El Dios de Pérez Reverte
Pérez Reverte se declara ateo, pero hace unas declaraciones ante Jordi Évole e Iñaki Gabilondo en las que sostiene que la Iglesia en Trento erró el camino al escoger a una divinidad equivocada. Defiende que apostamos por un dios retrógrado, enemigo de la prosperidad, de la cultura, del trabajo y del negocio. Optamos por un dios con olor a sacristía, fanático, oscuro y reaccionario al que, en ciertos aspectos, sufrimos todavía. Frente a esta crítica se mostraba proclive al Dios que escogieron los países del norte de Europa
Han salido en tromba otros intelectuales contra estas declaraciones. Yo no le voy a criticar, sino que voy a intentar descubrir de dónde proceden sus ideas. Creo que no está comparando las iglesias protestantes de los siglos XVI y XVII, con la católica de las mismas fechas, porque aquéllas saldrían perdiendo por su fanatismo. No tenemos más que pensar en la iglesia de Calvino, con sus hogueras, en Ginebra, los juicios a las brujas sin culpa alguna y la matanza de campesinos, aplaudida por Lutero, en los principados alemanes
Si Pérez Reverte no comparaba a la iglesia con sus contemporáneos ¿Qué le hizo llevar a estas conclusiones? Creo que el declive de España, a partir del siglo XIX, es el que tiene presente. Una España acobardada y temerosa que se encierra en sí misma, religión incluida, para no afrontar la realidad del declive. Una España de la que hemos vivido restos hasta un concilio más reciente, el Vaticano II
Yo me pregunto a qué Dios veneramos los católicos actuales dado que yo he tenido un cambio sorprendente. Cuando veo al Dios de mi niñez y de mi juventud no le reconozco. Dividía al mundo en buenos y malos, los de la derecha y los de la izquierda. Ahora con la edad veo todo mucho más gris y no hago divisiones tan tajantes. Nunca tuve miedo de Dios, pero sí un respeto venerable. Hoy tengo la conciencia de haberme acercado mucho a su persona y he comprendido que sus brazos están abiertos a todos: a los pérfidos judíos por los que rezábamos y a los protestantes, para los que no había salvación porque estaban fuera de la Iglesia.
Me cuestiono si este itinerario ha sido exclusivamente mío, por mis provectos años, o muchos católicos han seguido su senda. En algunas tertulias, familiares o de amigos, me quedo asombrada de oír argumentos que creí habían quedado obsoletos y que hablan de la justicia de Dios, pero olvidan su misericordia. Este escrito pretende que cada lector se pregunte por el dios al que adora