El Diccionario Está Triste

El diccionario está triste. Desconsoladoramente triste. Y no es para menos. Y es que al diccionario le faltan palabras... Ya sé que las ideas y los sentimientos, humanos y divinos, en su infinitud de matices, jamás podrán ser captados por los vocablos, lo mismo con sus aturdidos arcaísmos, como en sus audaces neologismos… Los diccionarios no tienen más remedio que estar tristes, entre otras cosas, porque la vida , sus palabras y sus expresiones, les obligan inmisericordemente a mantener discriminaciones y desigualdades terribles en perjuicio de la mujer , solo por su condición de mujer. El caudal de tristezas se acrecienta aún más con la comprobación de que cuanto se relaciona académicamente con lo masculino, se privilegia y engrandece, con flagrante desprestigio para lo femenino.

A la tristeza gramatical inveterada de los diccionarios acaba nada menos que el Papa Francisco de añadirle nuevas dosis de desesperanzas, al reafirmar que en el organigrama teológico- canónico de la Iglesia, en cuya reforma se empeña, no caben legalmente ciertas palabras del género femenino.

. Citando algunos ejemplos, de los diccionarios, y con el persistente e inverosímil consentimiento también del Papa Francisco, y “a perpetuidad”, habrán de ausentarse por ahora los vocablos de “cardenala”, “párroca”, “obispas” y otros. (Como dato curioso aporto que la palabra antecedente a la de “párroco” es “parrocha”, con el significado ictiológico de “sardina joven”)

. Palabra, ministerio y acción de “párroca”, femenino hipotético de “párroco”- “que administra los sacramentos y pastorea a los fieles”-, es hoy absolutamente indispensable en el desarrollo de la Iglesia, en conformidad con la misión salvadora encomendada por su Fundador. Sin “párrocas” no es hoy Iglesia de Cristo la Iglesia. Tampoco lo sería sin las correspondientes referencias a “obispas” y a “cardenalas”.

. La responsabilidad que en la dirección y administración de la Iglesia le compete a la mujer por mujer, se frustraría con grave perjuicio para la institución en el caso, para más inri y ludibrio, en el que el éxodo se estableciera hasta con características próximas a las formulaciones dogmáticas al uso.

. Es inexplicable, para cultos e incultos, religiosos y a-religiosos, que a estas alturas de las sensibilidades y de los estudios teológicos, antropológicos y del Derecho comparativo, la presencia de la mujer se siga manteniendo así dentro de la Iglesia. La lógica no parece inspirar determinaciones pontificias como la aludida, ni siquiera en los casos hipotéticos de que tradiciones, y ritos bíblicos, prebíblicos y hasta paganos exigieran su continuidad, con el fin de complacer a sectores anclados de por vida en posiciones ancestrales discriminatorias, a cuenta de que, por ejemplo, el “ex devoto sexo femenino” abomine de una “devoción” que en el nombre de la fe, le condenó al ostracismo, a la marginación y a la pasividad, siempre al servicio del hombre Papa, Cardenal, arzobispo, obispo, sacerdote o diácono.

. Con respeto, con humildad y con santa insistencia, en nombre de tantos hombres y de tantas mujeres, solicitamos al Papa Francisco alguna explicación para su decisión de dejar las cosas como están. La renovación- reforma- reconstrucción de la Iglesia , en cuya tarea está empeñado el Papa Francisco, jamás será factible sin la presencia activa, comprometida e ilusionante de la mujer en sus más altos órganos directivos y como miembro del Pueblo de Dios.. El ejemplo que dan en todas las esferas de la sociedad reclama su presencia, con la consiguiente y absurda descalificación de quienes no lo avalen. Hay contradicciones que son y se presentan a veces, como ascéticas y como místicas, pero que no siempre son ni siquiera evangélicas.

. Contribuir a expandir y a justificar agravios inútiles, infundados, ociosos, retrógrados y al margen de la vida, parecen ser tareas propiamente curiales, hoy impracticables y fuera de lugar y contexto. Una mujer “párroca” u “obispa” por la gracia de Dios y en sacrosanta sintonía con los signos de los tiempos, será, pese a todo, y con seguridad, uno de los logros singulares en el pontificado del Papa Francisco.
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