La Iglesia, “¿Patrimonio de la Humanidad”?

De entre tantos y tan valiosos títulos y consideraciones a las que personas e instituciones aspiran a ser condecoradas sus obras o las de los suyos, el de “Patrimonio de la Humanidad”, de reglamentaria concesión por parte de la UNESCO, está en su cúspide. No hay otro título tan apetecible y, por tanto, rentable y privilegiado, por ejemplo, en el ámbito turístico y cultural, en cuyas coordenadas, hoy por hoy, nos movemos, estamos y somos.

Esto no obstante, y aún conocedor de que también la política -¡faltara más¡- impone, dicta o “sugiere” algunos de estos títulos y reconocimientos, a quienes con las más “santas” de las intenciones aspiran a que algún día la Iglesia católica, apostólica y romana” pueda ser designada cultural y benéficamente como referencial “patrimonio de la humanidad”, los brindo las siguientes consideraciones:

Vaya por delante que, en líneas generales, pero fundacionales, una cosa es  el Evangelio y otra es la Iglesia, así como que una cosa es lo que fue y de lo que hay constancia  fiable de ello, y otra bastante distinta, es lo que queda y perdura, y ante propios y extraños, a la vez que configura su imagen real, al margen de interpretaciones aviesas.

Cualquier signo que haga dudar de que en la Iglesia los ricos, por ricos, son privilegiados, mientras que los pobres, por pobres, apenas si pasan de ser justificación lejana de su ministerio, oficio y recurso doctrinal de sus jerarquías, haría impensable  la legitimidad de aspirar a ser declarada “patrimonio de todos”. La malversación “religiosa” de la idea de pobreza, desacraliza y ofende. Ni es eclesial, ni eclesiástica.

Tan cargada de misterios, de sigilos sacramentales y de los otros, de falta de transparencia, de humildad y de humanidad, sobrada de organismos, instituciones y estamentos que se dicen “religiosos”, no es posible esperar reconocimiento de ejemplaridad universal. Tampoco lo es el dato de la cantidad de “Amén”, que es preciso refrendar para seguir profesando la fe. Desterrar cualquier gesto de democracia en la organización y mantenimiento de cargos y oficios eclesiásticos, hace inviable la posibilidad de declaración del título.

En similar proporción lo hace la actual discriminación existente constitucionalmente en relación con la mujer, por mujer, tratada –maltratada- como persona de segunda categoría y, en ocasiones, hasta como sub-persona. Con el Código de Derecho Canónico en plena vigencia y la teología y la Biblia, con la que se adoctrina a los católicos respecto a la mujer, tal discriminación imposibilita su cabal desarrollo en relación con el hombre-varón, lo que resulta inaceptable para la humanidad, y para el plan de Dios, Creador, por igual, de los seres humanos del sexo que sean…

La doctrina teológica y ético-moral que se imparte y practica con tan desdichada frecuencia en ámbitos “religiosos”, católicos, aún partiendo siempre del hecho de la “fragilidad de la humana naturaleza”, dificultará a perpetuidad tan noble aspiración como la de ser citada ejemplarmente por la Unesco.

Con la mayoría de los símbolos que siguen en uso en las celebraciones litúrgicas, refrendados y magnificados de modo espectacular por los miembros de la jerarquía eclesiástica, con la burocratización propia  de organismos e instituciones civiles –que no religiosas, el acceso a la atención por parte de la -informadores o consultores- se cierra automáticamente dejando de interesarle a la Unesco.

El uso y abuso que se hace en la Iglesia, de su Año Cristiano y de la “elevación a los altares” de mártires y confesores, hace pensar a muchos que no es precisamente solo la santidad el motor y la justificación principales de los ritos y las ceremonias tan solemnes y de tanta emoción religiosa, sino también, y a veces, sobre todo, de otros factores no siempre piadosos…

En una sociedad teóricamente civilizada o en vías de serlo, como la nuestra, no pocos de los elementos que se dicen y proclaman “dogmáticos”, o casi, lo son de verdad, por lo que no pueden ser considerados como argumentos de persuasión decisiva e inquebrantable y honrosa.

Es –será- de devotos, santos y cristianos, aplazar, por ahora, el deseo de que algún día pudiera ser merecedora la Iglesia de la mención de “Patrimonio de la Humanidad“. El camino para su consecución es largo. Muy largo. Tiene muchas fases, y reclama grandes dosis de fe, de esperanza y de caridad, aunque de cuya falta apenas si tienen todavía conciencia algunos de sus más representativos miembros jerárquicos…¡Otra vez será¡  

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