¿Concilios Ecumenicos?

Los tiempos son hoy en la Iglesia son malos. “Eminentísimamente” malos, haciendo uso de parte de la terminología que todavía impone el protocolo en áreas curiales. Y el concilio –los concilios- fueron considerados a lo largo de la historia eclesiástica como otros tantos antídotos para las enfermedades más graves, que los expertos –teólogos y pastoralistas hayan diagnosticado, con estudio y con precisión. La historia de los concilios, como los de Trento, Vaticanos y tatos otros de tiempos pasados, respondió fundamentalmente a situaciones de emergencia vividos por, o en, la comunidad. El estudio de la situación actual de la Iglesia, su estado y su dirección, fuerza el convencimiento de que la reforma que hoy se demanda, es tan urgente, profunda y extensa o más, que la que atinadamente definió los tiempos pre- conciliares antes aludidos.

. Somos ya muchos los que pensamos que una de las decisiones providenciales que el Papa Francisco habrá de tomar, incluirá necesariamente la convocación de un concilio. El ejemplo del párroco de la Iglesia universal, encarnado en uno de sus antecesores -Juan XXIII- podría ser un estímulo eficiente más para acelerar soluciones evangélicamente conciliares. El estilo que le está imprimiendo, y reviste la vida, del Papa Francisco, da la impresión de que la convocación de un concilio apenas si sería noticia, y más cuando infelizmente resulta tan fácil comprobar que el Vaticano II quedó inédito, con consciente determinación de quienes fueron, y son, los responsables auténticos y acreditados de su aprecio y aplicación.

. La de este concilio debiera ya integrarse entre las peticiones populares y en las oraciones de petición de carácter oficial dirigidas a Dios en las misas y en tantos otros actos litúrgicos, sin faltarles antes la catequesis debida.

. Pero en el hipotético concilio que anhelamos, tendría que ponerse el acento en la condición de “ecuménico” con la que ellos falazmente fueron presentados
en la historia de la Iglesia de los últimos tiempos, tal y como así lo quisieron sus propios convocantes. Para que el concepto de “ecumenicidad” defina de verdad a los concilios, será indispensable la participación de las otras Iglesias de Cristo. Ni estas, ni la católica, por sí mismas y solas, acaparan la verdad de Cristo Jesús, ni a este como camino, vida y verdad. De modo, al menos similar, a como los católicos creemos en Jesucristo y pretendemos seguir sus pasos y hacer perdurable su testimonio, los protestantes en general, están vocacionados a tan sagrada tarea, contando además, por igual, con la correspondiente gracia de Dios.

. El espectáculo de desavenencia, rivalidad y ruptura que a las demás religiones, ateos y agnósticos, les proporciona la Iglesia de Cristo, es desedificante y desgarrador. Es impropio de quienes leen el evangelio y de quienes dicen creer, asumir y venerar la doctrina cristiana.

. La presencia y aportación del resto de las Iglesias en todos los concilios, y más en el que tanto echamos ahora de menos, se juzga como exigencia elemental de la profesión de la fe. Cristo no es Cristo ni es Iglesia la Iglesia, si se hacen perdurar los enfrentamientos, basados la mayoría de ellos, y para desgracia de todos, en afanes de protagonismos paganos, o de competitividades. Ser más que los otros, por muy “eclesiástico” que esto sea, es tentación que pervierte el orden establecido por Dios en las conciencias y en los comportamientos, robándole a la Iglesia y a la colectividad en general, sentido y significación.

. Los cristianos –todos los cristianos-, en unidad y en gracia de Dios, reunidos en concilio de reconciliación y hermandad, con los mismos derechos y deberes, y sin privilegios de ninguna clase, y menos por ser católicos o protestantes, constituiríamos el testimonio de fe, caridad y esperanza que demanda el mundo en la actualidad.
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