IGLESIA Y PROGRESO

Con veracidad y humildad, a la vez que con arrepentimiento, es obligado reconocer que la Iglesia y el progreso –“avance o movimiento hacia adelante“- ni definieron ni definen de por vida sus mutuas relaciones. Adjetivar de “progresista” –“que tiene ideas avanzadas e innovadoras y está a favor del cambio”- a la Iglesia y a los eclesiásticos es tarea indecente, inútil y pecaminosa de por sí y desde cualquiera de los ángulos institucionales desde el que se contemple, aviste y analice el tema.

Casi que aún se escuchan los ecos del “Syllabus” contra ochenta errores racionalistas inscritos en la encíclica “Quanta Cura”, firmada en 1864 por el papa Pío IX, con expresas citas para “el panteísmo, el socialismo, la democracia, el naturalismo, el progreso y la cultura-ciencia- moderna”, con la rotunda afirmación de que “el Romano Pontífice no puede conciliarse con el progreso, exigiendo el sometimiento de la inteligencia al Magisterio de la Iglesia”.

Educados, o reeducados, con complementos doctrinales de “tanta sabiduría y autoridad pontificia” –“némine discrepante”-,era y es explicable que cuanto se refiriera de alguna manera al progreso, obispos, adjuntos o adláteres, experimentaran “ipso facto” ineludibles rechazos a aventurarse a recorrer caminos dogmáticamente seguros de toda la vida, con el tembloroso temor a encontrarse en cualquiera de sus rectas, o curvas, al mismísimo fantasma del demonio, equipado de ígneas e infernales espadas. Iglesia y progreso alzarían aún más las marciales defensas de sus distanciamientos hasta hacerlos insalvables.

Pero, pese a todo, y gracias sean dadas a la Providencia Divinas, Dios es Dios, creador y re-creador del mundo universo, y este precisa del progreso para su subsistencia siempre al servicio del bien de la colectividad y con ello, como signo inequívoco de la adoración que le fue, y le sigue siendo, debida. Tal condición requiera de por sí que el progreso-progreso se haga presente en la obra creada al menos como condición para su perennidad conforme a su voluntad sagrada.

Y el “Syllabus”, con la pormenorizada mención para los ochenta errores “racionalistas”, exigió, dentro de un orden, mitigar la literalidad de sus denuncias, y con explicaciones, muchas de ellas increíbles y poco o nada fiables, recibió el “placet” o “Nihil obstat” eclesiástico, por lo que, por ejemplo, al tren que hizo el primer recorrido en la Península Ibérica, desde Barcelona a Mataró, le fue levantada la especie de “suspensión a divinis” episcopal, pese a que la velocidad de su marcha rondara los 4o kilómetros/hora, cuando lo “establecido por la ley natural” era la velocidad del caballo, que rondaba tan solo los 20.

Por fin, al camino del progreso, poco a poco, se les fueron entreabriendo las puertas, y de entre las penúltimas noticias eclesiásticas relativas al mismo, está la de que los gazofilacios- recolectores de las monedas- limosnas, existentes a la entrada de los templos, se estén supliendo por procedimientos- artilugios bancarios, en consonancia, fiabilidad y conformidad con lo que demandan los tiempos modernos, en los que domina -¡y de qué forma¡- el progreso. A algunos malintencionados religiosamente, no les extraña que este primer signo de progreso eclesiástico haya tenido que registrarse en las áreas de le economía…

Faltan curas y no son pocos los católicos que echan al vuelo su imaginación, y ante la por ahora imposibilidad de facilitarles el acceso a la mujer al sacerdocio, con idénticos derechos y deberes que el hombre, manifiesten su extrañeza y sorpresa. Ante la imposibilidad de conversar con los curas encargados de los servicio parroquiales, por ejemplo, respecto a la celebración de las misas y otros servicios pastorales, los ya periclitados anuncios de “horarios de despacho” reclaman su desaparición para evitar así el bochornoso “trago” de tener que preguntar burocráticamente cuanto cuesta o vale una misa, si esta es solo de un cura, de tres o de más, si es cantada o rezada, cómo se llama el difunto, de qué color litúrgico prefiere los ornamentos …

En el apartado referente al bautismo no tendrá por qué pedirse datos  de si están o no casados por la Iglesia los padres del niño, de si hicieron o no el cursillo de reeducación en la fe, si se bautizará solo o en compañía con otros neófitos, si quieren que le sea presentado ante el altar de la Virgen y además, y sobre todo, cual será el precio de todos estos servicios…

Ante tan espectacular falta de curas, otros aparatos podrán informar acerca de si se cumple o no con el “precepto dominical” de la misa por TV., si pudiera ser válida la confesión por teléfono u otros medios, o si basta y sobra con pedirle perdón directamente a Dios, sin tener que servirse de intermediarios sacerdotales, entre otras razones, por la falta de los mismos….

La Iglesia ha de estar –y estará- mucho más abierta al progreso en todo orden de cosas, comenzando por la realidad de lo que es o no, el pecado.

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