HIPOCRESÍAS EPISCOPALES

Es para muchos y muchas, insoportable, increíble e impresentable, tanto cívica como religiosamente, que a estas alturas, puedan difundirse, con veracidad y constatación rigurosa, noticias como estas: “Ya hay docenas de curas casados en España”; “El Vaticano lleva siglos ocultando que los primeros sacerdotes en la Iglesia fueron mujeres…” Dudar de la consistencia e historicidad del contenido de estas y otras informaciones similares clamaría al cielo y descalificaría a los presuntos administradores de la verdad religiosa cuando aún se vieran obligados a guardar silencio “en el nombre de Dios” y evocando fórmulas concomitantes con las específicas del sigilo sacramental.

El tema de la mujer maltratada es capítulo de sangrante actualidad, también en relación con la Iglesia, auspiciadora “dogmática y bíblica” de situaciones tan nefastas. La mujer en la Iglesia sigue estando discriminada. Injusta y pecadoramente, aún reconociéndose que en los últimos tiempos , por aquello de que “la necesidad se hace virtud”, por carencia de curas y hasta por vergüencia social, se atisbe en lontananza la posibilidad de que a los varones casados y a las mujeres se les facilite el acceso a la consagración sacerdotal, en igualdad de derechos y deberes.

Rotundamente sí, los obispos católicos, apostólicos y romanos, de España y de fuera de España, saben y son plenamente conscientes de cuantos, cuales, donde y por qué, el número de sacerdotes decrece en proporciones tan ostensibles, que la celebración de la Eucaristía llegue a enrarecerse y hasta a desaparecer en determinadas circunstancias y lugares.

Y si los obispos lo saben, ¿Por qué no actúan ya, orillando cualquier posibilidad de adjetivar su comportamiento de farisaico, hipócrita, falso y mendaz? ¿Qué fiabilidad puede adscribírsele a la palabra administrada y difundida por falsarios, más o menos “presuntos”, miembros de colegios episcopales y de Conferencias de rango superior, con el aditamento “oficial” de encarnar esta una buena parte del mensaje de Jesús contenido en los evangelios?

Aún cuando sea con la “piadosa” intención de poner a salvo la “dignidad” episcopal revestida de paramentos sagrados, con sus joyas, ritos y símbolos, ¿A quien le parecerá lícito y legítimo exculpar a los ilustrísimos componentes de la institución, de no ser sabedores de la realidad de que decenas de sacerdotes casados actúan hoy pastoral y ministerialmente en España. ¿Acaso, para ser y ejercer los de obispos, al igual que sus asesores curiales, han de “vivir en el mejor de los mundos” o muy a gusto, es decir, “en el séptimo cielo”?

¿Es lícito, por una parte, condenar, en esta vida y en la otra, como “sacrílegos” a sacerdotes que “colgaron sus hábitos” y, a la vez, defender a ultranza el celibato y la pureza clerical, con conocimiento y consentimiento de la situación “irregular” y “empecatada” en la que, al margen de cánones y artículos del Código Civil, malviven una buena porción de los sacerdotes?

¿Por qué de una “santa” y noble vez, no se dejan los obispos de rendirle culto a la hipocresía y al fariseísmo, y le demandan a la Curia romana que contribuya con eficacia, y sin tantos y tan largos procesos de secularización, a legalizar y “religiosizar” su situación y la de sus hijos, desposeyéndolos de su condición “social” de “hijos de Satanás” o de “hijos sacrílegos”?

En idéntico contexto de fariseísmos, fingimientos e hipocresías, se inserta y valora el contenido de la otra noticia de mi referencia que relata el hecho ignominioso e irrespetuoso para la verdad, tanto como para sí como para los demás, particularmente para la mujer, que el Vaticano lleve siglos ocultando que los primeros sacerdotes de la Iglesia fueron mujeres…

Como hoy se sabe ya todo- o casi todo- seguir manteniendo tales falsedades a favor del hombre-varón, y en flagrante e inmoral desprecio de la mujer, además aludiendo a que “tal fue y es la voluntad del Creador”, roza lo blasfemo, y supera la gravedad de los pecados institucionales cuando se intentan hacer presente el aval de “argumentos” bíblicos.

Con el marchamo de hipócrita, de fariseo o de faltar a la verdad, es radicalmente imposible ejercer ningún ministerio sagrado. Así no se salva. Se condena. Seguir manteniendo la exclusión- destierro de la mujer de la celebración de la  Eucaristía, en tiempos tan secularizados, desnaturalizados, desmadrados y y “ateos”, es bastante más que pecado…¿Y para cuando, y por fin, la petición oficial colectiva, o diocesana, de los obispos, demandándole al papa la ordenación sacerdotal de las mujeres?.

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