Papa Francisco, al paredón

Sé que “Francisco” y “paredón” ni riman, ni pueden rimar entre sí fonéticamente. En tiempos del Nacional Catolicismo hispano, por más señas, “paredón” lo hizo con el apellido de un cardenal Primado de España, Presidente además de su Conferencia Episcopal, factor importante en la tarea-ministerio de la renovación de la Iglesia española, de modo especial en sus relaciones con el Estado.

Pero, aunque la fonética no puede matrimoniar “Francisco” con “paredón”, la intención y el deseo de no pocos “católicos, apostólicos y romanos” de toda la vida, enlazan estos dos términos, con la firme e intrépida esperanza de que se acelere el día en el que en la Iglesia, de alguna manera aún sin descartar la “santa” violencia, los citados términos gramaticales establezcan su morada en la institución eclesiástica oficial.

Y es que el papa Francisco, al no cejar en el arriesgado empeño de la renovación de la Iglesia, no rechaza el riesgo de hacerse merecedor de parte de las iras cardenalicias, sobre todo curiales, que han contribuido también en los tiempos presentes, a despojar la institución eclesiástica de su función salvadora, hasta convertirla en oficina y administración burocrática de los bienes terrenales y espirituales, de cuyo trasiego y comercio desertaron multitudes de bautizados de verdad “religiosos”.

La letanía de condenas y diatribas propinadas por el papa Francisco a la Curia Romana, adláteres y sucursales diocesanas de otras tantas Conferencias Episcopales, configuran y “coronan de espinas” diversidad de misterios dolorosos de los mas devotos rosarios que todavía se rezan y procesionan por esos pueblos de Dios.

En el empeño de la renovación- reforma de la Iglesia, el papa Francisco figurará como campeón de las descalificaciones a sus mismos “hermanos en el Sagrado Colegio Cardenalicio” y a sus ejecutivos y ejecutores. Y además, y sobre todo, su actividad reformadora papal no se limita a las palabras, sino que pasa y se concentra en los hechos, tales como las destituciones, separaciones y el destierro de los oficios-beneficios que presidieron y en los que tuvieron el privilegio de pronunciar la última y definitiva palabra, con el añadido pagano de ser esta, y a perpetuidad, “palabra de Dios” .

Apenas si tienen cabida gramatical en los diccionarios, y acogida en la disciplina canónica, palabras y gestos de las penas –“castigo impuesto por la autoridad a la persona que ha cometido un delito o una falta”- aplicadas a los miembros de la Curia, con sus respectivos, y otrora “santos” y privilegiados, curiales.

Acerca de la verdad de cuantas graves denuncias formula el papa Francisco, no hay dudas. Está bien informado, y además ejerce y predica la virtud de la misericordia. Si no fueran veraces, los susodichos destinatarios hubieran ya recorrido las estaciones de los peregrinajes de los procesos penales, civiles y eclesiásticos, a los que tienen plenos derechos “divinales” y humanos. Alguno que otro miembro del Colegio Cardenalicio mostró su desacuerdo con el comportamiento pontificio “franciscano” y “proclamaciones doctrinales”, y su gesto discordante tan solo puso de manifiesto su pertenencia y arraigo a ser y pretender seguir siendo poseedor de la patente de la “casta pecadora” y de la “cueva de ladrones”, con el firme e interesado propósito de avecindarse en la misma a perpetuidad…

El “paredón” hace mártires a quienes lo fueron ya de por vida. Es tan solo un episodio y, a veces, hasta un requisito, para acelerar los procesos de beatificación- canonización, a los que, hoy por hoy, no parece ser muy proclive este papa “venido de allende los mares” para convertirse en “obispo de Roma” y en “Siervo de los siervos de Dios”.

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