EL SÍNODO: ¿MENTIRA PIADOSA?

“Iglesia” y “Sínodo” son hijos legítimos etimológicos de términos helenísticos con el significado paralelo de “unión”- reunión” de personas   para tratar un determinado asunto o quehacer”.

Por determinadas circunstancias, la palabra “iglesia” parece haber perdido cierta porción de sentido, evangelio y capacidad de redención y de vida, a costa quizás de haber ascendido   tan altos grados de institucionalización burocratizada, con pérdida de su condición espiritual. La de “sínodo” se va abriendo paso, gracias sobre todo a gestiones   personales del papa Francisco empeñado pastoralmente en hacerla “santo y seña” de su ministerio y testimonio de vida, con inexcusable proyección no solo religiosa, sino también de convivencia entre los seres humanos y en armonía con la naturaleza.

Si no es sínodo, no es Iglesia la Iglesia. Ni lo fue, ni lo será.  Es -está siendo- desdichadamente “otra cosa”, bautizada y rebautizada con multitud de motes y calificativos, que contradicen todas y cada una de las sílabas de término tan sacramental como el de IGLESIA.

“Reunión, “persona”, “quehacer “, “en el nombre de Dios”, “favor y servicio del otro” son indicadores  imprescindibles  en la peregrinación-recorrido  que incluye   necesariamente alcanzar la meta  y la condición  de ser y ejercer  de miembros del Cuerpo Místico  de Cristo Jesús.

“Reunión de personas”, bautizadas en este caso, sin protagonistas especiales que intenten acaparar, o acaparen, la responsabilidad de descubrir y desbrozar los caminos y las soluciones a estudiar y a decidir.

Y, de entre las preocupaciones primeras que emergen en la cultura del sínodo y que desarrollarán los componentes del mismo, es de destacar que no son precisamente los obispos sus principales agentes. Si no sobran, estos -los obispos- no tienen por qué ser todo, o casi todo, en la Iglesia sinodal.  Aún más, dada la concepción de “sinodalidad”, aún canónica, que se vivió y se vive en la Iglesia actual,  el cambio mental y pastoral  de los obispos  ha de ser tal , que penitencialmente les exigirá  esfuerzos no siempre asequibles ni asumibles.

Y es que no pocos de los obispos fueron seleccionados para tal misión exactamente por habérseles descubierto su escasa predisposición para la” sinodalidad”, ya desde la inicial formación de la terna fraguada en la Nunciatura de la SS. en España.  Además de ser una gracia de Dios, la “sinodalidad” demanda no solo un convencimiento y una cultura, sino una inclinación “natural” para ser adquirida y ejercida sobre todo por parte de curas y obispos.

El camino sinodal a recorrer por los laicos y laicas, es menos proceloso, entre otras razones, porque   tal cultura jamás pudo ser para ellos ni meta ni destino, pese a ser unos y otras proporcionalmente   más Iglesia que la constituida por la jerarquía y las personas consagradas.

La “sinodalidad “no son, ni la hacen solo o fundamentalmente los obispos. Es también y soberanamente “cosa” de laicos, aunque en la doctrina “oficial” de la Iglesia se haya pretendido evangelizar lo contrario.

La Iglesia-toda la Iglesia- es de por sí SINODAL De tal condición y ministerio son -somos-   responsables los bautizados. La Iglesia es sinodal y, de” mentira”, y menos, “piadosa”, nada de nada.  Es la VERDAD, que además destaca y se desvela coincidiendo con los tiempos de celebraciones en los que los “Años Santos” parecen acaparar toda clase de protagonismos, aunque no siempre teológicos.

¿Se están comportando “sinodalmente” los medios de comunicación social, y los informadores religiosos?

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