AL ESILO DE “EL CASO”

La de “El Caso” es una de las historias más significativas y apasionantes del periodismo español. Como semanario, “La biblia de los sucesos”, o “semanario español especializado en noticias de sucesos”, apareció en los kioscos de prensa el día 11 de mayo de 1952 y dejó de publicarse el 24 d septiembre de 1997. Alcanzó la impensable tirada de medio millón de ejemplares, con impacto social muy relevante y, aunque en teoría tan solo se le permitía dar información sobre un reducido número de “hechos de importancia”, entintados de sangre, estos y otros más de la “España negra”, no les pasaron desapercibidos a la multitud de sus lectores, incluidos intelectuales y escritores. El inenarrable don Camilo José Cela, “Premio Nobel de Literatura”, con todos sus honores, confesó con frecuencia ser uno de sus más asiduos lectores.

¿Pero qué tiene que ver “El Caso” con la Iglesia, tal y como parece requerir  la justificación de esta información en una publicación religiosa de relieve como RD.? Pues nada más y nada menos tiene que ver en tanto en cuanto que sus páginas, al igual que las de tantas otras publicaciones, religiosas o no, están sembradas de noticias de sucesos relacionados con la clerecía y sus aledaños.

Al redactar estas líneas, tengo presentes estas noticias fechadas en el mismo día:1) Un obispo francés amordaza a una ex -monja, víctima de abusos por parte de un sacerdote. 2) P.H., el cura norteamericano que abusó de un niño durante una década. 3) Cuarenta años de abusos sexuales de niños en el monasterio de Monserrat, obligan al abad actual a renunciar, a lo que el Nuncio de SS. se niega. 4) Echan de Chile a un puñado de curas acusados de abusos sexuales y los “esconden” en Buenos Aires. 5) Acusan a un cura de robar obras de arte sacro por valor de 100,000 euros. 6) “En cuatro días morirás…”(Opus Dei). 7) Uno de cada cuatro seminaristas estadounidenses sufrieron acoso sexual en las casas de formación…

Por motivos higiénicos, mentales y espirituales, me ahorro seguir con la letanía dolorosa de misterios recitados, vividos y profanadores de sacristías, internados, monasterios, casas parroquiales, confesonarios, seminarios, noviciados, colegios “religiosos”…. La razón de tan rentable ahorro personal es desdichadamente la del convencimiento de que todos los medios de comunicación social, a diario y no solo en su “sección de sucesos”, insertan “con pelos y señales”, y con la documentación judicial correspondiente, y convierten sus espacios informativos en la Biblia –Apocalipsis- de sucesos, que contribuyen a elevar el número de lectores hasta límites insospechados y hasta enfermizos.

Para cualquier entidad, y mucho más si es y se presenta relacionada con la Iglesia católica, tales rosarios de indecencias y de monstruosidades, en el que además y de blasfema manera, era, y es, invocado el “nombre de Dios”, la pervierten y , y condenan a sus fautores, o consentidores, a toda clase de denuestos y afrentas.

En estos, como en tantos otros casos y ámbitos, el verbo “ consentir” reclama mención especial, tétrica, sombría, pero soberana, al ser conjugado por miembros de la jerarquía. Sus consejos, miedos “a escandalizar”, a veces también participación personal en determinados grados, impidieron que la verdad apareciera despojada de fétidas hipocresías, despreciables y en bíblica conformidad con los fariseos y sus cofradías, oficialmente, y por antonomasia, “religiosos” (¡¡). En conformidad con lo expuesto y lo dado por supuesto, estas cofradías y estamentos extienden su nefasta influencia, traducidas en artículos del Derecho Canónico, en Constituciones de tipo y carácter “religioso” y en entidades que tengan alguna relación, o algo que ver, con las mismas… 

El estilo de “El Caso”, semanario –diario especializado en sucesos de talante y contenido religioso-, se expande por los claustros de los monasterios, de los edificios sagrados, organismos y organizaciones y entidades relacionadas con la Iglesia, por lo que yo sería el primero en quedar satisfecho si alguno de los lectores de RD. decidiera desmentir las aseveraciones y los silencios que se perciben en la redacción de estas consideraciones, todas ellas repetida e inclementemente anatematizadas, con humanidad, humildad, dolor y vergüenza por el papa Francisco.

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