La anatomía de Dios

Me ha resultado interesante conocer la existencia de un libro que se publicará el próximo mes de enero y que tiene un título sugestivo, God, An Anatomy, escrito por Francesca Stavrakopoulos.

            La primera pregunta que se hace la autora es el motivo que tienen muchos teólogos de negar la representación pictórica de Dios insistiendo en sus facultades de invisibilidad, inefabilidad, y calificativos de este orden, cuando los primeros israelitas lo adoraban como guerrero con grandes armas en sus manos. Su interés la ha llevado por un camino que refleja todos los aspectos del cuerpo divino de Yahveh, el Dios que millones de cristianos adoramos en misa todos los domingos para reconocer que su figura se elevaba frente al resto de divinidades del sudeste asiático. Podemos mencionar algunos nombres: Baal, Marduk de Babilonia, Minurta de Mesopotamia, Adad de Asiria y Ra.

            Sus comienzos fueron modestos, un hijo menor de El, a quien usurpó el trono apoyándose en técnicas tumultuosas, semejantes a las actuales del volcán de la Palma, que hacían a los seres humanos caer de bruces ante su persona. Desde esta postura, los hombres lo primero que ven son los enormes pies de Dios que con grandes zancadas crea en algunos lugares espacios sagrados donde se asienta. Unos pies que patalean a sus enemigos, como las uvas que se exprimen para obtener su jugo, para luego descansar sentado en un trono. Su asiento favorito estaba en el templo de Jerusalén y perduró hasta la caída de la ciudad, conquistada por los romanos

            Yahveh calzaba sandalias mientras que sus fieles iban descalzos. Llevaba cuernos en su cabeza y cuando estos pasaron a Moisés, su más fiel seguidor, se reemplazaron por rayos que emergían de un pelo canoso. A la cabeza y a los pies divinos le sucedieron los genitales que sirvieron para fructificar y dominar el mundo, imponer el orden para atacar como un toro y servirse de un arco y unas flechas contra los enemigos. Las flechas, para la autora, son como el órgano genital divino, al que se le castró, cuando según Eva engendró a Caín para su sorpresa y en el libro de Ezequiel, el profeta alude eróticamente a su encuentro con una Israel niña, desnuda en el desierto

            El libro continúa con la muestra de la espalda de Dios, que como señal de desaprobación no ofrece su imagen al pueblo elegido. Sólo se puede ver el arco iris y su luz incandescente que denotan su presencia. Pero el Antiguo Testamento nos ofrece otras imágenes; sus entrañas que se estremecen ante el dolor que le causa el ataque de Babilonia a Jerusalén; su mano creadora que trabaja la arcilla hasta obtener al ser humano con la que también escribe y pelea. Aunque Yahveh también tiene un estómago exquisito ya que exige la primicia de las cosechas, el recién nacido de los ganados y de los hombres, y las partes jugosas de los animales, retirando su protección al pueblo israelita si no le conceden estos beneficios

            Después de esta dura descripción la llegada de Jesús es un vendaval de aire fresco ya que su persona es racional y moderna. Pero las conexiones con el Dios del Antiguo Testamento continúan. La autora ve el lavado de los pies en el Jueves Santo como un recuerdo de la ausencia de calzado ante la presencia divina y también el dedo de Jesús escribiendo en la arena, cuando salva a la adúltera, le lleva a ese mismo dedo que decretó las plagas de Egipto y escribió los 10 mandamientos

            El libro puede resultar extraño, perturbador e incluso jocoso, pues vivimos en un mundo que alaba a un Dios incorporal (sobre todo los musulmanes) pero sobre nuestras congregaciones planea la imagen de un Dios padre, con gran barba blanca, vestido con túnica inmaculada y unos grandes pies calzados con sandalias. Ahora estamos inmersos en leyes de memoria histórica y no debemos olvidar nuestros orígenes, por duros que resulten, ya que nos dan la posibilidad de seguir depurando algunas imágenes que repugnan a nuestras modernas mentes

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