El Día de la Madre: Sobre las rodillas de Dios

“Como un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo; (en Jerusalén seréis consolados)" (Is 66,13).

“El paraíso está en el regazo de una madre” (Proverbio árabe).

Las palabras de la primera cita se dijeron para animar y consolar a la comunidad judía que tenía que comenzar a vivir, casi de la nada, tras los duros años de destierro. Hacia Jerusalén hará el Señor “derivar como un río la paz, como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones. Llevarán en sus brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán…”. Jerusalén será la ciudad dichosa que recibirá a esta muchedumbre con sus hijos en brazos, acariciados sobre sus rodillas. Y luego es el propio Señor el que toma la imagen de la madre que consuela para prometer a su pueblo niño la protección y el cariño maternal.

Señor:Todos somos hijos tuyos. Igual los pequeños que los mayores. Igual los hijos que los padres. Todos somos ante ti niños necesitados de protección y de consuelo.


Hoy, en el Día de la Madre, quiero imaginar a la mía como a una niña querida, protegida, consolada por ti. Es muy mayor, claro, pero qué bien si hoy y siempre la tomaras en tus brazos divinos, la colocaras sobre tus rodillas, la acariciaras, le hicieras olvidar sus trabajos y sus penas, aumentaras la alegría que tantas veces llena su corazón. Con eso no harías (desde luego, de la manera infinitamente superior que tú sabes) sino imitarla a ella cuando nosotros crecíamos, imitar sus gestos de madre que ama, acaricia y llena de consuelo. Después de todo, es ella la que, instintivamente, ha tomado y copiado de ti su repertorio de gestos y el hermoso oficio de amar.

Sé tú, Señor, y para siempre, el Dios consolador, el Dios-Madre de mi madre.


Amén.


(De El Día de la Madre, Madrid, San Pablo, 2003).
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