PROCESIONES – MANIFESTACIONES

Hoy por hoy, y a la vista de cómo se están poniendo las cosas dentro y fuera de la Iglesia, por no ser de mi incumbencia “profesional”, prescindo de citar cuanto se relacione con la teología y misterio de las “procesiones” divinas referentes a la Santísima Trinidad, en las que el dogma está comprometido de lleno con excomuniones y cismas correspondientes.

Me limito a afrontar el tema de las procesiones definidas académicamente como “sucesión de personas que caminan lentamente y de forma solemne y ordenada con un motivo religioso y portando imágenes u otros objetos de culto”. Su historia ha sido, y es, larga. Muy larga. Y, en ocasiones, devota. Verdaderamente devota. El pueblo –pueblo se educó en la fe, gracias en gran parte a las procesiones Por ellas se sacralizaron calles y plazas, es decir, el ámbito en el que vivieron, trabajaban y cumplían con sus ocios y relaciones sociales los miembros de la comunidad cívica y popular.

Las procesiones fueron y son otros tantos actos de fe y de penitencia. Por ejemplo, las llamadas de “flagelantes” testimoniaron actos de y de redención por los pecados propios y ajenos. “¡Perdona a tu pueblo, perdónalo, Señor”¡En ocasiones, “autoridades eclesiásticas, civiles y militares” aprovecharon su oportunidad para desfilar como tales, al frente, y en la presidencia. También los cofrades, hermanos, hermanas y “damas” no desaprovecharon tales lucimientos. Es decir, que la política, el poder, y el dinero –joyas, mantos, mantillas, “pasos” y coronas- procesionaron en los referidos actos con luces, velas, tambores, bandas de música, saetas, y ritmos piadosos.

La verdadera religiosidad de pueblos y ciudades se medía y se sigue midiendo con denodada frecuencia en función del calendario de procesiones con las que cuentan los meses, semanas y años. Se advierte, como dato curioso, que en las procesiones raramente se llevaron presentes motivos de reivindicación de ninguna clase. Los tambores, las saetas, el olor a incienso, los hábitos y los ornamentos llamados “sagrados” lo impiden con rigor litúrgico.

Pero los tiempos cambian, y el número de estas procesiones decrece. Sin embargo, el de las manifestaciones -“concentración pública de un conjunto de personas para expresar una demanda o una opinión”-, aumenta en cantidad y en intensidad, de manera ciertamente espectacular. No sería prudente ni justo dejar de reconocer que las manifestaciones y su ejercicio, siempre, en todo y por definición, habrán de poseer motivaciones de tipo social, laboral, cívico o político. Tampoco sería prudente ni justo dejar de reconocer que también estas manifestaciones podrían etiquetarse como religiosas, dado que la mayoría responden a razones cívicas o sociales tan necesarias para el mantenimiento de la convivencia –común-unión-, como las estrictamente piadosas y devotas.

En la Iglesia, sobran procesiones, pero faltan manifestaciones, de este signo y contenido. Hay mucho, y con urgencia, que exigir, recuperar y reivindicar dentro y fuera de la institución eclesiástica, que ni es, ni ha sido hasta ahora posible lograr, con las procesiones al uso. El listado –la letanía- de objetivo que justifican la organización y desarrollo de las manifestaciones, con presencia de símbolos y signos litúrgicos y religiosos, saltan a la vista, de modo similar a como salta a la vista la inutilidad de los procedimientos piadosamente burocráticos empleados con el olor a incienso y la presencia y presidencia de las citadas autoridades eclesiásticas, civiles, políticas y militares. Y es que a las procesiones de verdad les sobran burócratas y curiales y les faltan cristianos de a pie.

¿Algunos casos o ejemplos que justifican muy cumplidamente las añoradas procesiones- manifestaciones, religiosas de verdad?. Entre otros, todo cuanto se relaciona con la forzada, absurda e injusta ausencia de la mujer en la Iglesia, el celibato de los sacerdotes, la Iglesia pobre y de los pobres, los nombramientos de los obispos, la pederastia en los órdenes jerárquicos, curas abusadores, laicos que “pasan” de todo, o de casi todo, por no sentirse Iglesia o por haber dejado que esta sea y esté clericalizada por todos sus costados, teologías y cánones…

Las jaculatorias de procedencia bíblica, que normalmente acompañan a quienes “procesionan”, habrían de ser substituidas por otras tantas pancartas cuyas expresiones y contenidos, dentro de un orden, pueden ser tanto o más evangelizadores e inteligibles por el pueblo- pueblo. 

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