CONTRA EL PAPA FRANCISCO

Está comprobado que cualquier acto de honor, así como de glorificación en esta vida y para la otra, ofertado en recuerdo del emérito papa Benedicto XVI, que exceda, o haya excedido, lo establecido más o menos canónicamente, se presta y puede y debe ser interpretado en contra del papa Francisco.

Es difícil encontrar en la historia de la Iglesia católica, capítulos de loas y alabanzas, gritos de canonizaciones anticipadas -“¡ Santo súbito ¡” y reconocimientos  teológicos de ”¡Doctor de la Iglesia¡”, como los que acaban de proclamarse con ocasión de la muerte  del cardenal Ratzinger. Los medios de comunicación así lo notician, protagonizados por curas, obispos y buena parte del pueblo de Dios, con ayuda y argumentos de algunos teólogos.

 Hubo diócesis españolas en las que sus obispos estimularon a todos sus sacerdotes en nómina y “eméritos”, a que se concentraran en la catedral para la concelebración de una misa solemne en sufragio del ex Romano Pontífice, a la vez que en acción de gracias por haber sido su vida ejemplo de eclesialidad.

¿Por qué tantos y tan fervorosos e incuestionados “sí” a Ratzinger-Benedicto XVI? Las razones son muchas. Entre otras,- y esta sería la menos gloriosa y la más anti-eclesial, es la traducción del “sí”  al emérito ,en “no” a su sucesor Francisco, el único y verdadero papa, Obispo de Roma y sucesor de san Pedro. La mayoría de los “sí” a favor del “gran teólogo alemán”, fueron y son intencionadamente otros tantos “no” rotundos, al cardenal porteño de cuya elección pontificia algunos están convencidos que el mismo Espíritu Santo perdió la memoria y se ausentó por unos instantes.

A conclusión similar es fácil llegar solo con prestar somera atención   a cómo acontecieron los hechos relativos a la muerte y a las solemnidades burdamente programadas, con sus eslóganes respectivos, en cuya realización el propio papa Francisco  nos legó    insuperables de humildad, sencillez y elegancia humana y divina y más cuando se están haciendo públicas las sandeces reverendísimas de quien fuera y actuara como su  secretario particular y de plena confianza, con sus orondos títulos y privilegios arzobispales.

¿Santo? ¿Y por qué no? La mayoría de los últimos antecesores fueron canonizados, aunque con cierta y no disimulada preocupación por parte del pueblo de Dios, de que en sus respectivos procesos canonizadores haya primado la “gracia” de la “consanguinidad” pontificia, como si los papas, por papas, habrían de tener ya reservados sus sitiales en los calendarios y en los nichos de los retablos catedralicios.

Por lo tanto, de “¡súbito¡”, nada de nada. De “¡festina lente¡” , todo o casi todo.  El nepotismo, con sus más sutiles y eminentísimas formas papales o aristocráticas por muy religiosas y sagradas aun con rango litúrgico que se ornamenten, desdicen de Nuestra Santa Madre la Iglesia y la profanan inmisericordemente.

Aquí y ahora vuelvo a lamentar doloridamente que tantos -la mayoría- de los “sí” benedictinos, haya sido y sean otros tantos “no”, con referencias inconfesables al Francisco de ahora y también al de Asís.

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