HIGIENIZAR LA PALABRA “SANTO/A”

Con todo el contenido del verbo higienizar, referido a “la parte de la medicina que tiene por objeto la conservación de la salud, prevención de las enfermedades“,además de” limpieza y quitar la suciedad e inmundicia”, el lenguaje popular extiende su sentido a “apertura, gentileza y buena disposición”. Tal operación rigurosamente académica sobre la “palabra de Dios”, siempre “santa” por definición, habrá de tener por destino primario y elemental el ámbito de lo eclesiástico, tanto en la misma institución “sagrada” como en quienes la representan, de modo eminente en su jerarquía.

Pero acontece que el término “santa” le es adscrito a la Iglesia con pagana y frívola asiduidad, que ronda los linderos de la sospecha o desconfianza aún por parte de los usuarios. Sabiendo cuanto hoy se sabe, y con la seguridad de cuanto se sabrá próximamente, gracias a los avances de la técnica y a la desaparición de “silencios”, la mayoría de ellos culpables o culposos, resultará actividad pastoral apremiante la higienización de la palabra “santa” aplicada a la Iglesia con tanta osadía y atrevimiento que, además de hipócrita, a no pocos les resultará hasta blasfemo.

Hoy por hoy me limito solo a apuntar algunos ámbitos y esferas, que demandan con Evangelio y mayor presteza, la aceleración de todo proceso de higienización de la correlación de “santo-santa” con la que se desposa a la Iglesia “por los siglos de los siglos” y con cuyo catecismo y liturgia se compromete en mayores proporciones y con aviesas, interesadas, nada sobrenaturales, interpretaciones del mismo Evangelio.

¿Pero cómo puede llamarse “santa” a una institución que haya acogido, y siga acogiendo en su seno, como representantes legítimamente canónicos a quienes crearon, mantuvieron y de alguna manera mantienen, procedimientos inquisitoriales? ¿Cómo es posible que el término “jerarquía” con su noble carga etimológica de “religión al servicio del pueblo”, rija e inspire mandamientos, normas, leyes y hasta presida y decida los procesos de beatificación-canonización y elevación al “honor de los altares”, de determinados cristianos, sin participación alguna del pueblo santo de Dios, en la mayoría de los casos?

Para muchos es causa de estupor, pasmo y asombro, que a la Inquisición y a los Inquisidores -obispos, arzobispos, “primados” y cardenales-, el ministerio-oficio que se les encomendara en el nombre de Dios”, fuera el de “santo o santa”. “Santa Inquisición” y “Santos Inquisidores” son barbarismos inapelables, anti humamos y anticristianos, responsables por supuesto de multitud de ejecuciones de herejes o sospechosos de herejías, previa confesión y procesiones piadosas y multitudinarias, organizadas como otros tantos actos “religiosos” (¡¡) de culto a la Divinidad, y en contra de los principios y ejemplos predicados y vividos por Jesús en el Evangelio.

Lo santo -todo lo santo- demanda ser higienizado en la Iglesia, cuanto antes y sin excusas ni pretextos. Con el Evangelio en la mano y en el corazón. Con “las debidas licencias” –“Imprimatur” y “Nihil obstat”- de la Curia. Con rubor y actitud penitencial de conversión-reconversión e imposturas, a instancias del Concilio Vaticano II , de la lógica y del “sensus fidelium”.

¿Santa Sede? ¿Pero cómo es posible mantener unidos y matrimoniados “hasta que la muerte los separe”, estos términos, lo mismo dentro que fuera de la institución eclesiástica, aun cuando su uso se acentúe en mayor proporción en lo relativo al lenguaje puramente diplomático?

Con el leal reconocimiento valioso, a tantas excepciones, también jerárquicas, de santidad-santidad gracias a la Iglesia, el uso del sacrosanto nombre de Dios para explicar casi sistemáticamente los silencios de la jerarquía que empecatadamente aminorarían la gravedad de la pederastia clerical, es de tal importancia y salvajismo, que reclamaría de por sí capítulo aparte.

La deformación de la “profesionalización” de la santidad alcanzó tales y tantas citas y “sublimidades”, que hasta instó a Inquisidores franceses a someter a proceso a unos animales -cerdos por más señas- con la condena a la hoguera “por haberse comido el brazo de un niño y haberlo hecho además en viernes de Cuaresma”. En relación con la “carne “como pecado –“mundo, demonio y carne”- , aplicado a la mujer, es decir, a la sexualidad en general- , que me disculpen los lectores por no pasar en esta ocasión de solo su cita. La capacidad de asco y aversión no da para más.

Solo las dificultades que activan los obispos en la constitución de las Comisiones previstas para el descubrimiento, examen y reparación de los bochornosos hechos de la pederastia, empecinados en salvaguardar nombres concretos, organismos e institucione, son argumentos de insinceridad, y excusa, para no afrontar de una “santa” vez el problema, con criterios evangélicos de verdad que deberían ser los propios y específicos del proceder y procederes de “Nuestra Santa Madre la Iglesia”

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