorias a la antigua usanza y en “papa-móviles”, tal y como estipulan loss protocolos, bajo palio y con ornamentos sagrados.

No aprovechar las lecciones sagradas de educación en la fe que con dramática frecuencia nos propinan los “coronavírus” y sus allegados, resultaría estólido y falto de entendimiento.

Volver arriba