A propósito de los recientes nombramientos Trece cardenales trece

Solideo
Solideo

Me uno a tal satisfacción que representa este dato, aunque no las tengo todas conmigo –“sentir recelo o temor”-, ni soy tan optimista como quisiera. Las mayorías, en cualquier ámbito de la vida, dejan de serlo de un día para otro, y se torna, o las tornan, en minorías…

Son muchas las reflexiones y las sugerencias que a cualquiera que intente pensar en cristiano se les han de ocurrir a propósito de los recientes nombramientos –“creación”- de los trece cardenales últimos:

Pasa la vida y es de pura, humilde y sublime lógica, preparar la substitución de quien ha de continuar la tarea-ministerio que le fuera encomendada al apóstol Pedro. En el remedo –“copia o imitación”- de falaz democracia, único en la Iglesia, que se da cita sagrada en el cónclave, los cardenales electores alcanzan importancia suprema.

¿Democracia?. ¿Pero es lícito, serio y admisible adjetivar de “demócratas”, procedimientos y personas “creadas” anteriormente por aquél a quien se le ha de relevar?

Sé que en la historia se refiere que, en contadas ocasiones, no todas ellas dignas de ser recordadas por su banalidad y venalidad, miembros no pertenecientes al sacro colegio también fueron elegidos papas, previas determinadas y pingües cantidades de favores y dinero…

Ser elegido papa previo nombramiento a dedo, facultado para ello en virtud de la facultad pontificia personal que le asiste, sin ningún otro requisito, dista mucho de ser considerado como actividad democrática, obligándosele al Espíritu Santo a realizar impensables milagros.

Pero un triunfo proclamado como tal a propósito de la “creación” de los trece citados cardenales, es el de que, ya y por fin, la mayoría del colegio cardenalicio es de signo “franciscano”. Me uno a tal satisfacción que representa este dato, aunque no las tengo todas conmigo –“sentir recelo o temor”-, ni soy tan optimista como quisiera. Las mayorías, en cualquier ámbito de la vida, dejan de serlo de un día para otro, y se torna, o las tornan, en minorías…

De todas formas, algo es algo, aunque el camino a recorrer sea largo e intrincado y precise tiempos y lugares de descanso. Me temo que el número “trece” añadido al Colegio Cardenalicio, en esta ocasión tan difícil que vive y define a la Iglesia, pueda no poseer los augurios de la felicidad tan deseada por propios y extraños y resulte número infausto.

A parte importante del pueblo fiel, hoy interesado y comprometido con la Iglesia, que se alimenta y mantiene con las buenas dosis de esperanza que dignifica y ejemplariza el papa Francisco, le han resultado extrañas diversas características del reciente número trece cardenalicio, formulándose interrogantes como estos:

¿Acaso no llegó ya la hora de la reforma- remodelación, y aún, desaparición, del Colegio Cardenalicio, transfiriéndole la competencia de la elección papal, a los presidentes de las Conferencias Episcopales, representantes de las Órdenes y Congregaciones Religiosas, y además y tal vez sobre todo, a las organizaciones de laicos y laicas?

¿No resulta sorprendente que los “13 del grupo” acentúen aún más el clericalismo que absurdamente y con tan reducida consistencia eclesiológica, dimanante del Concilio Vaticano II, este exige y da por supuesta? ¿Hasta cuando la minoría de edad se identificará en la Iglesia con laicos y laicas, cuando estas y aquellos dan muestras felices de saber y vivir religiosamente igual o con intensidad mayor, que lo hacen los miembros del clero y aún de la jerarquía?

¿Para cuando, y por qué no para ya, la presencia de los laicos en el Colegio Cardenalicio, con idénticas consecuencias y responsabilidades que las que poseen en la actualidad los cardenales, todos ellos varones…?

¿Cómo y con qué sentido y sentimiento la igualdad y ejemplaridad entre hombres y mujeres, podrá hacer presente en la Iglesia ante el mundo, con estatutarios cánones discriminatorios y “en el nombre de Dios”, de la mujer, por mujer, en la Iglesia, de la que se relata que es “nuestra” y “madre” a la vez?

Para muchos, con el número “trece” parece haberles colocado el papa al alcance de sus manos esperanzas de renovación eclesial presentes y, sobre todo, futuras, dentro de los muros infranqueables de conservadurismos machistas.

A quienes se vean obligados por razones de amistad, conocimiento o reconocimiento, a felicitar a los cardenales nuevos, por haber sido así “creados” por el papa Francisco, mi consejo fraterno de que, de esta manera, vilipendian o desestiman a aquellos “cardenalizables, que no fueron así recompensados por el papa, pese a que lo hubieran sido en otras circunstancias, por ejemplo, por su condición de Nuncio, de arzobispo primado de las Españas o por estar al frente de otras archidiócesis “cardenalicias”, revestidas de púrpura durante toda su historia.

A todos los recientemente “creados”, la expresión de nuestros más fervorosos deseos de que “descardenalicen” sus hábitos, tratamientos principescos y formas y estilos de vida que, en ocasiones, escandalizan a algunos, mientras que a otros, hasta les excitan a la hilaridad y al menosprecio.

Vaticano
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