Las misas están por las nubes

Además, y a veces, hasta por encima de la “salvación eterna”, el eje de conversaciones y actividades en la Iglesia gira alrededor de los negocios. Sacristías y despachos parroquiales, diocesanos y curiales, conservan ecos exactos, pulcros, documentados y fiables, sobre temas cuyo argumento principal fue el de la mejor y más rentable y segura inversión del dinero litúrgico o para- litúrgico de la entidad que representan y encarnan. Cuando la conversación se mantiene revestidos todavía con los ornamentos sagrados, argumentos, apreciaciones, planes, plazos o interpretaciones de la voluntad de los donantes resulta al menos chocante, extraño e irreverente.

Es lógico y explicable que obispos y sacerdotes hablen también de dinero, de sus sistemas de recaudación piadosa, con referencias a ofrendas, a participación y sacrificios y a otros métodos y procedimientos dentro de la legalidad y normas cívicamente establecidas. Lógico de verdad, eclesial y eficaz, es que laicos y “laicas” conformen el equipo responsable de la recaudación, administración y destino, para así conferirle la religiosidad que animó a los donantes a su entrega “en el nombre de Dios”.

Después de leer y releer informaciones de carácter económico, servidas por los medios de comunicación, relativas a abusos  registrados en curias romanas, diocesanas y despachos parroquiales, con o sin inmatriculaciones, el centro de esta reflexión es el entorno de las misas que “se encargan, se cobran y se pagan”, previa la efectiva entrega de la cantidad “establecida al efecto”. “La voluntad”, o la cantidad  reflejada en las “tasas” de los “Boletines Oficiales” de los obispados respectivos, así como la condición de “limosna” más o menos “forzada”, jamás podrán pretender enmascarar el hecho profundamente religioso de que tal celebración eucarística se aplique por una determinada intención como sería el sufragio por el alma de los fieles difuntos, la acción de gracias por un bien recibido o la petición de otro que es deseado…

Sí, las misas, se cobran. De una u otra manera, se siguen cobrando. Y esto, por muchas y “piadosas”, que sean las fórmulas de “pago”, que se empleen, rondan las fronteras de la históricamente llamada “simonía”, equivalente a “comercializar con lo sagrado o lo santo”. Las misas se cobran y por su aplicación hay que entregar determinadas cantidades, a veces teniendo rigurosamente en cuenta la cita expresa del nombre de quien la encarga , al igual que otras circunstancias que encarecen la celebración, por ejemplo, si en ella interviene de alguna manera el obispo, si hay más de un sacerdote, si es cantada o “rezada”, con homilía o panegírico, con órgano o sin él, con incienso… y sobre todo, si son o no “gregorianas”.

Negociar con las misas es pecado. También lo son su encargo y su cobro. En mayor o menor proporción, teniendo en cuenta la información- formación religiosa de quien o quienes la encarga, al igual de quienes han de celebrarla, de los que se supone que sus estudios teológicos les tengan al corriente de la verdadera dimensión sagrada, impagable, de estas celebraciones…

En este contexto de desacralización, consciente o inconsciente, pero pastoralmente ejercido, es explicable la información de que, por ejemplo, Isabel, la Reina Católica por antonomasia, decidiera dedicar la cantidad de dinero preciso para la celebración en sufragio de su alma, nada menos que 20,000 misas. La historia refiere asimismo que a la muerte de su hijo Felipe, el número de misas “financiadas” fue exactamente de cien mil…

¿Comentarios?. Caben todos y más. Los dictan la capacidad de discernimiento, de teología, de formación- información “religiosa”, de sensibilidad y de cabildeos fundacionales. Pero lo que por encima de todo quedará bien claro es que a los ricos por ricos y por muchas brazadas de misas que les sean aplicadas por la salvación de sus almas,no les será más fácil recorrer el Camino de la felicidad eterna, que a los pobres, con pocas o ninguna misa y “mementos“ en su haber..    

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