El respirador

Corre por la red un cuento relatado por un indio que me ha parecido apropiado para Pentecostés. Una persona mayor con recursos económicos, contrajo el Covid en un país pobre y los médicos, temiendo por su vida, le aconsejaron colocarle un respirador mediante un costo de 3000 euros lo que le produjo un gran llanto. La enfermera que le trataba le preguntó: “¿Llora porque no tiene dinero para pagarlo? No, lloro porque he estado respirando toda mi vida gratis y solo ahora me doy cuenta de ese regalo”

Las circunstancias de nuestro enfermo y las de los apóstoles son semejantes ya que se encuentran confinados, uno en la UVI y los otros en una sala cerrada a cal y canto. En ambos casos planea el miedo a la muerte, por un virus maligno o por las autoridades romanas que quieren acabar con el movimiento de Jesús. También coincide el método curativo, para el anciano un respirador que le inyecta oxígeno y para los discípulos del Nazareno la llegada del soplo divino que fortalece su espíritu. La gran diferencia es que el hospital cobra mientras que el Espíritu es gratuito

            El cuento nos hace hacernos cargo de la presencia del Espíritu en nuestras vidas que siempre, como el oxígeno, ha estado ahí a nuestro lado, pero los seres humanos nos cansamos de lo habitual y es necesario un aldabonazo que nos lo recuerde. La Iglesia es muy sabia cortando el año con fiestas litúrgicas que señalan los hitos más importantes de nuestra fe: la encarnación, resurrección y ahora Pentecostés que nos suministran toques de atención

            La fiesta de Pentecostés viene acompañada de muchos símbolos. Un viento que se lleva por delante el polvo que se había sedimentado en nuestras vidas, el fuego que aviva las brasas que se apagan en nuestro interior y produce luz haciendo que veamos con claridad el camino que se nos abre delante: la senda que marcó Jesucristo para sus seguidores. También nos da la fuerza necesaria pues nada es capaz de impedir la acción del Espíritu, lo que demuestra no entrando por la puerta, sino atravesando las paredes de la sala donde se encuentran los apóstoles reunidos

     Viento, fuego, luz, fuerza… todo gratis al alcance de nuestra mano y solo debemos pedirlos. Lo malo es que las cosas que no se pagan tienen poco valor en nuestras sociedades ¿Será esta idea la que planea sobre la imagen desconocida y desvalorada del Espíritu en nuestra religión?

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