Sin monjas ni monjes

Basta y sobra con dejarse iluminar por la luz de las transparentes y multicolores vidrieras de las estadísticas, para percatarse en seguida de que la Iglesia se queda sin monjas y monjes…En ocasiones, y para su comprobación y tranquilidad de conciencia, y en ayuda de las estadísticas, algunos y algunas, les es dado acudir a llamar a los tornos de los monasterios-conventos, previo el “¡Ave María Purísima” y el “¡Sin pecado concebida” establecidos, a la vez que con la mirada indiscreta, por el enrejado, de metal o madera, de los ventanucos claustrales…

Y, convencido de verdad de que la Iglesia se queda sin monjas –y sin monjes-, creo de provecho reflexionar cobre un tema profundamente religioso como es este. Como punto de partida refiero que la cantidad de monasterios-conventos de clausura que hay en España ronda el millar, con alrededor de unas 10, 500 personas consagradas a Dios, dedicadas a la oración y a la vida contemplativa. En términos generales, se puede afirmar que estas cantidades equivalen nada menos que a todo un tercio de las personas dedicadas a este ministerio en el resto del mundo cristiano.

 Además del hecho de relieve tan colosal, que de por sí comporta el cerrojazo a tantos monasterios- conventos, es obligado s reseñar  lo que a su vez significan, encarnan y enseñan en relación con la religiosidad en general,  con su teología, ascética y mística, santos y santas como, por ejemplo, Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, y tantos otros, que llenan de alegría, doctrina, ejemplos y vocación literaria, páginas y tratados enteros tan sublimes y  selectos en la historia de la cultura humana y divina, natural y sobrenaturalmente estudiados e interpretados también a la luz de sus propias vidas de persecución “religiosa” y hasta de martirio…

Con la desaparición de la vida contemplativa, a cuya existencia es ya previsible señalarle el reducido puñado de años que puedan quedarle,- sin descartar algún impensable milagro-, vistos y estudiados con los criterios teológico- canónicos todavía vigentes en el ordenamiento eclesiástico, el hecho adquiere características incuestionablemente dramáticas.

Acerca de las causas que expliquen tal hecho con aproximación, independencia y cordura, es de rigor reseñar la multiplicidad de las mismas. Endogámicas unas, y exogámicas otras y en proporciones cercanas y flexibles. Es, en parte, verdad lo de la “secularización avasalladora del mundo en la actualidad y aún la perversión de muchos de sus substantivos y substanciales valores ético-morales, de los que apenas si quedan irrelevantes recuerdos”. También es asimismo verdad que los egoísmos de cualquier clase y condición terraplenaron actividades, acciones y comportamientos que fueron en otros tiempos estimadas y respetadas por su condición de comunitarias “a mayor honra y gloria de Dios” y y al servicio del pueblo, y en mayor proporción de los más pobres y necesitados”.  También es verdad que lo espiritual apenas si hoy se cotiza en las operaciones bursátiles, a no ser que tengan notables grados de rentabilidades.

Pero entonaciones de “por mi culpa, por mi grandísima culpa”, y arrepentimientos, con firmes propósitos de enmienda y de reparación, se echan de menos también en los ámbitos “religiosos”, sin dejar de mencionar los canónicos y los eclesiásticos. Impresiona, a la vez que entristece, escuchar de labios de las mismas monjas y monjes que “ni a los obispos ni a los dicasterios romanos les interesamos para casi nada, si no es rutinariamente para pedirnos que recemos por ellos. Oficialmente en la Iglesia apenas si alguien recurre a nosotros/as para cualquier planteamiento de la pastoral. Para la jerarquía, -y tal y como les acontece a los laicos-, somos y contamos muy poco”.

Con objetividad, no hay más remedio que llegar al convencimiento de que las soluciones están muy lejanas. Más cerca está la desaparición de los monasterios- conventos. Nos quedamos sin monjas y monjes. La “colonización” a que no pocas de ellas son y siguen estando sometidas por motivos espirituales, por los respectivos capellanes y directores espirituales, ni es religioso y ni siquiera cristiano  Sus edificios serán –están siendo ya- enajenados, dedicados a otros menesteres, quiera Dios que sean culturales y plenamente legales, tanto eclesiástica como cívicamente.

A la renovación- reforma, a la que en tiempos pretéritos, “recios” e inclementes, fueron sometidas ciertas Órdenes Religiosas, hoy, por lógicos motivos de dad, no es posible llegar. Ni hay vocaciones y ni, así las cosas, es posible que las haya pronto y a tiempo. Las “importaciones”  de asiáticas, africanas y latino -americanas, no aportan estabilidad alguna. A la tan acreditada dulcería monástica, con nombres y sobrenombres tan devotos y “sobrenaturales”, no será posible encomendarle hacer perdurable la comunidad compuesta por artesanas de la larga, santa y pulcra experiencia que confieren los años de sus respectivos DNI. El “ora et labora” de las Reglas de “Nuestro santo Padre san Benito de Nursia”, tiene también otras lecturas, como la de que cualquier trabajo, por trabajo, es de por sí oración y plegaria.

El punto y aparte a estas reflexiones, se lo pone por ahora el dato bien constatado, de que el concilio Vaticano II, así como no pocos de los santos esfuerzos que efectúa a favor del mismo el papa Francisco, apenas si pudieron traspasar las puertas de muchos de los monasterios- conventos hoy en vías de extinción martirial y más por ser femeninos…

Los “Locos a lo divino” se acaban, tanto por lo de “locos” como por lo de ”lo divino”. Y es que en estos tiempos -“dixit Franciscus”- “no se puede ser cristiano (y menos monja o monje”) sin franqueza y sin valentía”. Lo de “divino” lo identificamos con lo de “humano”, y así resulta ser auténticamente “cristiano”.

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