"En la carrera eclesiástica aún vigente, y al margen del Vaticano II, la sinodalidad está abocada al fracaso" Los curas no tienen toda la culpa

Obispo y sacerdotes de espaldas
Obispo y sacerdotes de espaldas Jomar Cala

Los curas no son los culpables de la veracidad de la interjección cristiana universalizada de “¡cómo está el clero¡”, de tan larga y expedita aplicación en la historia eclesiástica

Más que los curas, en su variedad canónica de “oficios” y de “beneficios”, los culpables son los señores obispos…

Los curas no son los culpables de la veracidad de la interjección cristiana universalizada de “¡cómo está el clero!”, de tan larga y expedita aplicación en la historia eclesiástica, aunque más radicalizada en la actualidad, sin otros razonamientos que los de la creencia de que, gracias sean dadas a Dios, hoy casi todo se sabe y además, es posible publicarlo.

Más que los curas, en su variedad canónica de “oficios” y de “beneficios”, los culpables son los señores obispos… Argumentos y pruebas que lo justifiquen son muchas. De procedencia distinta y algunas, hasta “virtuosas”, con carácter dogmático o semi dogmático, sustentadas falazmente en que así lo estableció Jesús. ¿Pero fue el mismo Jesús, el “fundador” de esta Iglesia, regida por los obispos prolíficamente calificados con referencias bíblicas como “Sucesores de los Apóstoles”?

¿Indicios de que el cambio-renovación o reforma llama ya a las puertas? Así lo creen algunos, confiados en las decisivas, inteligentes, pastorales y persistentes determinaciones del papa Francisco, a instancias del Vaticano II, y como respuestas salvadoras a los más graves problemas inspirados en el Evangelio y, a la vez, al margen de interpretaciones oficiales de las que “legalmente” se afirmaba y afirma ser la auténtica y exclusiva “palabra de Dios”.

El camino es largo

Pero el camino a recorrer es largo. Extraordinariamente largo. Los obispos son “mucho” obispos. No en cantidad, pero sí en “peso” y hasta en eclesiología. Y, además, se lo tienen soberanamente creído, y actúan “por los siglos de los siglos”, y tal y como se lo imponen las mitras, los báculos y tantos otros símbolos por paganos y anticristianos que sean sus orígenes, y el uso que hacen de ellos “en el nombre de Dios”.

En vísperas de celebraciones y estilos de vida eclesiástica, eclesial, cristiana y propios y específicos de “personas normales”, adelantando conclusiones pre-sinodales, llegaron ya en diócesis y supra-diócesis oficialmente a ser ofertoriados algunos de sus esquemas de mayor urgencia en el examen de la inesquivable sinodalidad. De la mayoría de los referidos, es obligado alertar que las esperanzas son cortas en demasía y defraudadoras en exceso.

Mitra de obispo
Mitra de obispo

De entre el rosario y letanías con las que, estudiadas sus formulaciones supuestamente a la luz de la fe y la reflexión, me limito a copiar exabruptos como estos: “No pasan de ser otras tantas frases hipócritas, ritualistas, retóricas, que solo huelen a incienso, clericales, hieráticas, dogmáticas, episcopaloides, pontificales…”, por lo que el panorama resulta de por sí impresentable y radicalmente antisinodal. Huelga reseñar que, con calificaciones como las citadas, los obispos seguirán siendo los “ganadores” en esta vida y en la otra, y a los laicos y laicas apenas si les corresponderá otra misión que la sempiterna de cerrar los labios y no pasar de entreabrirlos para fervorosamente adherirse al amén prescrito e indulgenciado “en la Iglesia de siempre”.

Ganadores y perdedores 

Descubrimiento tal no es nuevo. Es el de siempre, aunque su formulación choque y chirríe más en la actualidad, dado el “franciscanismo” con el que es posible pronunciarse, sin ser oficialmente estigmatizado de “hereje, indigno, anatema y pecador”, que ha sido y es el estilo episcopal de toda la vida. Los obispos son -tienen que ser- así. No los nombra el Papa. Los nombra la Curia, y para ello dispone de medios de información -siempre los mismos- que eviten ciertas sorpresas, siempre y cuando estas no afecten a las relaciones Iglesia-Estado, al poder, a los intereses propios - del gremio y de su grupo-, y a las situaciones de privilegio que los definiera de por vida.

Báculo
Báculo

Es de lamentar que en los preexámenes y exámenes de los episcopables, acerca del Evangelio, del Vaticano II y de su seguimiento por el papa Francisco, las referencias sean tan escasas. Aún más, hasta contrarias a que el proceso iniciado termine en terna y después en “toma de posesión” y en cátedra, que es lo que le confiere nombre y sobrenombre a las respectivas diócesis. El Evangelio -vida y enseñanza- cuenta poco en la valoración que oficialmente hacen los nuncios en la selección del personal, en cuya misión y sacrosanta tarea el mismo Espíritu Santo se ausenta

"Carrera eclesiástica"

Y es que los obispos no pueden seguir siendo nombrados como hasta el presente. “Por los frutos lo conoceréis…” es el diagnóstico que formula el pueblo, que es quien sabe de episcopología. Nombrados -que no elegidos- tal y como se logra tal ascenso en la “carrera eclesiástica” todavía vigente y al margen del Vaticano II, la “sinodalidad” está abocada al fracaso.

Los obispos seguirán siendo y ejerciendo como obispos, tal y como mandan los cánones y lo rubrican los datos de su residencia vecinal palaciega en el callejero municipal de las cabezas de diócesis cuya titularidad expresan y lucen con sus escudos de armas, galas, procesiones y ornamentos “sagrados”, todos ellos en plena y “santa” coherencia litúrgica y no infrecuentemente con el agrado de la feligresía y buena parte de su clero.

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