Deporte, poesía...

Jesús Mauleón, poeta y cura
05 jul 2014 - 01:12

Este verano nos ha traído o nos va trayendo una redoblada ración de deporte: mundiales de fútbol, atletismo, motos y Fórmula 1, además de esa esperada oferta de las grandes carreras ciclistas. Gloria y honor al deporte que comunica y enlaza a los pueblos. No tanta gloria ni honor cuando estallan la pasión, los dudosos nacionalismos y aisladas manifestaciones de nacional, internacional o personal barbarie. Sombras menores al lado de las luces de las propias gestas deportivas y de los espectáculos que, a través de la televisión, se nos ofrecen en bandeja y en nuestra propia casa.

Quien esto escribe se ha visto alguna vez, tímidamente, con Píndaro y tiene un gran respeto al deporte y sus bien acreditados valores. Ello no le impidió compararse con cierto orgullo –¿como pecado venial transitorio?- con los grandes ases que las turbas fervorosas aclaman.

DIJO QUE PREFERÍA

Dijo que prefería hacer un buen poema

a ganar una carrera en el hipódromo, e ingenuo atribuía

más mérito a un buen verso que al caballo, mucho más

que al menudo jinete disparado a la meta.

Entregar media vida en unos versos

era más concluyente

que ganar diez a cero en la galaxia

entre el fervor de estadio, de sudor y de turba.

Nuca llegó a la meta con su bici

ni entre los del pelotón, pero algunas veces

la alcanzó en solitario con dos ruedas humildes

de palabras redondas, radios, rayos,

que su fulgor en vilo sostenían. Veloz iba en su verso

si afortunadamente lo empujaba

el pie de un corazón acelerado.

Sí vio cómo rendidos

clamaban a unos pies, reyes de podio,

cuando humeaba aún, fórmula uno,

el coche vencedor para el que nadie

tuvo ni una caricia ni una lágrima;

sí enarbolaron el clamor y el cielo

cuando el piloto levantó los brazos.

Pero él se fue al silencio del poema

y se vivió más alto y coronado.

El ciervo huyó más raudo, en más aliento

que los grandes atletas. Daba el tigre sus saltos

más largos y más fieros que los dioses de estadio.

Volaban las gaviotas

más arriba, señeras, sin pértiga y caída.

Él subía, volaba,

disparado, inocente,

montado en la palabra.

(2007)

(De Apasionado adiós, Madrid, 2013).

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