El otro Catecismo

Desde la procedencia semántica griega -“katejeo”- equivalente a “hacer resonar o proclamar algo de alguna manera”, fueron muchos los pasos que dio esta palabra hasta significar “libro de instrucción elemental que contiene la doctrina cristiana, escrito con frecuencia en forma de preguntas y respuestas”, así como “obra que contiene la exposición sucinta de alguna ciencia o arte”. En esta ocasión, y teniendo rigurosamente presente la idea tan generalizada de “compendio de la enseñanza elemental de la doctrina cristiana”, sugiero algunas reflexiones, con el convencimiento del interés que dentro y fuera de la Iglesia suscita el tema religioso, con absoluta demanda de respuestas para sus fundamentales preguntas.

. Es larga la historia de los catecismos, que en los primeros tiempos de la Iglesia fue libro-extracto-resumen de adoctrinamiento catecumenal y que después se concretó en catálogo-nomenclator-inventario de “contenidos esenciales de la doctrina católica tanto de la fe como sobre la moral”, cuyas fuentes son la Sagrada Escritura, los Santos Padres, la Sagrada Liturgia y el Magisterio de la Iglesia. Personajes y acontecimientos que influyeron en la redacción del Catecismo fueron Martín Lutero, San Pedro Canisio, el Concilio de Trento, -San Pío V-, San Roberto Belarmino, San Pío X, Napoleón Bonaparte -“Catecismo Universal”-, Concilio Vaticano II-, Directorio General de Pastoral Catequética y Catecismo de la Iglesia Católica. A la mayoría de los españoles adoctrinaron en la fe y en la moral los PP. Astete, Ripalda, Claret, y el “Catecismo Nacional” del año 1957, con bases en el Concordato firmado entre el Gobierno Español y la Santa Sede el año 1953.

. Es de utilidad destacar que los catecismos al uso no son compendio de dogmas o de verdades de fe. Contienen y exponen también otras calificadas como de “doctrina católica” o “teológicamente ciertas”. Tener en cuenta tal condición es de interés al juzgar reacciones y comportamientos de algunos en desacuerdo, discordancia o disconformidad con contenidos y redacciones del Catecismo, sin que ello incluya descalificación o anatema por parte de los celadores oficiales de la fe y de la moralidad en la Iglesia.

. Comprensibles unos, y otros no tanto, muchos son los motivos por los que también a los catecismos les acechan tiempos de inseguridades, renovaciones y cambios, sin que sea necesario reseñar que no todos ellos, ni mucho menos, sean merecedores de reprobaciones, censuras o castigos. A veces, lo serán -o deberían serlo-, de aprobación y hasta de elogio.

. Y el hecho es que son numerosos los ejemplos que contienen y ofrecen los catecismos como “doctrina” y “comportamiento” cabalmente cristianos, que precisan ya de calificación distinta, en similar proporción y medida a otros que los desautoriza y a los que, no obstante, con elemental visión de futuro, se les puede señalar ya fecha de autorización, reconocimiento y, en felices ocasiones, hasta de canonización.

. Teólogos, tanto o más calificados como los recopiladores oficiales de los textos del Catecismo –de su selección y configuración-, muestran ya su disconformidad con razonamientos e interpretaciones legítimas a la luz de la vida y de las ciencias antropológicas y de las exigencias de la fe y, esto no obstante, y hasta que pudieran integrarse en futuras ediciones de Catecismos, habrá de transcurrir mucho tiempo, innumerables inquietudes y desasosiegos, sin descartar desautorizaciones hasta “en nombre de Dios”.

. La terminante condición de monolitismo sacral que se les presupone, y de la que alardean los mismos catecismos, no es beneficiosa para la publicación como tales, ni para la Iglesia, ni para los teólogos y menos para el Pueblo de Dios. Al comprobar este su ineficacia, contraposición y lejanía de no pocos de sus problemas y del mundo en general, lo rechaza sistemáticamente y en plenitud, o difícilmente lo tiene en cuenta, y más cuando teólogos de renombre y con autoridad piensan y adoctrinan en mayor sintonía con la vida y con sus problemas personales, familiares e institucionales, sometidos además a los cambios propios del desarrollo y progreso inherentes a la naturaleza humana. Es tan importante y decisivo para la vida de muchos su relación con la fe, que la catalogación de sus principales verdades jamás habrá de enunciarse y perfilarse como bloque o sillar, y sí como algo orgánico, viviente y dinámico.

. La Iglesia necesita hoy otro Catecismo. Un Catecismo teológicamente en consonancia y comprometido con la vida. Con la de ahora y con la del “Más Allá”.Comprometido y fiel a Cristo-Jesús, más que a la institución que refundaron los hombres a lo largo de los siglos y de sus intereses y de la que se puede asegurar con contundencia evangélica que no pocos de sus capítulos ni los protagonizan ni los inspiran el mismo Cristo y su mensaje de salvación universal. Un Catecismo doctrinalmente serio y adulto de verdad y sin concesiones a la comodidad, a las rutinas y a la frivolidad intelectual.

Foto: © Catherine Hadler
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