La predicación y la lista de la compra

A la palabra de Dios, predicada con excesos de colores, colorines y exquisiteces verbales, prosopopéyicos y de los otras, revestidos “de raro”, con báculos y mitras y otras zarandajas que algunos tildan de “litúrgica, le sobran tonos y sílabas, faltándole argumentos, es decir, evangelio, para ser y considerarse tanto “palabra” como “de Dios”, por lo que jamás será fuente de adoctrinamiento y de crecimiento en la fe.. “Por los frutos lo conoceréis”

Y es que hay homilías, y sermones en general, que se pronuncian, o se leen, con idéntico tono de voz, “fervor” y  entusiasmo, al igual que si se tratara de narraciones o leyendas y aún del mismo listado de del contenido de la cesta de la compra que se efectuó o que habrá de efectuarse…

Se comenta con lamentos, tristezas y pruebas abundantes, que los curas decimos siempre lo mismo en los lugares y ocasiones de los que disponemos para impartir la enseñanza cristiana. Se comenta asimismo que, además de aburrir al personal, en todos y cada uno de los párrafos de la perorata aparece la silueta de una corrección o condena de muchos, sin ahorrarse palabras tales como “castigos o infierno”, definidos por eternidades siempre e inapelablemente dogmáticas.

Las homilías, las Cartas Pastorales y las exhortaciones piadosas ocasionales no son herramientas –como ahora se dice- para adoctrinar y transmitir mensajes de religión, de paz y de salvación, principios de vida, avalados por los santos evangelios, con flagrante olvido de que lo que de verdad y efectivamente hace ser palabra de Dios a la predicación que se presente como tal, es precisamente el diálogo….

De la posesión y administración de la palabra de Dios no tienen la exclusiva sus proclamadores oficiales por ministerio u oficio. Lo son igualmente los laicos y las laicas. No pocos seglares son tanto o más doctos- con sus correspondientes títulos universitarios en Ciencias Sagradas, que puedan ser los curas y hasta los obispos. Siempre, y también aplicado de la manera que sea, a la predicación, el término DIÁLOGO hay que describirlo y escribirlo con letras mayúsculas, aún más brillantes y subrayadas que las del término AMEN, que es principal – prácticamente, el único- logos, con el que se nos educó y con el que proseguimos tal proceso de formación en la vida religiosa y no religiosa, hasta el punto de hacernos creer que sin AMÉN no puede ser vida la vida, ni persona la persona.

Para predicar “como Dios manda”, hay que estar bien enterados. Por muy obispo que se sea, con inclusión del de Roma, si no se está bien informado, no hay más remedio que dejar el ambón, el púlpito, la Carta Pastoral y la encíclica y, por supuesto, jubilarse. Exculpar a determinados obispos o papas, de ciertas responsabilidades pastorales graves –algunas gravísimas- “porque no lo sabían” o lo sabían solo a medias, o en dosis reducidas, no es decente en cualquier ordenamiento ético moral del que se intente ser servidor, ejemplo y modelo de pastor.

Las “lagunas” en la información se tornan prestamente charcos o charcas en las que, por acción u omisión, es explicable el cultivo de las más perversas intenciones, siempre estas en beneficio de otros y no exactamente de los pobres..

Toda información, y más la cristiana, es -ha de ser- religiosa. Lo es de por sí misma la vida. Religión reducida a liturgia, con sus ornamentos, privilegios, ritos, maestros de ceremonias y cánones respectivos, es frustrante, sobre todo cuando se la intente aplicar-y se la aplica, a veces hasta en exclusiva, a la religión y al comportamiento “cristiano”. La identificación pasada, y también presente, de estos dos términos, es falsa, engañosa, irreverente y sospechosa. Por algo será y se hará.

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